¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
14°
23 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Gloria Escalante: Nunca tuvimos ni un arroz del Gobierno pero sigo ayudando

Domingo, 27 de julio de 2014 00:28
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla
Gloria rejunta fideos de diferentes paquetes que le regalaron en un supermercado porque estaban rotos y verduras que le canjearon por quesos que ella fabrica. Lo que resulte de la mezcla será el próximo almuerzo para 80 chicos en "Sopita de Letras", el comedor que sostiene hace casi 15 años en el corazón del bajo salteño.
Gloria Escalante sirve almuerzos comunitarios en su casa de la avenida 16 de Septiembre, que divide el barrio Ceferino de Villa San Antonio. En la cuadra hubo varios allanamientos por drogas este año y, a pocos metros, funciona el circuito más importante para el negocio de la prostitución en Salta.
En la mesa de Gloria comen hijos de desocupados, vendedores ambulantes y cartoneros. "Otros tienen a sus papás allá", explica, en referencia a la cárcel de Villa las Rosas, donde muchos hombres del barrio están detenidos.
"Conozco la historia de cada uno y trato de ayudarlos. Muchos me cuentan cuando sus papás se están drogando en el río o cuando hubo problemas en sus casas", asegura la mujer, que no puede tomar un taxi en cualquier momento del día porque son pocos los choferes que se animan a llegar a la zona.
Gloria tiene 58 años, seis hijos y una quemadura en gran parte del cuerpo desde la mañana en que la venció el peso de una olla con agua hirviendo. "Me gusta hacer todo en la cocina. Me ayudan algunas madres, pero yo superviso porque quiero que las cosas estén bien hechas".
Sopita de Letras comenzó como un comedor pero se convirtió en un centro de ayuda que está más presente que la mayoría de las instituciones oficiales para los vecinos de Ceferino.
En el salón donde comen todos los días los chicos, también se hacen talleres de oficios para desocupados y funciona una escuela donde toman clases 24 adultos que no terminaron la primaria, entre las cinco de la tarde y las nueve de la noche.
En la casa también funciona un "ropero comunitario" que distribuye prendas usadas y un albergue para cuatro ancianos que no tenían dónde vivir.
Gloria creció en el Hogar Escuela Carmen Puch de Güemes, donde estuvo internada desde primer grado porque su mamá trabajaba todo el día y no podía cuidarla. "Mi papá me abandonó cuando tenía un año pero le agradezco haberme traído al mundo", asegura.
Después de terminar la primaria, estudió costura y fue cortinera la mayor parte de su vida, pero dejó el oficio hace poco porque el reuma le impide manejar las manos. Pese a la enfermedad, sigue cocinando todos los días para los chicos del barrio que empiezan a juntarse en la puerta de su casa antes de las 12.
El comedor se sostiene principalmente por un convenio con el Banco de Alimentos, por el cual, le donan mercadería que los supermercados no pueden vender por defectos de empaque.
"La alegría que tienen los chicos cuando les doy algo, yo también la sentía. Estoy muy agradecida. Voy a seguir hasta el día en que cierre los ojos", compartió Gloria Escalante, en un resumen de los motivos que la impulsan a ayudar todos los días.

Sopita de Letras es uno de los comedores más antiguos de la ciudad ¿Cómo se sostiene?

No tenemos ni un arroz del Gobierno. Por un convenio con el Banco de Alimentos, nos dejan ir a los supermercados y elegir las cosas que no se pueden vender porque los paquetes están rotos.
Nos traemos en un flete lleno una vez cada tres meses. Además, la Caserita nos regala carne de chancho. También nos ayuda el restaurante La Candelaria y la Iglesia de La Cruz. Además, fabricamos quesos para hacer trueque por las cosas que nos faltan.
Esto me gusta. Siempre voy al frente y decido lo que se va a hacer. Mi mamá, que falleció hace tres meses, me heredó la casa donde hicimos el comedor.

El comedor se convirtió en el lugar donde se hacen muchas actividades del barrio. Es como un centro comunitario...

Es así. Tenemos un pequeño ropero y a la tarde usamos el salón para dar talleres de tejido y marroquinería. Los docentes son de la cárcel de Villa las Rosas. Muchos de los chicos tienen a sus papás allá.
Acá también funciona una escuela especial para adultos que no hicieron la primaria. Además, tenemos un albergue donde viven cuatro ancianos. Hice cursos en la Secretaria de Adultos Mayores y tengo mucha experiencia en geriatría.
Ahora estamos por ampliar para tener más espacio. Los chicos tienen que comer en dos tandas porque no hay lugar para todos.
Las necesidades están en todo momento. A la hora que sea me vienen a pedir pan y siempre tengo algo en la heladera.

¿Por qué lo hace?

Todo lo que hago refleja lo que fue mi vida cuando era chica. Yo me crié en el Hogar Escuela Carmen Puch de Güemes hasta los 13 años porque mi mamá estaba sola.
Mi papá me abandonó cuando yo tenía un año. Mi mamá me crío lavando y planchando. Primero vivíamos en un asentamiento en la calle Alvear y Alsina. Después compró el terreno donde está el comedor ahora.
En esa época ella era caramelera y vendía afuera del colegio Santa Isabel de Hungría. En esa escuela yo hice el jardín de infantes.
Después pasé al Hogar Escuela porque mi mamá trabajaba todo el día y no me podía cuidar. Mis hermanos eran más grandes y también tenían sus empleos.
Yo vivía en la escuela y ella me buscaba los viernes, pero a veces no podía y me quedaba todo el mes.
Son recuerdos lindos y tristes a la vez porque un niño siempre tiene que estar al lado de sus padres. Pero doy gracias a Dios porque aprendí a valorar todo.
Críe a mis hijos con mucho esfuerzo, separada del padre. Decidí que a mis problemas los iba a dejar en el canal.
Mi mamá siempre trabajó aunque era ciega. Acá en el comedor ayudaba mucho. Con mi papá estoy muy agradecida por haberme traído al mundo, pese a que no me crío.
A la alegría que tienen los chicos cuando les doy una ropa, yo también la sentía cuando era una nena. Si una patrona le daba a mi mamá un vestido para mí, me ponía chocha. Lo reformábamos para que me quedara bien.

¿Pudo hacer la secundaria?

Hice la secundaria y estudié enfermería hasta segundo año. Me gusta mucho leer. Aprendí costura y me dediqué a ser cortinera. Así eduqué a mis seis hijos. Cosí toda mi vida hasta hace tres meses. Dejé porque tengo reuma y ya no puedo manejar las manos. No puedo ni enhebrar una aguja.

El comedor está en una zona donde los chicos viven cerca de las drogas, la prostitución y la violencia ¿Cómo los afecta eso?

Acá vinieron chicos que tienen problemas con las drogas. A veces llegan después de que almuerzan todos y yo les doy de comer. No puedo decirles que no.
Yo críe a mis hijos acá y puedo caminar tranquila por la calle. Todo depende de la familia. Acá se ve el abandono de muchos chicos.
También hay muchos padres que colaboran. Me gusta hacer todo en la cocina. Me ayudan algunas madres, pero yo superviso porque quiero que las cosas estén bien hechas

¿Cómo surgió el comedor?

Cuando yo estaba casada, vivía en la esquina de Ituzaingó e Independencia, en Villa San Antonio. Ahí empecé a ver las necesidades de la zona y daba de comer en un pasillito.
Después me separé, me vine a la casa de mi madre y me dediqué plenamente a esta actividad. Todo esto te tiene que gustar mucho. Hace un mes se me cayó encima la olla de agua hirviendo y me quemé. Estuve internada en el Hospital San Bernardo. Pensé que no salía. Estaba muy acelerada y tuve que parar un poco.

¿Cómo se logra alimentar a 80 chicos todos los días solo con donaciones?

No sé. La verdad que no me explico cómo hago para que me alcance y sobre. Me doy el gusto de ayudar a otros comedores más chicos. Si no tengo para cocinar, empiezo a hacer queso para cambiar por otras cosas. Nunca tuvimos ayuda de un gobierno.
Preparamos guisos, sopas, polenta, fideos con queso... A los chicos les encanta. Con la carne que nos dan, hacemos chorizos y los servimos con pan.

¿Desde dónde vienen los chicos a comer?

Los chicos que vienen son hijos de cartoneros, padres solos, carameleros y vendedores de huevos, entre otras cosas. Son de La Costanera, de San Antonio o de San Ignacio. Cuando no vienen, a veces voy con un carrito a llevarles comida. Yo conozco la historia de cada uno y trato de ayudarlos. Muchos me cuentan cuando sus papás se están drogando en el río o cuando hubo problemas en sus casas

¿Hasta cuándo va a seguir?

Estoy muy agradecida. Por eso sigo ayudando y voy a seguir hasta el día en que cierre los ojos. Mientras pueda colaborar con los demás, voy a continuar. Tengo la esperanza de que alguno de mis hijos tome la posta.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD