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Laberintos humanos. El diablo y la tenencia

Jueves, 28 de abril de 2016 17:25
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Laberintos humanos. El diablo y la tenencia

El dueño de la Casa Grande les dijo a Neonadio y a Pistoccio que un niño cada noche le aseguraba que el Diablo le respetara la tenencia, pero cuando el magistrado le preguntó que qué hacía con los niños, el hombre dijo que debía imaginarlo. Sin pensarlo dos veces, Neonadio se arrojó sobre el anfitrión.

Pero mientras el juez alzaba al changuito tratando de huir con él por la puerta de la sala, notaron que Neonadio estaba echado sobre la mesa. Había pasado a través del hombre como si se tratara de un fantasma, y el dueño de la Casa Grande se empezó a reír con una carcajada que les heló la sangre.

Neonadio se persignó. ¿Qué era lo que estaba sucediendo? La mesa, con la que se había golpeado el vientre, era dolorosamente real. Lo único fantasmal allí era su dueño, quien después de reír les informó que se habían equivocado al actuar de ese modo, porque hay cosas que no deben saber ustedes, dijo.

El niño le rogó al juez que lo sacara de esa casa, y el magistrado lo alzó en sus brazos para salir corriendo. Tras ellos corrió Neonadio, y pronto estaban escondidos tras los sauces que ocultaban la vista del cerro. Neonadio recordó que algo más allá estaba la casa de su abuela, y anduvieron hacia ella en silencio.

De todos modos nadie los seguía, salvo su propio miedo, y al llegar los recibió una mujer muy vieja que, al verlos, dudó al mirar al changuito y a Neonadio. Su gesto sorprendido se reflejó en el de ellos, ¿qué estaba pasando en ese paraje natal de nuestro héroe? Lo que fuera daba lo mismo, y entraron a la casa.

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