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Laberintos Humanos. Todo un caballero
Al Émulo Benítez le tocó bailar con la más fea, que además lo pisaba a cada vuelta de chacarera con esos zapatos de taco que no sabía usar. Tras la noche llega el amanecer, se dijo con tono sabio cuando, tras toda la noche de intentar bailar con ella, le ofreció acompañarla a la casa.
Sólo eran tres cuadras, por entonces casi el ancho del pueblo, y una noche perdida entre tantas no es tan grave, se dijo, que se me compensará si lo tomo con resignación, se convenció de su buena aunque lejana suerte. Ya a la puerta de la casa de la muchacha vio que se prendían las luces de la ventana y salía a la calle un hombre en pijama y con trabuco.
Le apuntó acaso sabiendo que el arma era muy vieja y no tenía municiones, y le advirtió que quien deshonre a su hija deberá casarse con ella, cosa que después se supo que fue un truco para colocar a una hija tan fea que creyó que jamás se casaría, y el Émulo Benítez, titubeando por si había olvidado algo, le respondió que no la había deshonrado sino acompañado nomás señor.
Yo conozco a los de su calaña, dijo quién iba a ser su suegro, y como amanecía ya sobre Tilcara, echando el Tata Inti sus brazos cálidos sobre el valle al pie del cerro, fueron los tres hasta el registro civil, alzaron a un machado cuyo nombre no viene al caso mentar, y se casaron hasta que la muerte los separe, exigió el padre de la novia que se dijera aunque no se trataba del cura.
Así fue como ese mismo mediodía el Émulo Benítez tuvo a su fea esposa cocinando en lo que hasta la víspera era su anafe de soltero.