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Laberintos humanos. Capítulo dieciocho
El juez Pistoccio había convencido al maquinista enloquecido que, una vez perdido su salario ferroviario, se dedicara a escribir la memoria del último de sus viajes, que partiera de la estación de San Salvador una mañana del año 1941, que fue un trayecto placentero hasta llegar a Iturbe, antes de cuya estación telegrafió a las autoridades que no pensaba detenerse.
Eso ya lo conocen ustedes por los últimos Laberintos, pero en el capítulo dieciocho de su extraño libro, que obtuvo tanta fama que de sus ventas vivieron el ex maquinista y su familia, se dice que tras pasar Tres Cruces, sólo con su locomotora, hacia Abra Pampa, a la altura de la capilla de Lumará, ante la misma vista de un joven que caminaba por las vías, la locomotora se convirtió en un toro feroz.
En ese capítulo el libro deja de ser autobiográfico, porque ya no cuenta las vivencias que ya conocemos del maquinista, sino que es como si lo relatara el muchacho que caminaba por las vías, y ese es un claro signo ya sea de la locura del maquinista como de la genialidad del escritor, que pueden ser la misma cosa.
El muchacho cuenta que venía andando desde su casa a la de su novia, cuando sintió que el lejano pitido de la locomotora era ya el enfurecido bramido de un toro, se volvió y lo vio negro y cornudo, echando humo por la nariz, arrollando cuanto se le pusiera a su paso, hasta que se le detuvo enfrente como si lo incitara a pelear.
Entonces el muchacho, apodado Toronjil desde niño por sus amigos, sacó de su faja un pequeño cuchillo y le hizo frente.