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Laberintos Humanos. ¿Qué más Quiere?
El molle le pegó un sonoro cachetazo que la silenció en el acto, y le recriminó que ella no tenía derecho de obligarlo a actuar. Pero usted era un árbol quieto y mudo. Ahora habla, piensa y se mueve, ¿qué más quiere?, preguntó Carla Cruz como si le hubiera hecho un favor.
¿Usted cree que debo estarle agradecido?, quiso saber el molle. Hace miles de años los árboles pensábamos, hablábamos y nos movíamos hasta que uno de nosotros miró desde lo bajo al cerro y notó que pestañeaba. Vea, le dijo al cerro, acabo de descubrir que usted no es una cosa.
El cerro no le respondía pero ese lejano árbol, que es el abuelo del abuelo de mi tatarabuelo, insistió tan cargosamente que el cerro tuvo al fin que abrir la boca y responderle. ¿Para qué me molesta?, le preguntó entonces el cerro al árbol. Yo no lo molesto, le dijo el árbol, sino que he logrado el milagro de hacer hablar al cerro.
Entonces el cerro le contó que miles de años antes, las montañas también eran gente. Usted sabe, dijo, conocíamos la música y la poesía pero también la teología y la guerra, hasta que uno de nosotros se sentó en silencio sobre el valle y juró no moverse hasta acabar con tantas ilusiones.
Al escuchar esta historia, el árbol hizo lo mismo que el cerro y desde entonces todos los árboles guardamos silencio, le dijo el molle a Carla Cruz. ¿Cree usted que debo agradecerle por hacerme hablar?
Carla Cruz lo miró asombrada porque siempre creyó que la gente era superior a los árboles, y que los árboles eran superiores a los cerros y los cerros a las nubes.