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Laberintos humanos. Dilema dramático
El blues de Vernuce trataba de una enfermerita que se debatía entre ser fiel a sus juramentos infantiles o amar a quien le dictaba el corazón, que era Natanael Quispe, el de la mano trunca. Eulalia Vilte se debatía en un dilema dramático: de niña soñó con caricias de cinco dedos que en la juventud sólo fueron dos.
Aquella noche aceptó la jugarreta trágica de la vida, que parecía reír diabólica, y olvidada del lejano juramento, se hizo acariciar por la desgracia. Pero los juramentos infantiles tienen el sabor del gualicho, y cuando Natanael pasaba la palma de la mano por sus largos cabellos tan negros y tan lacios, Eulalia cerraba los ojos y se imaginaba niña y llorando por la traición.
Estaban en la pista de baile cuando la enfermerita no aguantó más y salió corriendo. Corrió en aquella lejana noche tilcareña de mediados de la década del cuarenta, cuando sucedía la historia que contemporáneamente cantaba Vernuce, hasta que se topó con una abuela que pastaba sus ovejas a orillas del río.
La abuela la miró a los ojos y con toda la sabiduría de diez mil años de historia le dijo que no seas tonta, enfermerita linda. No dijo nada más, y la Eulalia Vilte se quedó esperando que le diera un consejo que no llegaba, porque como por arte de magia desapareció de la playa del río junto a su majada.
Sólo le había dicho que no fuera tonta y que era una enfermerita linda, ¿y cómo podía aplicar esas palabras a la situación que debía resolver? Se trataba de un verdadero dilema que le disolvió el mismo destino despiadado.