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De bailes y bailongos

Sabado, 11 de noviembre de 2017 00:00
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Antes de la llegada de los españoles, el habitante del incanato bailaba al son de la quena, la flauta de caña con cinco orificios, el bombo, la tinya o tambor y tamboril, instrumentos que marcaban los ritmos, mientras el phucu o flauta corta y el anthara o flauta larga, y el arpa indígena completaban las voces de la primitiva orquesta.

En las sociedades primitivas la música iba de la mano con la danza, era instrumento de expresión de la unidad y carácter de la tribu. Por medio de la danza han podido manifestar toda clase de sentimientos a nivel religioso, social y cultural, para cada ocasión tenían una danza apropiada: nacimiento, pubertad, cortejo, casamiento, fertilidad, siembra, cosecha, enfermedad, conjuro y sanación, entre otros. También emplearon la danza como medio de comunicación entre los espíritus del bien y del mal.

Caracteriza a la danza indígena su inspiración en la naturaleza, su carácter colectivo y su desarrollo en los espacios libres, a diferencia de las danzas europeas, que se ejecutaban en salones.

Platón definía la danza como un regalo de los dioses por ser un elemento importante en el culto religioso, en la pedagogía y en las artes bélicas.

Guitarras y charangos

Los españoles trajeron sus guitarras, que pronto encontraron ejecutantes americanos. El indígena se servía del charango, congénere de la guitarra, que con ocho cuerdas dobles vibran en la concavidad de una caparazón de mulita.

Junto a los instrumentos musicales, también provino de Europa la danza. Pronto se expandieron desde los salones y patios de las casas urbanas a los espacios rurales con sus nombres tradicionales o redefinidos.

Lentamente se fue conformando el folklore latinoamericano, con la contribución del elemento indígena, el aporte hispánico y también el africano. De esta suerte se configuró e integró al patrimonio cultural de América un sinnúmero de expresiones con cuyos ritmos bailaron los diversos estratos sociales.

De tierras hispanas provino la contradanza, que a su vez fue generadora del cielo, del cielito y la media caña. El pericón con su espléndida coreografía, sigue las indicaciones a la voz del bastonero. La cadencia de este último, fue distinguida al ser considerada la danza nacional de la República Argentina.

En la pampa, entre el polvaderal se desarrolló el malambo, danza de competencia viril y el gato, baile que se interpretó en una vasta geografía: México, Perú y Argentina. En el actual territorio argentino, se difundieron la chacarera, nombre que nos remite a un contexto agrario, también la firmeza, la huella, la chaya y la condición.

La zamba, con sus rítmicos desplazamientos refleja la elegancia en el cortejo, la galanura del gaucho y la dulzura de la paisana. Es danza de gran exquisitez.

El charango fue el jubiloso compañero de los bailecitos y carnavalitos.

Coplas y bagualas

En las tierras del Plata, se destaca el payador, quien, según Martín Fierro "le brotan las coplas como agua de manantial". Desde la inmensidad de la pampa, José Hernández proclama:

"Cantando me he de morir.

Cantando me han de enterrar.

Y cantando he de llegar.

Al pie del Eterno Padre.

Desde el vientre de mi madre

Vine a este mundo a cantar".

La copla que trajo el español era de estirpe literaria. Manos y espíritus sensibles la trasladaron a los instrumentos y se convirtió en folklore en toda América haciéndose lujo y necesidad. Esta joya de la poesía se adentró en nuestra gente de campo, en nuestros cantores y no sólo se alimentaron de ella, sino que la tomaron como matriz para sus propias creaciones.

Otra expresión que refleja la realidad del noroeste argentino es la baguala, música para oír, pero que trasunta al enhiesto encanto de la montaña y la profundidad insondable de los valles. La baguala es descendiente de las comunidades diaguitas, canto octosílabo en el que el intérprete se acompaña con caja, Una versión afirma que este canto deriva de antiguas tonadas españolas. Los laceramientos de la baguala, los sufridos repechos de la vidala y los tambaleos de la tonada fueron recopilados por Leda Valladares.

El canto de América

Las regiones españolas de Extremadura y Andalucía influenciaron con su música a Chile. Alí se compuso la zamacueca, o simplemente cueca y la refalosa. Una amena competencia de letra y música anuncia la tonada, cantada por el huaso, mestizo rural, compañero del llanero venezolano, del charro mexicano y del gaucho rioplatense.

México baila el jarabe, danza de estirpe cortesana, donde el hombre asedia y rinde a la mujer ante el entusiasmo canoro de los mariachis. En su repertorio de sones, corridos, valonas y huapangos, el registro varía entre sones románticos y picarescos. En el norte se baila el pasito duranguense y la cumbia texana, en Michoacán, la danza de los viejitos. En Yucatán, la jarana. En Chiapas, al son de la marimba, se danza el rascapetate y las chiapanecas.

El mariachi es originario del occidente de México, específicamente de los estados de Nayarit, Colima y Jalisco. En un principio integraba una orquesta popular e indígena. A partir de la primera década del siglo XX comienzan a transformarse: visten el traje de charro el mismo que ya usaban las orquestas típicas desde el Porfiriato y amplían su repertorio con piezas de diferentes regiones de la República.

Los músicos hispanoamericanos no se resistieron al influjo sensual de la habanera que se difundía desde Cuba.

El Perú adhiere al huayno de origen incaico y la zamacueca. Esta última, por lo voluptuosa la hace objeto del anatema de un obispo quien expresó: “Han elegido mal el nombre, debería llamarse ‘la resurrección de la carne’”.

En Colombia descollaba el bambuco fiestero de la región andina junto a la contradanza y la media caña.

En la costa sobresale la cumbia, el fandango, el vallenato, el danzón, el merengue, garabato, el baile de las comadres, muchas de ellas de influencia africana y luego devenido en baile de mestizos.

El joropo, el zumba que zumba y el carnaval, tiene ubicación en los llanos orientales. De la zona insular procedían el reggae, el shottish y el calypso.

Desde África

Los esclavos negros aportaron sus fantásticos ritmos, libre y expresivos. En su ejecución entregaban el cuerpo y el alma, especialmente el candombe. Sus danzas se caracterizan por su erotismo, sensualidad, agilidad, alegría y un excelente dominio del cuerpo.

Se acompañaban al ritmo de tambores, maracas y palmas. Infelizmente, sus amos no recibieron con agrado esta danza. Para la sociedad integrada por la gente decente era un baile infame, caratulada como diversión de gente baja, conducente de excesos de brutalidad, motivo de espanto y execración. Concolorcorvo, autor de la obra “Lazarillo de los ciegos caminantes” refleja su desprecio al expresar que los bailes de negros se reducen a menear la barriga y las caderas, con mucha deshonestidad.

En el Río de la Plata, el baile de los negros no tuvo aceptación. Hasta las postrimerías del siglo XIX, el candombe y su virtuosismo rítmico fue patrimonio de los “Huecos de extramuros”, lugar en que se convoca a millares de hombres de color y algunos curiosos de otras razas, instancias en que se congregaban para bailar, palmotear y cantar hasta el agotamiento.

En las tierras de dominio portugués, la influencia de las danzas y cantos de los negros fue decisiva relegando a segundo plano a los aportes de Portugal y a los indígenas. Esta danza tiñe todo el acervo musical brasileño.

Con fuerte presencia percusiva: caixote, tamangos, pandeiros, cholcallos, berimban y castañuelas, se forma la batería de cantos y bailes que tienen una extensa duración en horas: el samba, el mindinho, batuque, lundu, coco, catereté, congo y congada, maracatú, taieras y cucumbis.

Una instancia de júbilo en que canto y danza confluyen en alborozada algarabía está representada por el carnaval con sus topamientos y juegos de las comadres, los baldazos de agua, los adornos de olorosa albahaca. La fresca aloja o tal vez la chicha acompañaban a la miríada de celebrantes.

Las carnestolendas con sus jornadas celebratorias vestidas con disfraces de vivos colores, en cortejos interpretando cantos alegres y estudiadas coreografías, conforma un pandemonium de sonidos encontrados, de risas y de entretejidos bailes. Frenesí, delirio, densa amalgama de pintorescos personajes que detrás del antifaz se lanzan a las calles manifestando la alegría que se reedita anualmente de tan remota festividad.

El lenguaje de la danza

La danza es una forma de comunicación y de expresión, lenguaje no verbal en el que el bailarín expresa sentimientos y emociones a través de sus movimientos y gestos. Siempre unida a la vida del hombre, es un arte que tiene como única herramienta al cuerpo.

El movimiento y el ritmo son la esencia de la vida, donde hay vida hay movimiento y el ritmo es la mano derecha de la danza.

El rico acervo de cantos y danzas tradicionales que tienen las naciones americanas forma parte del patrimonio cultural intangible de esta parte de la humanidad, por consiguiente es imprescindible su conservación.

De las entrañas americanas surge este manantial de vida que brota desde lo profundo de la memoria, desde un mundo prehistórico y que se extiende pletórico de gestos y de sonidos en el tiempo. Así como en los albores de la humanidad el hombre imitó los sonidos de la naturaleza, es ancestral la necesidad de la expresión de la sensibilidad. Aunque es arte efímero, danza y canto representan lo más genuino del alma de nuestros pueblos.

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