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Julio Sosa: 50 años sin su voz

Domingo, 30 de noviembre de 2014 00:30
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El 26 de noviembre de 1964 las radios de la época, argentinas y uruguayas, interrumpían sus transmisiones para comunicarle al público la muerte de Julio Sosa, exitoso cantante, conocido hasta hoy como "El varón del tango".
Fue un día de luto para los amantes del clásico ritmo rioplatense. Parecía imposible que un ídolo de tamaña magnitud, con una poderosa voz, se hubiese callado para siempre.
Sosa se encontraba disfrutando el esplendor de su carrera profesional. Admirado e imitado por los hombres y amado por las mujeres. El histriónico y talentoso Varón del tango, había encontrado la muerte tal como estaba acostumbrado a vivir la vida: a alta velocidad.
Con el pie en el acelerador
Julio Sosa había nacido en Uruguay un 2 de febrero de 1926. Hijo de una familia humilde y trabajadora de la tierra, de muy niño demostró su pasión por el canto. A los 12 años ya había participado de un concurso que, por supuesto, había ganado, cobrado y gastado en un solo acto.
La noche del 25 de noviembre de 1964 no había sido fácil para Julio Sosa. Cuentan, los testimonios de la época, que había salido de una cantina del Abasto llamada "El varón del tango", en su homenaje, donde habían realizado la despedida de soltero de un compañero, un músico, que se casaba.
Se subió a su auto deportivo, un DKW Fissore rojo, un lujoso deportivo alemán, predecesor de los actuales Audi, junto a Marta Quintana, una aspirante a cantante y otros dos colegas de la noche porteña. El charrúa, como le decían sus más cercanos, estaba molesto porque no le había gustado el lugar elegido para el agasajo. Amaba la velocidad por lo que apoyó el pié en el acelerador y salió disparado. A las pocas cuadras, sus amigos decidieron bajar... no confiaban demasiado en los reflejos de Sosa, quien siguió viaje con Marta. Se fueron directo a un hotel, donde el cantor uruguayo discutió con el conserje y éste no les permitió la entrada. Ofuscado, volvió a su auto. Decidió llevar a Marta a su casa, en la esquina de Sarandí y México y de ahí, a toda velocidad, enfiló hacia la Costanera. Su destino era el Carrito 7, lugar del que era habitué.
Julio Sosa era una hombre vehemente, eso lo transmitía su voz y sus gestos. No aceptaba un no como respuesta y vivía cada noche como si fuera la última. Mujeriego empedernido, caprichoso, amigo de las discusiones y del alcohol, en esa oportunidad, como otras, lo llevó a la ira y, desafiando al destino, salió del recinto, apretó el acelerador a fondo hasta que, de pronto, se encontró con un camión que transportaba combustible. Realizó una maniobra brusca para evitarlo pero lo rozó, se despistó y fue a dar contra la base de cemento de un semáforo, en la intersección de Mariscal Castilla y Figueroa Alcorta, en Palermo.
La muerte lo sorprendió en la plenitud de su carrera con solo 38 años. Los que lo conocieron en la intimidad sostenían que Sosa era un triunfador, pero que no era feliz, que la afición por la bebida y por la velocidad disimulaba una insatisfacción profunda. "Vivía buscando la felicidad, pero cuando la encontraba, no sabía conservarla; creo que era un hombre desolado por dentro" dijo Oscar Ferrari, cantor de la orquesta de Armando Pontier.
El último adiós
A Sosa lo velaron en el salón La Argentina, pero fue tanta gente a despedirlo que el cantante y director de cine Hugo del Carril habló con Tito Lectoure para llevarlo al Luna Park. El día del entierro llovía, y todo lo que rodeaba al sepelio de este grande de la música ciudadana parecía la postal de un tango. Su féretro estaba rodeado por más de 200 mil personas. Fue enterrado en el cementerio de la Chacarita.
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