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Una extraña forma de reivindicar el crimen

Miércoles, 07 de mayo de 2014 01:02
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“De todo se vuelve, menos del ridículo”. La frase tiene dueño: Juan Domingo Perón. En la Feria del Libro, el fiscal Alejandro Alagia sorprendió a todo el mundo con una apología del “abolicionismo” tan ingenua, que parece perversa. Alagia escribió un libro llamado “Hacer sufrir”. Su exposición redobló, por cierto, los sufrimientos de los familiares de las víctimas de los criminales, a pesar de que pretende denunciar que cuando el Estado castiga a los asesinos, en realidad, está haciendo sufrir a los pobres. Podría ser una relectura tan frívola como doctoral de los versos del Viejo Vizcacha, Martín Fierro o de la Chacarera del Expediente. Pero Alagia, además de fiscal, es docente de la UBA y discípulo de Raúl Zaffaroni. En su currículum figura un doctorado en la Universidad San Carlos de Guatemala y su tesis “Fundamentación política-antropológica del poder punitivo en la doctrina penal argentina” fue calificada como “Summa Cum Laude”. Es curioso: Guatemala es uno de los países con mayor índice de homicidios.

El fiscal Alagia afirma que “el peligro para la sociedad no proviene del delito sino de la reacción estatal para combatirlo. No hay delincuentes, sino “población vulnerable”.

No hay delito, sino “conflictos”. Es decir, cuatro personas que matan a una anciana en su casa para robarle no son homicidas sino protagonistas de un conflicto. El conflicto tiene por lo menos dos partes. La teoría de Alagia obliga a suponer que los criminales tuvieron un conflicto con la anciana y que la culpa, se deduce, es de ambos. Para este teórico del abolicionismo no hay diferencias de fondo entre la esclavitud -que da origen al término-, las penas para los criminales y el terrorismo de Estado. Es más, considera que el código penal es el equivalente de un castigo de naturaleza religiosa y que el criminal preso es un chivo expiatorio. Invocando hipotéticas formas de convivencia ancestrales, el fiscal sostiene que los conflictos se resuelven hablando. Es decir, si los cuatro criminales son condenados por el asesinato de la anciana, serían ellos las víctimas de un superpoder que los convierte en chivos expiatorios. No explica por qué la mataron, en lugar de hablar con ella, y como se hace ahora, que está muerta, para resolver el conflicto.

Suena tan inconsistente como afirmar que la inseguridad es una sensación. La respuesta al fiscal la ofreció poco después un vecino de Lanús, que mató a dos ladrones que se metieron en su casa y golpearon a su hija.

En esa misma ciudad, el inefable Aníbal Fernández debió reconocer que los que le robaron el BMW existen y que su teoría de la “sensación de inseguridad” era mera retórica. Cuando no hay ley y autoridad, hay caos, desde que el mundo es mundo.

Pensar que un criminal no es responsable de sus actos supone negarle la condición humana. Descalificar el orden legal supone renegar de la civilización. Tanto Alagia como su maestro Zaffaroni comulgan en la descalificación plena de la civilización occidental, que es la que hace posible un pensamiento crítico como el que ellos cultivan, y tienden a idealizar al “buen salvaje” de Jean Jacques Rousseau. Este dato es importante, porque lo que están cuestionando es la idea fundacional del orden jurídico, que sostiene que el hombre es lobo del hombre y que necesita de la ley y del Estado para vivir en sociedad.

Es claro que ni ellos ni Rousseau conocieron al buen salvaje.

La exposición del fiscal, aunque dicha en un espacio reducido, es tan revulsiva para el común de las personas que cuesta entender para qué la hizo. Algunos interpretan que sólo busca justificar la ineficiencia del Estado para brindar seguridad. Por lo pronto, solo sirven para sepultar aún más el proyecto de reforma del Código Penal impulsada por el gobierno.

Pero el discurso parece, pero no es ridículo, y tiene destinatarios precisos. Alagia incluye en su currículum la pertenencia a entidades cercanas al pensamiento bolivariano y él se dirige a un núcleo militante capaz de digerir a figuras identificadas con la dictadura, como Zaffaroni, el general César Milani o el canciller Héctor Timerman, que levanta ideas de izquierda pero cree más en los hechos y cultiva un pragmatismo crudo. Además, tienen un proyecto propio que va más allá de 2015.

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