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Llegó al mundo en 2001 con muy pocas expectativas de llevar adelante una vida simple, porque al nacer los médicos le diagnosticaron mielomeningocele e hidrocefalia, lo que hacía prever un futuro muy poco alentador.
Quizás por miedo, por desconocimiento o por ambos, su madre decidió irse y dejarlo a cargo de su abuelo Julio y de su tía Andrea, quienes a pesar de ser solo tutores, se convirtieron en sus verdaderos padres. Ambos hicieron un trabajo increíble basado en el amor que les inspiró este pequeño guerrero.
Superar las vicisitudes que le deparó la vida fue y es su principal batalla y así, en el seno de una familia humilde, creció y se convirtió en un niño muy querido no solo por su entorno cercano sino por sus vecinos.
En busca de ayuda
Don Julio, su abuelo, jubilado del ingenio Tabacal, y su tía Andrea, cabo de la Policía de la Provincia, penaron durante años tocando puertas y escuchando mil promesas para gestionar una pensión por discapacidad, y sin fundamentos el expediente nunca avanzó y duerme en algún cajón de los circunstanciales funcionarios
Así pasaron los años y Julito, un ejemplo de perseverancia, nunca le tuvo miedo a nada, ni a sus propias limitaciones. Terminó el segundo año del colegio San José Obrero con excelente calificaciones, alegre, entusiasta, muy querido por sus docentes y compañeros con los cuales pasa horas charlando, riendo, jugando y escuchando reggaeton, su música preferida.
Una tarde recibió una propuesta que sin duda le cambiaría la vida.
La profesora de Educación Física, Ana Mercado, llegó a su casa para proponerle un gran desafío: entrenarlo para competir por primera vez en el torneo Evita. Sin dudarlo, el niño se puso a trabajar en un duro entrenamiento.
Los recursos eran escasos, pero su familia lo acompañó día y noche. "Empecé a ejercitarme en lanzamiento de bala y lo hacía con bolsas de arena. La primera vez que tuve una bala en mis manos fue en el propio torneo, en Mar del Plata", contó.
Durante la semana entrenaba velocidad en el terraplén de construcción de la autopista, con una voluntad de hierro para llegar al torneo nacional.
Pero otra dificultad se interpondría en su camino. Los pasajes para viajar junto a su abuelo llegaron a nombre de su mamá biológica y nada se pudo hacer para solucionarlo. "Lloré mucho, fue enorme el esfuerzo para llegar hasta ahí, pero una vez más mis tíos y abuelo, sin pensarlo, compraron los pasajes en avión para que yo llegara a tiempo", dijo.
Mar del Plata
Julio, ya en el contexto del torneo nacional, recuerda: "Mi abuelo tuvo miedo cuando vio a los otros atletas con sillas especiales, guantes, rodilleras y yo solo con un sueño. Y le dije "no te preocupes porque yo voy a ganar''. Y puse todo de mí".
Tanto que volvió a su pueblo con dos medallas doradas por haber ganado en carrera de 80 metros y en lanzamiento de bala. Yrigoyen no fue menos y todo el pueblo lo recibió como un verdadero héroe.
Demostró que se puede vencer a la adversidad con esfuerzo, muchas ganas y perseverancia y sobre todo con mucho amor, que es lo que le brinda a diario su entorno.
Dice que quiere ser maestro de grado cuando termine el secundario, además de señalar que le encantan los deportes y seguirá haciéndolos.
Si bien confiesa que su sueño es caminar, la principal preocupación ahora es seguir entrenando para el 2016, mientras su familia sigue tocando puertas para conseguir lo que por derecho le corresponde, una pensión por discapacidad que le garantice un ingreso mínimo y una cobertura medica que lo ayude en su desarrollo físico y por lo tanto, una mejor calidad de vida.