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Laberintos humanos. Brotar de espantos
El Abuelo Virtual les contó a Carla Cruz y al Varela sobre ese tiempo en el que la selva se comió las provincias abajeñas con su verde y con sus fieras, y la Quebrada y la Puna quedaron cercenadas de la civilización europea. Entonces fue que un turista alemán logró transformar su radio en una poderosa red de teléfonos celulares con la que se comunicaba con los jóvenes perdidos en los cerros.
Les empezó a hablar como el Abuelo Virtual, nombre que no recordaba cómo había nacido, y los aconsejaba cada vez que los espantos brotados de los cuentos los atacaban en la noche. Pero hubo algo más, les dijo, y fue el retorno de los Varela. Hace muchos siglos, les dijo, Felipe Varela y su montonera pasaron vencidos por esta provincia.
La fama que le difundían los patrones era atroz, así que la memoria que se tiene de ellos, que no estuvieron mucho en estos valles, fue espantosa: muerte, desolación, miedo. No debe haber sido esa la realidad de sus actos, le dijo el abuelo, pero ese era el cuento que se repetía. Y así como después los medios de comunicación fueron capaces de transformar la realidad, en aquellos lejanos tiempos lo hacían los cuentos de los abuelos.
Y desde algún cuento en el que un abuelo recordaba el paso de los Varela, la noche los regresó a nuestros senderos pero cabalgando en motocicletas, alzando lanzas de pvc, luciendo cascos como los soldados de las películas de guerra que recordaban. Yo sospechaba que no serían tal espanto como se decía, y pensé que debería vérselos a los ojos para conjurar el miedo.