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Amor, sexo y muerte: una historia de la aristocracia italiana

Domingo, 09 de marzo de 2014 03:05
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Anna Fallarino Dromme miró a su alrededor y vio la pobreza en la que vivían en el pequeño pueblo de Benevento, al sur de Italia. Su padre era peluquero. Ella también aprendió el oficio, aunque lo odiaba. Algo tenía claro esa jovencita de 16 años, de 1,76 m, pelo renegrido, ojos oscuros, piel trigueña, pulposa y curvilínea: no estaba dispuesta a pasar el resto de su vida en ese pueblo acicalándole el pelo de las comadronas del lugar. Ella estaba para algo más grande, y puso manos a la obra.

Decidida, de carácter fuerte y sin demasiados escrúpulos para conseguir lo que quería, tomó un ómnibus que la llevó a los estudios cinematográficos Cinecitá en Roma. Era el año 1945.

Anna deambuló por las productoras en búsqueda de un papel que la llevara al estrellato. Sin embargo, las cosas no resultaron como ella aspiraba. El cine italiano estaba tratando de sobrevivir a la segunda gran guerra. No interesaban las caras bonitas, importaba el talento y ella no lo tenía. Así es que, desilusionada, se vio obligada a recurrir a un trabajo menos brillante pero más seguro: se empleó como vendedora en una pequeña tienda en la Ciudad Eterna.

De esposa a amante

A la sensual Anna no le fue tan mal como vendedora. Así fue como conoció a un rico ingeniero mucho mayor que ella, Giuseppe Drommi, que quedó prendado de esta muchacha que cumplió así el sueño de la Cenicienta. En muy poco tiempo, pasó de la vida pueblerina, a los estudios de Cinecitá, a una boutique y de allí, sin escalas, al mundo refinado de la aristocracia y la nobleza europea. En el torbellino de cenas, recepciones y fiestas suntuosas conoció al marqués Camilo Casati Stampa Soncino, un treintañero, heredero millonario, mimado de una de las más famosas familias nobles italianas, con una fortuna estimada por ese entonces en más de 400 millones de liras. El marqués se fijó en ella inmediatamente y comenzó un flirteo discreto.

Anna, ambiciosa y sin límites, no estaba dispuesta a dejar pasar esta oportunidad. No se trataba sólo de dinero, ésta era la oportunidad de formar parte de una clase vinculada con reyes y príncipes. Armas no le faltaban y los 30 le habían sentado muy bien. Era una atractiva mujer, típicamente italiana. El marqués Casati Stampa o Camillino, como le decían en los altos círculos, estaba casado con Letizia Izzo, una ex bailarina. Anna se lanzó a la conquista de Camillino, cosa que, por supuesto, no le costó demasiado. Y en un pestañeo se transformó en la amante del marqués. Camillino cayó en las brazos de esta apasionada mujer y no soportó la idea de que cuando saliera de su cama entrara en la del ingeniero. Decidido a tenerla sólo para sí, no escatimó en gastos, unos mil millones de liras, para anular su matrimonio anterior. Anna también se divorció. Al promediar 1959 se casaron.

De amante a marquesa

Anna Fallarino, transformada ahora en marquesa, transcurría gran parte del año junto a su marido, el marqués Casati Stampa, en una de las tantas residencias que poseía el noble en Arcore, pequeña localidad ubicada al norte de Italia, que no tenía en esos momentos más de 18.000 habitantes. La casona tenía 147 habitaciones, piscinas por doquier, pinacoteca, entre cuyas obras se contaba un Tintoretto. Mientras eran amantes todo había transcurrido por los carriles normales. Ambos eran sumamente apasionados y vehementes. Pero, la misma noche de la boda, después de hacer el amor con su esposo entró a ducharse. Al salir encontró a su marido que la estaba esperando junto a un jovencito. A buen entendedor, pocas palabras. Anna se dio cuenta ahí mismo que su flamante esposo quería llegar al clímax viéndola en la cama con ese desconocido. ¿Anna se sorprendió?... no sabemos, lo cierto es que accedió de inmediato al juego que se desarrollaría durante 11 felices años.

Para la sociedad era la pareja perfecta y nunca se supo de quejas de parte de Anna. Al contrario, su agitada vida social les permitía acceder desde estudiantes universitarios, adolescentes, nobles descarriados, hasta asistentes, mozos, cocineros, jardineros y todo aquel que estuviese dispuesto a “sacrificarse” haciéndole el amor a esa hermosa mujer por unos cuantos miles de liras que generosamente pagaba el marqués Casati Stampa.

Pero estos fogosos encuentros no quedaban perdidos en la memoria de los tres integrantes de los juegos amorosos, sino que, a veces, había un cuarto: el fotógrafo. Entre las pertenencias del marqués había más de 1.500 fotos de su mujer, sola o con compañía. Algunas tomadas por él, otras por el profesional. Además de las fotos, se halló un lujoso libro de tapas verdes, especie de bitácora del marqués, en el que registraba cada una de las escenas sexuales de su mujer: “Hoy Anna me ha hecho enloquecer de placer. Ha hecho el amor con un soldadito de un modo tan eficaz que, de lejos, también yo he participado de su goce. Me ha costado 30.000 liras, pero ha valido la pena”, se podía leer en una de las páginas. Pero hubo algo que no previó: su mujer en manos de otros era un arma de doble filo... ¿qué podría pasar si la relación pasaba del sexo al amor? Para eso tomó la precaución de cambiar siempre de partenaire de modo que no hubiese preferidos. Sin embargo Anna terminó enamorándose de uno de aquellos jóvenes.

La discusión se  saldó a escopetazos

Anna era una espléndida mujer de 41 años, cuando se enamoró de Massimo Minorenti (25), joven universitario que le había llevado su marido para formar parte del juego sexual. “Es la primera vez que mi mujer me traiciona con el corazón”, se lamentó el marqués. El 30 de agosto de 1970 se fue de cacería con sus amigos a Valdagno. Después de la cena, mientras disfrutaba de un whisky tomó el teléfono y habló con su mujer. Anna le confirmó que se disponía a cenar en compañía de Minorenti y un amigo.Casati colgó el teléfono, tomó su auto y se volvió a la mansión para que le dieran una explicación. Al llegar los llamó a la sala de Armas, el marido le reclamó los encuentros con el joven fuera de lo acordado, cuando la mujer intentó ensayar una explicación él tomó un arma y le disparó tres escopetazos, después le apuntó al muchacho y le dio en la cabeza. En medio del baño de sangre concluyó la faena suicidándose.

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