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Laberintos Humanos. El cuento
Justino Júmere Jumez les contaba al juez Pistoccio y a Neonadio estas bellas historias del Toronjil, y mientras se servía una nueva taza de té humeante de la tetera de porcelana del magistrado, continuó diciendo, con su tonada castiza al tiempo que se acariciaba su propia y larga barba blanca, que Toronjil siguió su camino hacia la casa de su amada, Carlota Méndez.
Neonadio sentía, al escuchar estos cuentos, toda la nostalgia de su tierra lejana, porque había bajado a la ciudad cargando los doblones falsos de un tapado traidor, por ellos había caído en prisión, y por decirle al juez que era un caballero andante, fue liberado y cobijado en su casa señorial, donde vivía desde entonces.
La vida le había sonreído, pero esa sonrisa cargaba con el déficit de haber dejado atrás su tierra, tan llena de Toronjiles como de Carlotas. Siga nomás, le dijo a Justino Júmere Jumez, y no era porque el contador del cuento del Toronjil se hubiera detenido, sino porque él se había perdido de la mano de sus recuerdos.
Entonces fue que Justino siguió contando que Toronjil vio por el camino, apenas desenterrada, la punta de una bolsa. La bolsa brillaba, y era porque tenía monedas en su interior, y al levantar la vista para ver si alguien lo veía, vio a Neonadio Muerez viéndolo. Que susto, le dijo Neonadio, encontrarse con víboras venenosas en el camino.
Toronjil no supo si era una broma, una locura o qué, pero por las dudas desenterró la bolsa y la cargó a su espalda, y cargándola siguió camino hacia la casa de Carlota Méndez.