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Muchas parejas caen en la monotonía y la rigidez de las acciones. Creen que la costumbre de estar juntos impide cualquier innovación. Los argumentos son meras excusas involuntarias: “ya somos grandes”, “tenemos una vida hecha, ¿qué más podemos hacer?” o la frase clásica y bien directa: “no me molestes, así estamos bien”.
Si en un principio la pasión alimentó la intimidad y el origen de los proyectos en común, más tarde, con el paso del tiempo y las contingencias vitales, da lugar a un sentimiento más calmo y sin muchas estridencias.
La quietud aumenta si tienen hijos, que se llevan gran parte de la atención y de las emociones. Cuando son padres, las parejas diluyen el amor del vínculo en el caudal de los sentimientos familiares. Sin solución de continuidad, los roles sexuales se pierden bajo la figura de los parentales Y cuán difícil es descubrir al otro deseado bajo las capas del quehacer cotidiano!
Aferrarse a una creencia inamovible es una defensa para que nada nuevo suceda. Y en esto los hombres son más proclives que las mujeres. Después de los cincuenta los hombres se apoltronan en sus mundos personales cercenando cualquier atisbo de cambio. Y si lo hacen argumentan: “lo hago por vos”. Ellas desean recuperar algo del amor perdido y ellos prefieren “no innovar”.
La influencia de los medios de comunicación favorece al cometido. Con sólo mirar “Sex and the city” o leer la infinidad de manuales de autoayuda se puede ver que son ellas las que deben salir a la palestra para salvar sus alicaídas parejas.
Defender la intimidad de pareja, generar un espacio para estar juntos, no dejar que la rutina ocupe los lugares del amor y el sexo, no perder la comunicación profunda y mantener las caricias, la ternura, los mensajes de cariño, son algunas acciones a tomar.