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Laberintos humanos. Sobreviviendo
Cuando el hombre montado llevó la mano al mango del cuchillo para preguntarle al Varela si se avenía a ir con ellos por las buenas, Petraccio, Armando y yo comprendimos que la causa nos excedía. Aquellos hombres estaban hechos para pelear y nosotros nos habíamos acostumbrado a huir, y así pudimos sobrevivir todos estos años.
A Carla Cruz le alcanzó con mirarnos para comprender que no seríamos de la partida, y ahí fue cuando a Armando se le ocurrió que por qué no lo jugamos a los dados y, para nuestra sorpresa, el que comandaba la partida se apeó, con los ojos en brillo, y se arrodilló para sacar de abajo del poncho dos cubos numerados.
Los arrojó en el suelo para ver que le salían un seis y un cinco, y alzó la mirada hacia Armando con una sonrisa en los labios. Ahora le toca a usted, le dijo, y Armando sopló los dados en su palma y los arrojó en el suelo para sumar, también, once puntos.
Son dados tallados en el hueso de un enemigo que matamos en combate, dijo el otro mientras los volvía a batir, y lo dijo tanto como para que supiéramos que había gualicho y que la partida, aunque demorara, estaba perdida de antemano.
Así arrojó su suerte para dar apenas siete. Armando hizo lo propio que, para nuestra sorpresa, daba nueve, pero el hombre de guerra miró los dados fijamente y uno de ellos se volvió de lado para que fuera nuevamente empate.
No hay caso, dijo el Varela besando a Carla Cruz en los labios. Nos miró y nos dijo que nos agradecía la hospitalidad y se montó a la grupa de un caballo.