¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
15°
4 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Qatar 2022: fútbol y geopolítica

Jueves, 30 de noviembre de 2017 00:00
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Las explosivas confesiones del "arrepentido" argentino Alejandro Burzaco en los tribunales de Nueva York pueden desencadenar un terremoto político cuyas derivaciones podrían obligar a la FIFA a modificar su decisión de elegir a Qatar como sede del campeonato mundial de fútbol de 2022 y trasladar su realización a Estados Unidos, país que había ocupado el segundo lugar en la polémica votación sobre el tema, realizada por el Comité Ejecutivo del organismo en diciembre de 2010.

La importancia que la cuestión tiene para Washington puede graficarse en el hecho de que fue la fiscal general estadounidense, Loretta Lynch, quien en una dramática conferencia de prensa, celebrada en mayo de 2015, denunció el pago de sobornos a encumbrados dirigentes del fútbol mundial y activó la maquinaria judicial que implicó la detención de 41 personas involucradas en las maniobras.

La denuncia de Lynch se originó en las revelaciones de otro "arrepentido", Check Blazer, un directivo de la asociación de fútbol estadounidense y presidente de la Concacaf (federación centroamericana), fallecido hace pocos meses.

Su contenido estaba relacionado con los derechos de televisación de varios eventos internacionales, pero se entrelazó con la investigación de la justicia suiza sobre el lavado de dinero vinculado con el pago de sobornos a dirigentes de la FIFA para conseguir la nominación como sede del torneo mundial de 2022.

El "Fifagate" les costó el cargo al titular del organismo, Joseph Blatter, y a su vicepresidente, Michel Platini y se transformó rápidamente en un episodio de alto voltaje político. Estados Unidos vio la oportunidad para lograr la revisión de lo que estimaba una decisión injusta. La diplomacia del Departamento de Estado se puso en movimiento para sentar a Qatar en el banquillo de los acusados.

Una política de Estado

Washington nunca ignoró la dimensión política del espectáculo futbolístico. Henry Kissinger fue el arquitecto de la estrategia que llevó a que la FIFA designase a Estados Unidos, un país con muy escasa tradición en este deporte, como sede del campeonato mundial de 1994. La iniciativa de Kissinger, financiada por las cadenas de televisión estadounidenses, apuntaba a posicionar a su país en un teatro de enorme visibilidad para la opinión pública internacional.

Lo de Kissinger distaba de ser original. La utilización del deporte como herramienta de la política mundial es bastante anterior. En 1936, Adolfo Hitler convirtió a los Juegos Olímpicos de Munich en el escenario para mostrar el renacimiento alemán. En 2010, China transformó a los Juegos Olímpícos en el símbolo de su ascenso a la condición de superpotencia. En Rusia, Vladimir Putin se apresta a hacer lo propio con el campeonato mundial de fútbol de 2018.

El príncipe Hamad bin Jalifa al Thani, entonces emir de Qatar, quien apareció en diciembre de 2010 levantando jubilosamente la copa del mundo de fútbol para celebrar la decisión de la FIFA, siguió aquellos ejemplos. En su plan de promover la "marca país", se propuso erigir a un pequeño país petrolero inmensamente rico en una potencia futbolística, un empeño que involucra hoy a su hijo y sucesor, Tamim bin Hamad al Thani, un joven de 37 años.

No se trató de una decisión aislada. Desde la década del 90, Qatar busca transformar su poderío económico en relevancia política. La dinastía gobernante captó la creciente importancia del "softpower" ("poder blando") en el tablero político mundial. En 1996 lanzó la cadena de televisión Al Jazeera, bajo el modelo de la estadounidense CNN, y logró convertirla en el medio de comunicación más influyente de Medio Oriente y en el único medio de difusión árabe con penetración en el mundo occidental. Idéntico propósito había guiado en 1993 la fundación de Qatar Airways, una línea de bandera subsidiada por el Estado que estableció conexiones con los cinco continentes y que por la calidad de sus servicios alcanzó una elevada reputación internacional.

Lluvia de billones

En materia futbolística, Qatar no se limitó a bregar por ser la sede del torneo mundial de 2022, sino que se lanzó a una ambiciosa política de inversiones. En 2011, el multimillonario qatarí Nasser Al Khelaifi, un empresario allegado a la realeza, adquirió el control accionario del Paris Saint Germain, uno de los más prestigiosos clubs de Francia, que acaba de protagonizar la transferencia de un jugador más cara de la historia del fútbol mundial: el pase del delantero brasileño Neymar, proveniente del Barcelona, por el que abonó la astronómica suma de 261 millones de dólares. 
Anteriormente, Qatar Airways ya era el principal “sponsor” del Barcelona: las camisetas del equipo catalán llevaban estampado el nombre de la línea aérea.

La organización del mundial supone la inversión más importante realizada por Qatar en toda su historia. Las estimaciones oficiales hablan de una cifra cercana a los 200.000 millones de dólares. A modo de comparación, valga acotar que Brasil gastó 11.000 millones de dólares para el mundial 2014 y Rusia 10.700 millones de dólares para el mundial 2018. Semejante dispendio se justifica en función del objetivo de ofrecer al mundo un espectáculo futurista, próximo a la ciencia-ficción, capaz de maravillar a las decenas de millones de teleespectadores que van a presenciarlo desde sus hogares.
En ese contexto, está programada la construcción de ocho megaestadios en Doha, la capital qatarí. El extenista argentino Gastón Gaudio, amigo desde la adolescencia del actual emir, destacó que “va a ser el único mundial de fútbol en que un espectador podrá ver varios partidos en un día, porque habrá estadios cerca”. 

Un grupo de científicos qataríes diseñó un sistema de nubes artificiales capaces de hacer bajar hasta veinte grados las temperaturas de los estadios.

Este esfuerzo financiero, orientado a obtener un rédito político equivalente, está amenazado por las investigaciones sobre el “FIFA-gate”.

El gobierno de Doha no solo afronta la ofensiva estadounidense, sino que padece un aislamiento político regional, auspiciado por Washington: Arabia Saudita y los demás estados petroleros del Golfo Pérsico acordaron aplicarle sanciones económicas, en represalia por la asociación comercial forjada entre el emirato e Irán, principal comprador del gas qatarí.

Qatar quedó entonces en el medio del nuevo conflicto que divide aguas en el Oriente Medio, cuyos protagonistas principales son la monarquía sunita de Arabia Saudita, con respaldo norteamericano, y la teocracia chiíta que gobierna en Irán. 

En ese tembladeral está inmensa la suerte del Mundial 2022.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD