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En la historia del pequeño ídolo doméstico hay un ritual que se realiza todos los martes y viernes del año y que consiste en colocar en su pequeña y redonda boca un cigarrillo encendido. Su fama de fumador es bien conocida en el mundo andino.
Sobre su robusto cuerpito el Ekeko cargaba las modestas esperanzas de la gente del pueblo: una bolsita de harina, otra de arroz, una casa en miniatura, un colchón y una montura.
Los entendidos dicen que esos símbolos representan las primitivas necesidades de los hombres, como el comer, el buen dormir, el abrigo de cuatro paredes, mientras que la montura presagia la compañía de una mula para acortar el camino.
Para las alegrías del carnaval lleva una bolsita de papel picado, confites de colores para convidar a las damas, un manojo de hojas de coca para coquear en los solitarios senderos de la vida y un fajo de billetes de un utópico Banco de la Fortuna.
Cada uno de estos minúsculos objetos son sutiles artesanías que representan esperanzas de bienestar para el futuro, una suerte de idea de cómo es la felicidad terrena y también la certeza de que el Ekeko habrá de cumplirlas.
Es curioso, pero si esas expectativas no se cumplían, la fe de los aymara no decaía. Ellos eran fieles creyentes de la pequeña deidad familiar, y al año siguiente, con el mismo fervor, repetían la liturgia pagana y renovaban la ilusión de prosperidad.
Pensaban que la generosidad del panzón era suprema, como su poderío, y a fuerza de leyendas y de historias contadas en noches de luna llena, el Ekeko fue creciendo en el imaginario popular.
La creencia en este personaje es tan fuerte como la misma historia de su pueblo, que resiste aún estoicamente, la dura y sangrienta prueba de la colonización primero y la explotación después. En tiempos de los conquistadores prohibieron y ridiculizaron la veneración del Ekeko, a la que castigaron con severas penas.
El Ekeko era, mucho antes de la irrupción española en el nuevo mundo, el que atraía la fortuna y la alegría. Aún en la obligada clandestinidad, fue en el seno de las familias, el inseparable compañero de la casa.
En la actualidad, el Ekeko, el muñeco barrigón, sonriente y satisfecho, se compra en casi todos los mercados artesanales de la Argentina. A su lado, para así cumplir con un extraño designio, siempre hay un cigarrillo, que antes era de chala, pero que ahora es de papel y con filtro.
La tradición dice que quien adquiere un Ekeko, también se compra las atenciones.
Si se lo obtiene sin carga, cada 24 de enero, por ser su cumpleaños, hay que comprarle algunos artículos para que los cargue en la espalda y no esté "pila".