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Los guantes y las manos de Romero declararon la independencia del fútbol argentino. Un 9 de julio la Selección entendió que las ilusiones no pueden estar atadas solo a los botines de Messi, que puede haber otros héroes y próceres como Mascherano, como Garay o Demichelis, como Maxi Rodríguez. Héroes que en algún momento fueron discutidos pero que serán reivindicados por la historia. El 4 a 2 en los penales, después de otro extenuante 0 a 0 con Holanda en 120 minutos fue producto de la voluntad, la garra y la pelea constante de no solo once soldados que no estaban dispuestos a rendirse. Ni cuando Robben picaba en profundidad ni cuando Sjneider se soltó para encontrar a Van Persie. La Selección no estuvo dispuesto a mostrar la bandera blanca ni en esos cinco minutos del final del partido (antes de la prórroga). Holanda la llevó de allá para acá, se creía ganadora y que iba a festejar con Robben. Pero Mascherano puso su botín para desviarla.
La tropa argentina no iba a levantar la bandera así nomás, pese a ese gol que no fue de Higuaín: la puso al lado del palo pero por afuera del arco. No había que rendirse. Y fue el Kun Agüero al que le faltó pólvora, después Rodrigo Palacios y luego Maxi. Tres chances claras que el equipo del “general” Sabella dilapidaba cuando el corazón le daba aire a las piernas.
La independencia se forjó entonces desde los doce pasos, con las plumas de Romero, que tapó dos tiros, y la espada de Maxi, la del último penal.