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Laberintos humanos. Periodistuchos

Jueves, 24 de marzo de 2016 19:50
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Laberintos humanos. Periodistuchos

Al regresar a la casa del juez en Ciudad de Nievas al tiempo presente de este relato, que es de por el año sesenta y tantos, Pistoccio y Neonadio le contaron a Justino Júmere Jumez que las cosas terminaron mejor de lo que parecía que fueran a terminar, y que podía informarle a Peroglio Pérez que gracias a su advertencia pudieron salvarlo él, cuando era niño, a su familia y al resto de los pasajeros que viajaban en ese tren hacia La Quiaca.

Nadie mejor que él sabe que salvó su vida, dijo el poeta periodista de luenga barba blanca, y no soy de esos periodistuchos que se vanaglorian de dar noticias obvias, lo que quiero es escuchar qué pasó con el maquinista enloquecido. Lo despidieron, dijo Neonadio, pero Pistoccio lo convenció de que escribiera los extraños sucesos de ese viaje en tren, y gracias a las ventas de tan imaginario libro, vivieron ese hombre y su familia, y sus hijos estudiaron en la universidad.

Acá lo tiene, si quiere leerlo, le dijo el magistrado a Júmere Jumez tomando un ejemplar de su biblioteca. Pero la historia, si vamos a creerle, no termina en la estación de Tres Cruces, donde los dejamos, sino que en el capítulo dieciocho cuenta que, dejando los vagones en la estación en que se carga el mineral, la locomotora, bajo su mando, comenzó a atravesar la ancha planicie de la puna.

Y debería haber llegado a Abra Pampa, como corresponde por ser la próxima estación en ese viaje, cuando pasando Lumará, ante los mismos ojos de un chango que caminaba por las vías, se transformó en un toro gigante.

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