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Obligado por la coyuntura, el kirchnerismo está haciendo camino a octubre todo lo que no hizo en la campaña hacia agosto. El discurso sobre seguridad viró radicalmente, cambiaron políticas económicas que parecían inamovibles, se multiplicaron los anuncios de gestión y se empezaron a admitir los problemas más graves que atraviesa la población. Tras la derrota en las primarias, y despejada cualquier posibilidad de re-reelección, la Presidenta se dio cuenta que con un discurso netamente triunfalista ya no le alcanzaba para seducir a un electorado cada vez más exigente hacia sus representantes. Ese fue un acierto de la Presidenta, ya que la gente quiere que le solucionen los problemas o al menos que le digan cómo lo harían, no que se los escondan o que les vendan una realidad que no viven.
Convencido de que los votos cautivos que tiene no los perderá bajo ninguna circunstancia, el kirchnerismo salió a buscar el respaldo electoral de sectores que hoy aparecen alejados del proyecto oficialista y que hace dos años lo acompañaron masivamente. Muchos de ellos pertenecen a la clase media, fuertemente golpeada por el mínimo no imponible de Ganancias, y a sectores populares, disminuidos en su poder adquisitivo por el avance de la inflación y vapuleados por el crecimiento del crimen en las grandes urbes.
¿Hay una derechización del Gobierno como quieren instalar algunos? En absoluto, el kirchnerismo siempre fue mucho más pragmático que ideológico, solo así se explica que César Milani sea jefe del Ejército, que Amado Boudou sea vicepresidente o que una parte del Partido Renovador de Salta integre las listas oficiales. El Frente para la Victoria tuvo la cintura de ser apoyado por el Partido Comunista y por la derecha peronista a la vez, lo que es un mérito indiscutido de Cristina a la hora de construir su proyecto de poder.
El endurecimiento en la política de seguridad y la admisión de que la inflación es mayor que la que mide el Indec representan un importante cambio de discurso, e intentan mostrarle a la sociedad de que el Gobierno no hace oídos sordos ante los problemas que padece la ciudadanía. Producto del contundente 54 por ciento que sacó en 2011, Cristina había entrado en una especie de aislamiento político que le impedía ver nítidamente las distorsiones del modelo. Eso cambió el 12 de agosto y, probablemente, ya no vuelva a ser como antes hasta diciembre de 2015.
“La idea es mostrar que somos un Gobierno que escucha, humilde, activo y sensible a las dificultades que vive la gente. Lo peor que podemos hacer después del 26 por ciento de agosto es parecer soberbios”, aseguró ayer a este medio un cercano colaborador de la Presidenta que pidió reserva de su identidad.
La coincidencia generalizada de los encuestadores es que, pese al recupero de la iniciativa política por parte del oficialismo, el resultado de las elecciones generales cambiará muy poco lo ocurrido el mes pasado. Es más, las modificaciones que están apareciendo tienden más a un estiramiento de la distancia entre Sergio Massa y Martín Insaurralde en Buenos Aires que al proceso contrario. ¿Tiene sentido entonces semejante cambio de estrategia que hasta pone en riesgo de contradicciones a los postulantes kirchneristas? Por supuesto que sí, ya que el riesgo que corría la Presidenta era el de erosionar sin retorno a su figura para los dos años de gestión que le quedan por delante.
Lejos de lo que muchos pueden imaginar, desde la derrota de agosto se la ve a Cristina mucho más calmada y centrada en los temas cotidianos. Si bien nunca admitió que le hubiese gustado ir por otro mandato, ese fantasma estaba en el horizonte y le cargaba a la jefa de Estado una responsabilidad extra muy difícil de absorber. Ahora, al tanto de que dejará el poder en dos años, podrá abocarse mucho más en la gestión y alejarse paulatinamente del barro electoral. Eso último ya lo está haciendo en la campaña hacia octubre, dejando en manos de Daniel Scioli -su más probable sucesor- el apuntalamiento de la imagen del aún desconocido Insaurralde.
La sucesión en el PJ
Scioli, por su parte, va incrementando lentamente su perfil ante la opinión pública y apuesta a ser el candidato natural del PJ en 2015. Las encuestas lo siguen dando muy arriba en las preferencias de la gente, aunque en Buenos Aires sigue estando debajo de Massa. ¿Significa eso que el intendente de Tigre es el candidato mejor posicionado para 2015? No necesariamente, lo que marca esa tendencia es la foto política de hoy, con Massa como cabeza de la oposición a un Gobierno algo debilitado, no la de mañana.
A medida que vayan pasando los meses Scioli irá tomando más distancia del kirchnerismo y acercándose más al peronismo tradicional, que ya abrió sin disimulo la lucha por la sucesión. Scioli tendrá rivales internos para su candidatura presidencial, descontando que Massa podría jugar por afuera, aunque no aparecen muy competitivos. Se habla de los gobernadores Sergio Urribarri de Entre Ríos y de Jorge Capitanich de Chaco. Ambos representan al kirchnerismo duro, pero carecen de conocimiento en la mayoría del país: su única carta de presentación es el alineamiento acrítico a la Casa Rosada, muy poco para momentos donde se respiran aires de fin de ciclo.