inicia sesión o regístrate.
Laberintos humanos. Supervivencia
Cuando los perros huelen un tigre prefieren seguirle el rastro de lejos antes que enfrentarlo cara a cara, y eso no se llama cobardía sino instinto de supervivencia. Ni siquiera es astucia, que no sacan con ello ninguna ventaja salvo la de salvar el pellejo, y una vez que Jacinto Cruz se transformó en tigre para trepar la cuesta de la playa, los perros le ocharon la huella para volverse al fin como quien dice que no hay caso, ya es tarde.
Agacharon las orejas, nos miraron como quien dice que le pegaron un buen susto y no se va a atrever a regresar, sacaron el rabo de entre las patas como para que no nos demos cuenta y salieron corriendo tras la rueda de un remis que, en todo caso, era menos peligroso que un tigre. Por nuestra parte llegamos a la casa donde Carla Cruz nos esperaba con matecito y bollo amasado por sus propias manos.
No era buena cocinera ni lo pretendía, pero tampoco el Varela era un paladar exquisito y en todo caso no hay masa que no se ablande en el agua hervida ni milanesa que no se pueda cortar tan pequeña como para poder tragarla, cuando escuchamos las palmas que batían a la puerta y salimos a ver de quien se trataba.
Se trataba de un hombrecito bajo tras cuya cabeza se alzaba el caño de una escopeta, quien sin mayor preámbulo nos ofreció la carne de tigre que tengo amarrada al burro. Es fresca, dijo, lo acabo de matar, y nosotros, que sabíamos que se trataba del Jacinto que acabábamos de dejar tras escucharle el relato, nos quedamos pasmados por la simpleza con que se narra una muerte.