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Día del Niño, tomados de las manos, en el comedor de La Lonja

Domingo, 18 de agosto de 2013 03:44
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No en todas las infancias “siempre es verano, siempre hay un velerito de papel (...), siempre hay un bollo plateado de papel de chocolate en el fondo de un bolsillo...” (“País de luz”, Poldy Bird).

Por eso el Día del Niño activa la solidaridad, que no necesariamente va a contrapelo de la condición humana. Vamos a superar a la Real Academia Española, porque la solidaridad no es “la adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”, sino el ver una urgencia y no descansar hasta que se la supere, se la corrija y se la remedie.

Vamos a pasar el Día del Niño en La Lonja, en aquel comedor donde hace seis meses los niños comían en el suelo. En aquel comedor donde según su fundadora, Adriana García, “venimos de milagro en milagro”. Es el mediodía y las milanesas con puré instantáneo humean en cada plato. Sentados a la mesa hay niños, abuelos, discapacitados y padres, disfrutando el almuerzo servido por los jóvenes del Grupo Juvenil Palestra, de La Merced. El fuego a leña es el de siempre y, sin embargo, varios detalles anuncian la jornada festiva.

Globos colgados de las vigas del techo, entre pósters del Señor y la Virgen del Milagro, el papa Francisco levantando la bandera argentina, la Divina Misericordia con sus haces de luz, la Virgen del Cerro, reclinada y piadosa. Mariposas, corazones, estrellas y bigotes, pintados en los rostros infantiles. Esos mínimos fragmentos anuncian que, a las 15, en la canchita del barrio, a los niños los esperan los payasos, peloteros y juegos. Todo por obra de los alumnos de quinto año del colegio INTI, el Grupo Juvenil Palestra, Canal 11, el hipermercado Libertad y miles de donantes anónimos.




Trabajar por un cambio

En la manzana 142 lote C de Atocha III no siempre hubo un techo de chapa ni un suelo de cemento. En cada objeto y servicio subyace una historia de generoso desprendimiento. Transcurrido casi un año desde que decidió levantar un comedor de la nada, a Adriana la vence la imposibilidad de representarse el origen: la donación primigenia que se convirtió en una tarea, la tarea que se convirtió en su destino. “A todo donante que vino acá Dios lo hizo de nuestra familia, estamos agarrados todos juntos de las manos, y nos unió Dios para que cuidemos de sus hijos”, define. Adriana habla mucho de Dios. Dice que sus ojos lo han visto en “gente que se venía en colectivo, en bicicleta, con mochilas, a traer tazas, ollas, fruta, verdura, carne, mercadería. Cuántas fundaciones que hacen posible esto, como la Pastoral de la Católica. De ahí vienen las fonoaudiólogas y les enseñan a hablar a los chicos, les dan clases de apoyo”.

El milagro cotidiano

“¿Te cuento un milagro? Hace tres días no tenía nada para darles de comer, salvo carne. Le dije a Dios: ‘Si estás conforme con tu obra, que llegue alguien’. No lo terminé de decir que vino un hombre y me compró quince kilos de arroz y la verdura. Luego nos trajeron cincuenta cajas con alimentos no perecederos”, relata. La desigualdad es enormemente peligrosa porque contiene la peor de las violencias: el resentimiento. Adriana, consciente de esto, dice que “tratamos de que no se críen resentidos. Si tenés dos, le podés dar uno a él, que precisa más, y si tenés solo uno también, porque vas a conseguir otro. Dios te va a dar el doble de lo que vos le das”.

Resulta increíble que sea capaz de resumir solidaridad de manera tan adecuada. Mientras envuelve regalos, cuenta que “a los niños les enseñamos que son importantes. Les enseñamos valores que a mí nadie me enseñó cuando era chica y, sin embargo, aunque no soy trigo limpio y tuve mi pasado volví a nacer cuando entré en La Lonja”.

Su mirada acaricia una muñeca donada, le acomoda delicadamente el vestido arrugado. “¿Cómo vas a vivir este festival?”, preguntamos. La sorpresa se le transforma en sonrisa: “Es para los chicos, pero voy a disfrutarlo yo también. Hoy no voy a hacer nada. Vinieron muchas manos a ayudar”. “Todavía puedo chapotear en tu río (...), y pasarme una tarde entera descubriendo universos en un caleidoscopio...” dice un fragmento de “País de luz”, de Poldy Bird. Y entonces uno no puede dejar de desear también para Adriana que hoy, Día del Niño, use de a ratos el país de luz de sus chicos.




Milanesas hechas por amigos

“Vengan a La Lonja, coman con nosotros, tráigannos sus manos”, invita siempre Adriana, y en su voz entusiasta hay algo que convence de que se pueda trabajar en la contingencia, contemplando la realidad desde adentro y no desde arriba, encontrando lo humano no en abstracciones retóricas y vacías, sino en lo humano y desde lo humano.

El Grupo Juvenil Católico Palestra de La Merced acudió a este llamado. Treinta de sus miembros, junto con un asesor, fueron a pasar el Día del Niño en el comedor de La Lonja. Francisco Morón (20) es estudiante de Administración de Empresas y cuenta que “me sorprendió cómo los chicos le obedecían a Keka (así llaman cariñosamente a Adriana), cómo bendijeron la mesa, cómo están organizados. Además los chicos nos demostraron su afecto, se sentían refugiados por nosotros”.

Marcia Manino (19) es estudiante de Letras y explicó que el objetivo de ellos era traerles un almuerzo caliente. Cada uno fritó en su casa dos kilos de milanesas y una vez en el comedor cocinaron con leña puré instantáneo. “Ellos están carentes de muchas cosas, les falta cocina, baño”, especifica porque en ella también comienza a despuntar el compromiso de quien va a volver y nunca se apartará definitivamente de esta historia.

El sí más voluntarioso le ganó a la indiferencia generalizada

“Nos daba el sol, nos daba la lluvia, nos daba el frío. Ocho meses comimos en el piso”, enumera Adriana. Luego carga tintas contra el intendente de San Lorenzo. “Mintió que no quisimos pedir ayuda. Nunca me dieron ni un tomate. El nos dio la espalda y luego se enojó. Pero la gente siempre hace posible esto”, define convencida.

“Esta casa es de Dios, sin ayuda del Gobierno ni de la política. Estamos saliendo adelante y no puedo creer que ya me quedan dos meses para cumplir un año. Los chicos pasaron bien este frío porque tuvieron camperones, zapatillas, pulóveres, gracias a la gente”. ¿Qué encuentran los niños en el comedor?
“Calor, alegría, contención, juegos y alimento diario”, concluye.

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