¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
13°
10 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Laberintos humanos. Estación Humahuaca

Jueves, 21 de abril de 2016 17:57
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Laberintos humanos. Estación Humahuaca

Pero al bajar al andén de la estación de Humahuaca, el juez Pistoccio se topó con la mirada de una mujer que le echaba en cara que ahora venís a buscarme, cuando ya no valgo nada, y aunque tuviera razón en la valuación que se daba a sí misma, no era cierto que el magistrado había llegado hasta allí para buscarla.

Pistoccio, de todos modos, era un caballero y no sólo andante. Le tomó la mano ya regordeta, le sonrió como si para él tampoco hubieran pasado tantos años y le repitió esa mentira, efectiva cuando se la quiere creer, de que las mujeres bellas son como el vino porque a más tiempo mejor cuerpo.

Pero era imposible decirlo delante de ella, que acaso fuera bonita cuando los dos fueron jóvenes, y tanto ella como él se echaron a reír con esas risas que parecen campanario llamando a misa, y Neonadio se relajó comprendiendo que una mujer que hubiera amado al juez no podía carecer de sentido del humor.

Hace muchos carnavales, dijo ella; hace mucho tiempo, dijo él. Y ella les dijo, como si fuera una pregunta, que no era necesario que tomaran ese tren que ya partía aunque llegaran a Humahuaca en él, y el juez no tuvo que preguntarle a su compinche para responderle a la dama que no era necesario, que ella mandaba.

Entonces se hundieron en una de esas noches de calles angostas regadas con faroles deliberadamente parcos, y a Neonadio le pareció que no era ya necesario que le contaran nada del recuerdo para imaginar que aquello, aunque bajo la bandera de la comparsa, fue un amor de los que no se olvidan.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD