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Laberintos humanos. Aveloriaos

Viernes, 02 de octubre de 2015 00:00
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Laberintos humanos. Aveloriaos

Promediaba la velación del Jacinto Cruz, quien había vivido doscientos años como hombre y como tigre, y cuando estábamos medio machaditos por la pena y por el vino fue que escuchamos las voces que gritaban a la puerta. Buen momentos para comedidos, dijimos por lo bajo tratando de disimular lo aveloriaos que estábamos, y salimos a ver que era ese barullo.

Una decena de hombres montados no tardó en reconocer al Varela. Buscamos que nos devuelvan el cuerpo del Jacinto Cruz por orden de don Felipe, nos dijeron, pero ignorábamos que estaba con este desertor, dijeron en referencia a nuestro amigo. Carla se puso a su lado tomándolo del brazo temiendo que lo alzaran.

Así que serán dos los que llevemos al campamento, nos dijeron. Uno muerto y otro vivo si se aviene, aseguraron. No soy desertor, que ya no hay guerra de la que huir, dijo el Varela algo dudoso, cuando los otros le respondieron que no hay guerra pero hay montonera alzada en los valles, que aunque seamos fantasmas tenemos nuestros códigos.

Mientras esto se discutía, a nuestras espaldas como fantasma, pero igualito al vivo y para nuestro susto, se apersonó el difunto, subió a la grupa de uno de los montados mirándonos como si nos acusara, mientras el que parecía ser el jefe tenía los ojos clavados en el Varela. ¿Qué va a hacer, compadre? ¿Se viene por las buenas o habrá que pelear?, preguntó tomando la empuñadura del cuchillo.

La cosa parecía cobrar tintes oscuros, y la única que parecía estar dispuesta a dar pelea era la Carla Cruz porque lo amaba.

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