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Laberintos humanos. El toro y el gaucho
En lo bajo peleaban un toro y un gaucho. El toro arremetía con su furia de lomo negro, pero el gaucho, cuyo traje de cuero era tan negro como el lomo del toro, lo barajaba con los flecos de su poncho para evitar la lastimadura de sus cuernos. Cuando el toro pasaba por debajo de los flecos de su poncho, el gaucho mostraba su cuchillo.
Le mostraba el cuchillo como si le dijera: este filo pudo haberte terminado, pero el toro no entendía esas sutilezas y escupía humo por la nariz, arañaba el suelo y volvía a embestirlo. Entonces el gaucho, con arte envidiable, cortaba apenas la oreja del toro. Entre los pelos negros de la oreja del toro brotaba la semilla de su sangre roja.
La sangre del toro caía desde su oreja lastimada al suelo, donde estallaba en un silencio que lo oscurecía, pero las heridas en la oreja no matan ni debilitan. Sólo marcan y el gaucho dio un paso hacia atrás para encender un cigarrillo y pitar mirándolo al toro de modo desafiante, entonces Carla Cruz pensó que esa pelea podía ser igual a la que su amado Pablo batía contra los Varela.
Pablo, Pedro y Esteban Franco se habían quedado peleando con la bárbara montonera motoquera, y ella huyó acaso sólo para ver este otro entrevero en el que creyó que el anterior se reflejaba. Vio en los ojos enrojecidos del toro una pasión similar a la del gaucho, y en los cabellos del gaucho, bajo el sombrero aludo, algo de la cerda del vacuno, y cuando abrió la tapa de su teléfono celular para consultar al Abuelo Virtual, vio en la pantalla que su rostro sonreía.