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Damasio fue uno de los hombres más longevos de Aguaray, vivió hasta el 2009 y, si sus recuerdos eran como él los repetía, su vida transcurrió en 108 años, muchos más años que los que tienen los pueblos del norte de Salta.
Los últimos días de su vida los pasó con una nieta y seis bisnietos en una humilde casilla en Aguaray, allí se había trasladado desde otra casita precaria en dirección a la vieja entrada hacia Campo Durán, donde vivió varios años.
En un relato simpático que hacía sonreír a quien lo escuchara, recordaba que cuando cumplió 12 años su padre viajó a Salta y él se quedó con su madrina, quien terminó de criarlo. A los 18 viajó a la ciudad capital para enrolarse.
"Cuando volvía tenía que cruzar el Pilcomayo a caballo. Pero el agua lo arrastró y a mí me dejó sin ropa, así como Dios me había mandando a este mundo. Doña Reina, una señora que estaba cuidando sus animales, me vio y me dijo: "¿Qué te pasa que andas desnudo?''. Y le dije que el agua me había llevado el caballo, la ropa, la libreta de enrolamiento y casi me lleva a mí".
Damasio trabajó desde niño cuidando chivas y ordeñando las vacas en Monte Carmelo y años después se trasladó a Campo Durán.
Frente al lugar donde hoy se levanta la destilería, Damasio contaba, señalando con su brazo extendido, que "ahí estaba la iglesia; la escuela estaba al costado de la Sargo (la empresa que construyó la refinería, el poliducto y el gasoducto del norte) y la maestra era doña Catalina Figueredo".
Una leyenda viviente
En aquellos años en que el norte era solo el paso entre quienes comerciaban con el sur de Bolivia, Damasio solía recordar a su abuelo. "Se llamaba Calixto Ramírez, tenía carros y trabajaba llevando azúcar, harina y yerba. Tenía un potrero grande, sembraba mucho maíz y tenía 18 carros con los que llevaba cañerías para la Standard (la petrolera americana que a partir de 1927 inició la perforación de los pozos en la zona de Aguaray).
En sus años de juventud, Damasio también trabajó en el ingenio San Martín del Tabacal, sembraba cañas, batatas y maíz. "Me acuerdo también de la llegada del tren aquí a Aguaray. El ingeniero Fidalgo Mora tenía que hacer la obra porque el tren que tenía que llegar hasta Santa Cruz de la Sierra y así lo hizo", recordaba este hombre.
Los niños de Aguaray de aquellos años que se hicieron jóvenes, adultos y luego ancianos seguían viendo a Damasio y para ellos era algo así como un hombre eterno que había logrado sortear a la muerte porque muchos pobladores de Aguaray ya habían perdido la cuenta y a muchos hasta gracia les causaba hablar de la edad de Damasio.
Murió siendo tan anciano que para los investigadores norteños que quisieron reconstruir la historia de los pueblos cercanos a la frontera con Bolivia fue el principal testimonio vivo.
Es que gracias a tantos años vividos y a su prodigiosa memoria pudieron rescatar el nombre de los primeros pobladores que eligieron el agreste e inhóspito norte para echar raíces y poblarlo.
Solía recordar que se casó dos veces y tuvo cuatro hijos: Damasio, Alberto, Raúl y Gladys. "Ellos me cuidan mucho, se ocupan de mí. Estoy bien, pero por la edad ya no puedo caminar. Lo único que necesito para estar mejor es una sillita de ruedas para que mis nietos puedan sacarme, no necesito más nada", pedía antes de morir este anciano, historia viviente de lo que fue la región aún cuando los límites entre Argentina y Bolivia no estaban definidos. Sus recuerdos nunca se perderán y ellos sí sortearán el paso del tiempo, porque quedaron plasmados en un libro histórico denominado Aguada del Zorro, que tan acertadamente escribieron docentes de Aguaray, la localidad fundada en 1911 pero que todavía no alcanza a tener los años que vivió don Damasio Ramírez, el hijo de Juan, el nieto de Calixto.