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¿Qué sucedería si un padre resolviera no alimentar a su hijo por un tiempo determinado, argumentando que la dimensión física no merece su atención? Seguramente, sería demandado por su falta de responsabilidad y conducta rayana en lo inhumano.
Con relación a dicha suposición, pienso cómo se considera a la persona en la realidad cotidiana. Es poco común hallar un enfoque que tenga en cuenta la unidad física, intelectual, afectiva, espiritual y social del ser humano.
La persona es considerada de un modo fragmentado, y ello causa la inhibición del desarrollo armónico de sus capacidades. Por ejemplo, los ineficaces planes estatales de educación sexual, que hacen hincapié en la dimensión física, hacen estragos en el mundo afectivo de los adolescentes y jóvenes, al brindarles una información puramente basada en lo genital.
Manipulación de la fe
Resulta oportuno considerar el fenómeno de la manipulación: ofrecer una noción reducida de alguna importante realidad, con el fin de engañar, crear ambigedad o confusión en las personas respecto a la significación de una palabra.
¿Qué motivos hay para vaciar de significado palabras como “libertad”, “amor”, “fe”? Juan Asirio, doctor en filosofía, ensaya una posible respuesta: conseguir que las palabras oculten el pensamiento, en lugar de expresarlo.
De esa manera, se mantiene una aparente concordia en el diálogo, a base de entender cosas distintas con las mismas palabras; para “ponerse de acuerdo” gracias a la ambigedad del propio lenguaje.
El filósofo afirma que es un procedimiento cómodo, propio de gente escéptica o egoísta, que no desea complicarse la vida en defensa de la verdad o en servicio del prójimo, teniendo que ir muchas veces contracorriente.
Actitud de los padres
Aprovechando el tiempo del Milagro, me pregunto si los padres tomamos el peso de la dimensión espiritual de nuestros hijos. Si es que en nuestra intencionalidad educativa, está presente la educación de la fe.
Frecuentemente, nos desvivimos por darles lo necesario para su subsistencia. Ponemos especial cuidado en aspectos como la alimentación, vestimenta, el rendimiento académico, el fomento de las amistades. Nos interesa, sobre todo, que se sepan queridos. ¿Y el ámbito de su espiritualidad? ¿Qué lugar ocupa?
¿Cómo nos situamos en un ambiente de manipulación de la fe, en la que hay una inversión de valores, que consiste en la sustitución progresiva de Dios por el hombre?
Ante la confusión, claridad
Con el papa Francisco a la cabeza, se está dando una elemental rebeldía, que consiste en hablar con claridad. La confusión imperante nos impulsa a no tener miedo a decir las cosas claras, como son. Sin multiplicar innecesariamente las aristas, pero sin mitigar tampoco sus nítidos perfiles.
Según Asirio, convendría insistir en la necesidad de saber ser claros -muy claros-, en un clima de comprensiva exigencia, de respetuosa confianza. Pero no basta la claridad; también se necesita fortaleza. Por eso es prioritario, para la educación en la fe, el desarrollo de las virtudes humanas.
Es necesario formar a los hijos para saber plantarse frente a un contexto autoritario, que proclama que no importa la verdad, sino lo que yo sienta, o que otorga el rango de absoluto a la libertad personal. Que también intenta hacerles creer que sus vidas no tienen otro sentido que el que cada uno, arbitrariamente, decide darles. Un ambiente de voluntarismo “salvaje”, que considera bueno un modo de actuar porque mi voluntad lo ha querido así, solo puede ser contrarrestado con una vivencia de una especie de norte: Dios, que va dando un sentido y una dirección a toda la vida. En síntesis, no perdamos de vista nuestra objetivo: frente a la confusión, claridad; frente al miedo, al aislamiento y al rechazo, fortaleza; frente a los contravalores de moda, educación en la fe.