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Qué tristeza produce ver cómo se altera, sin motivos, la noble y simple prosperidad que ofrece la naturaleza.
Invariablemente los árboles -que cumplen una función trascendental en el medio ambiente de nuestra ciudad- son maltratados con indolencia por vecinos que se complacen en mutilarlos.
Es preciso señalar, sin embargo, que existen casos donde la poda se justifica, como la seguridad, o en el caso de los frutales donde la planificación de esta intervención favorece la producción.
En cada árbol hay una cantidad de energía contenida que no se puede liberar con el solo objetivo de satisfacer el capricho del que se siente su propietario.
Actualmente las normas que rigen la regulación de la poda son vulneradas y esto deviene en la sistemática depredación del arbolado que es público.
Se debe concientizar sobre la importancia que tienen los árboles en todos los ambientes humanos y es preciso propiciar una cultura que estimule su valoración para fomentar el conocimiento del árbol como individuo.
Los ciudadanos necesitamos de zonas verdes que contribuyan a mejorar nuestra calidad de vida, y esto no se consigue talando árboles y plantando crespones u otras especies de duración efímera y alto costo económico, sino manteniendo arboledas con especies autóctonas sanas y bien cuidadas.
La trascendencia de los árboles en los distintos ecosistemas radica en que, justamente, son los capaces de liberar oxígeno hacia el entorno donde se emplazan, siendo éste necesario para la respiración de los distintos seres vivientes.
Mientras que por otro lado, eliminan de la atmósfera o reducen la concentración del dióxido de carbono, principal responsable del efecto invernadero.
Queremos tener árboles a nuestro alrededor porque nos hacen la vida más agradable. La mayoría de nosotros respondemos a la presencia de árboles no sólo admirando su belleza. En una arboleda nos sentimos serenos, sosegados, descansados y también tranquilos.