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La nariz se le ensanchaba, la boca se le torcía, los ojos se le desorbitaban, las orejas se le agrandaban, el rostro se le ponía púrpura.
“Ese coso tiene dos caras: tené ojo con él”, es una frase que sirve para advertir que tal o cual persona no es digna de confianza. Y los lectores la habrán pronunciado o escuchado una ponchada de oportunidades. Podría ser el equivalente de “ese tipo es un falluto”, u otra calificación de similar función.
¿Quién no ha conocido un semejante, por así decirlo, de esas condiciones? Y es que los falsos abundan en este mundo, créase o no.
Este cronista, que hoy hace su presentación ante ustedes por deserción forzada de su predecesor en el puesto, cumple en avisar que él ha conocido a un hombre de dos caras que no era falluto, no era hipócrita, ni engañador. Simplemente había nacido así: una cara para las buenas, y otra cara para las malas.
Ya desde chiquito había ganado fama en el barrio por esta singular peculiaridad fisonómica. Pablo Antolín, que así se llamaba, era invitado a todas las fiestas de cumpleaños, y en ellas era la atracción. El cumpleañero quedaba desplazado a mero espectador.
¿Qué cómo era eso? Sencillo. Bastaba que se le dijera algo desagradable, como que se le había manchado la camisa con grasa, o con lo que fuera, para que la cara de Pablo Antolín mudara de risueña a desconsoladoramente amargada.
-Ve, pues!, dirán los lectores, ¿adónde está la gracia? Si a uno le dan una mala noticia, lógico y natural es que deje de reír y ponga cara de circunstancia.
Error. El asunto no era tan fácil. Su cara ya no era su cara: era una máscara. La nariz se le ensanchaba, la boca se le torcía, los ojos se le desorbitaban, las orejas se le agrandaban, el rostro se le ponía púrpura. Una cosa es contarlo, como ahora, y otra era presenciar esa metamorfosis.
De buenito y bonito que era, su aspecto se volvía horripilante. El día y la noche. Tanto que el maestro Delmiro, al que ya habrán conocido, decía que parecía la versión moderna del doctor Jekyll y el señor Hyde.
En la escuela Pablo Antolín no la pasaba mejor. Por más serias y profesionales que hayan sido las maestras, no faltaba alguna que se rindiese ante la tentación de experimentar con el alumno. Y no hacía falta mucho esfuerzo, ya que con sólo decirle que había sacado una mala nota, para gozar de la transformación. Lo volvían a la normalidad diciéndole que había sido una broma, querido.
Ya muchacho de 15 años, el Circo Hermanos Parra, que levantaba su carpa cada vez que venía a Salta en el baldío frente a la SAITA, pretendió contratarlo. Y casi lo consigue. Pero el padre de Pablo Antolín frustró, indignado, la jugada, y exigió a los dueños del circo que retiraran los carteles que anunciaban, dando por hecho la contratación: “Venga y asómbrese con Antolín, el Mutante Facial”.
Aseguran que Pablo Antolín se curó el mismo día en que Griselda Romano, la rubia a la que amaba desde siempre, aceptó casarse con él. Y comieron perdices, siempre felices y sonrientes.
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