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Laberintos Humanos. Caso sin cara.

Lunes, 14 de marzo de 2016 01:30
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Laberintos Humanos. Caso sin cara.

Justino Júmere Jumez llegó excitado a la mesa del juez. Llevaba un grueso bibliorato que abrió sobre el mantel tejido a crochet. Para sorpresa del letrado, el legajo no tenía fotografía: ese es el asunto, dijo Justino con una sonrisa. Aunque todo indica que se trata de la misma persona, la policía no tiene la menor idea de quién es.

Su perversión es su firma, continuó Júmere acariciando su luenga barba blanca: sólo busca mirarles el muslo a las señoritas y señoras que se pasean por un radio más o menos amplio de Ciudad de Nievas, pero ninguna de ellas pudo acusar al mismo criminal que otra de sus víctimas. Es que acaso no sea una persona, opinó Neonadio.

Es que acaso no sea una persona, subrayó Jumez, pero tampoco se tiene que los actos perversos de un animal, un vegetal o una cosa sean delitos. La justicia no puede hacer más que talar un árbol molesto, sacrificar a un perro agresivo o mover una piedra que obstruye el camino, dijo el juez.

Así que si el delito lo comete un árbol, un perro o una piedra, concluyó, hemos dado con el crimen perfecto. Y nuestro trabajo será encontrarle la falla a esa perfección, descubrió Neonadio dando en el clavo de su oficio de caballeros andantes. Entonces fue que el magistrado buscó el volumen de poesía de su biblioteca y lo abrió en la página precisa para repasar los versos con la yema de su dedo índice.

La biblioteca se meció cómplice, los héroes se despidieron del cronista don Justino y, vistiendo sus hábitos franciscanos y sus espadas, montaron en sus motocicletas negras.
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