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¿Peligros en España y Grecia?

Martes, 05 de mayo de 2015 01:30
¿Peligros en España y Grecia? ¿Peligros en España y Grecia?
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En algunas notas anteriores se había planteado que la Economía ha logrado un claro lugar en las ciencias sociales al contar con muchas leyes debidamente apoyadas en la evidencia cotidiana, lo que era "bueno". Por otra parte, se señalaba que es "malo" que algunos economistas se aferren a viejos esquemas. Finalmente, se planteaba que es "feo" que algunos economistas se asignen a sí mismos el papel de custodios de la fe actuando como energúmenos contra los que piensen distinto, a la vez que, en el otro extremo, los "chiflados famosos" -y otros no tan famosos, pero sí generosamente chiflados- inventaban nuevos diseños económicos para "resolver" los problemas de sus gobiernos que por lo general crean ellos mismos.
Hoy, la realidad de países como España y Grecia transitan por un camino de franca rebeldía contra la ortodoxia dominante en Europa, cuyas ideas, si bien no alcanzan los extremos que implican las recomendaciones de los economistas ultraliberales, en cambio son muy restrictivas, por ejemplo en cuanto a lo que se refiere a la rigidez del Euro y otras recomendaciones que resultan dramáticas para las economías más frágiles como la española y la griega.
Si bien no está en discusión la torpeza en el manejo de estas economías por parte de varios de sus gobiernos anteriores, no es menos cierto que "las recetas ortodoxas" contribuyeron en gran medida a que esas y otras economías, sometidas a tales recetas, se destartalaran más que lo poco que podían recuperarse: alto desempleo, recesión profunda y crisis económica, política y social, que en el caso de Grecia desembocó en el actual gobierno de tinte populista.
El error de la ortodoxia se sustenta precisamente en la convicción de que el ahorro de las familias es la clave para el crecimiento de las economías. Consecuentemente, se recomienda una drástica reducción del gasto público que abate el empleo en el sector estatal, arrastrando al resto de la economía a la caída en las ventas, producción y empleo. La ortodoxia económica considera que, al amparo de esta sangría, se reducen también las importaciones, lo que contribuye a sanear el sector externo, en tanto la devaluación de la moneda torna más competitiva las exportaciones y finalmente, el mayor ahorro que debería producirse porque el consumo ha caído fuertemente, impulsará las nuevas inversiones que generarán empleo genuino, manteniendo bajo el nivel del gasto público.
Como lo ha experimentado la Argentina, sometida en numerosas oportunidades a esta terapia, el remedio suele ser peor que la enfermedad. Está fuera de duda que el gobierno de la Argentina mantiene una irresponsable política de gasto público creciente que alienta la inflación al encorsetarse el tipo de cambio. Sin embargo, la solución para revertir la crisis de estas economías debe buscarse en un manejo distinto, apartado de las propuestas populistas y de la ortodoxia económica.
En primer lugar, el gasto público no debe bajarse en términos nominales ni reales, sino que debe estabilizarse, mientras se diseña un escenario económico fuertemente proclive a la inversión privada, a la vez que desde el Gobierno se provoca un "enroque", reemplazando progresivamente el gasto corriente y despilfarrador, por la inversión pública. En segundo lugar, debe acordarse con los acreedores un camino posible y realista para el pago de la deuda, sin decisiones unilaterales. Esto posibilitará el refinanciamiento de la deuda externa y una corriente de capitales funcionales al proyecto inversor. Con respecto al tipo de cambio, debe permitirse que sea el propio mercado el que determine el precio de la moneda extranjera. Finalmente, en cuanto a la inflación, debe devolverse al Banco Central la autonomía para que éste disponga de los instrumentos para que la moneda sea la necesaria y suficiente de modo que la economía pueda crecer sin cortapisas, pero con un sector público que no requiera del auxilio financiero del ente monetario: el gobierno debe financiar sus gastos con sus impuestos, manteniendo el equilibrio entre ingresos y gastos, como cualquier otro sector de la economía.
El Estado tiene un importante papel que desempeñar, "no haciendo lo que realiza el sector privado, sino lo que nadie hace,,," como decía Keynes hace casi 100 años. La inversión pública se ocupará de la infraestructura, la educación de calidad, las obras de saneamiento, la vivienda y un extenso temario de necesidades sociales y económicas largamente postergadas.
La alternativa a este enfoque centrado, distante de las posiciones extremas de la ortodoxia y del populismo carente de base científica, es un imperativo para dejar atrás el subdesarrollo y la decadencia que, como lo muestra Grecia hoy, no son privativos de América Latina. Por otra parte, volver el péndulo entre el populismo y la ortodoxia extrema sólo servirá para mayores sufrimientos de la gente y alejar a las economías subdesarrolladas de las de mayores estándares de vida, las que, al manejarse en general con mayor seriedad que las economías subdesarrolladas, no llegan a probar la amarga y estéril medicina de la ortodoxia que en muchos casos abreva entre los economistas de esas mismas economías de alto desarrollo.
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