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Laberintos humanos. Donde nace el destino

Lunes, 29 de febrero de 2016 19:20
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Laberintos humanos. Donde nace el destino

Dijimos que el oficio de Luisa y de Luis era desenmascarar las falsedades que circulaban por el pueblo, cosa demasiado fácil cuando las verdades se conocen pero prefieren no decirse por compasión, lástima o desidia, como era el caso del Émulo Benítez, vecino de esta parroquia e hijo de un hombre del mismo nombre aunque con distinto apellido.

Cada mañana, el Émulo Benítez se miraba al espejo y concluía que, pasara lo que le pasase, estaría conforme con lo que Dios le depare. Y no sólo conforme sino agradecido, decía viendo la sonrisa del reflejo, alzándose la solapa de la camisa y encarando para la puerta, donde se supone que comienza el destino.

El Émulo Benítez toleraba afrentas, hacía la vista gorda cuando el almacenero le birlaba el vuelto o el choclo de las humitas era de lata, siempre con esa sonrisa que parecía enrostrarles que, al fin, el Señor le devolverá el doble en virtudes, e incluso deseando los pesares en la plena confianza de que son la antesala de lo mejor por venir.

¿Cómo iba a soltarlo de la mano a él, que había puesto su más sincera confianza aún en las situaciones más adversas?, y ese acaso fue el problema del Émulo Benítez, hombre que se creía digno de que desde lo alto lo tuvieran en cuenta para devolverle todo lo que le quitaban los mortales.

Así llegó el Émulo a la puerta del club Belgrano, cuando aún era el club de los ferroviarios y no había enfrente terminal de ómnibus sino que daba a su lado el puente que llegaba del andén, y se dijo que una noche de alegría no le vendría mal.

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