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Beijing al rescate de Washington

Miércoles, 13 de diciembre de 2017 00:00
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Más que por sus tuits, a Donald Trump conviene juzgarlo por lo que hace. La aprobación por el Senado estadounidense de la reforma fiscal propuesta por la administración republicana supone el recorte de impuestos más drástico desde la presidencia de Ronald Reagan. Su consecuencia más previsible es una "lluvia de inversiones" que contribuirá a la reactivación de la eco nomía norteamericana.

El eje de la reforma es la reducción del impuesto a las empresas del 35% al 20%. Ese 35% es la tasa más elevada del mundo avanzado. Supera en catorce puntos al promedio de los países de la Organización de Cooperación para el Desarrollo Económico (OCDE) y es un 60% más alta que la que rige en China y Alemania (sus dos principales competidores industriales) y también en Canadá y México, sus socios comerciales del Nafta.

Esa diferencia influyó para que en los últimas tres décadas las empresas norteamericanas invirtieran afuera de Estados Unidos más de tres billones de dólares. Esa masa de inversiones en el exterior tiene como contrapartida una disminución de la tasa de inversión doméstica. En 2016, esa tasa fue del 12% del producto bruto interno, la más baja de los últimos setenta años. En la Argentina es del 13% y en China está cerca del 40%.

Estados Unidos fue el único país avanzado que aumentó el impuesto a las ganancias después de 1986. El resto de sus colegas del Grupo de los Siete lo redujeron como un instrumento para atraer inversiones y aumentar su competitividad en las nuevas condiciones planteadas por la globalización de la economía, un escenario que incentivó a las firmas multinacionales a desviar sus inversiones desde el mundo desarrollado hacia los países emergentes, en particular los asiáticos y en primer lugar China.

Las corporaciones estadounidenses son la columna vertebral del sistema transnacional de producción, integrado por alrededor de 88.000 compañías globales y unas 600.000 firmas asociadas en todo el mundo. Esas multinacionales norteamericanas, que incluyen la casi totalidad de las empresas de alta tecnología, producen y venden en el exterior cuatro veces más que lo que exportan desde Es tados Unidos.

A partir de 1991, fecha de la caída de la Unión Soviética, lo que constituyó un punto de inflexión en el proceso de globalización de la economía, Estados Unidos dio por supuesto que su sistema empresarial era el más competitivo del planeta y que estaba asegurada su primacía frente a sus principales competidores de Europa (Alemania) y Japón. Pero lo que sucedió entonces fue el despertar de Asia, encabezada por China, y erigida en la principal fuente de atracción de los inversores internacionales.

En 2001, esa tendencia estructural experimentó otro salto cualitativo con la incorporación de Beijing a la Organización Mundial de Comercio, que en una década le permitió al coloso amarillo desplazar a Estados Unidos como primer exportador mundial, con la particularidad de que la mayoría de esas exportaciones eran producidas por las filiales de las multinacionales estadounidenses radicadas en China.

El resultado fue la pérdida del potencial de crecimiento de la economía estadounidense, el traslado al exterior de infinidad de plantas fabriles, especialmente a China, y a partir del Nafta también a México. Esto implicó la consiguiente desindustrialización de vastas áreas geográficas y, como consecuencia de esa reducción en la oferta de empleo, la baja relativa de los niveles salariales. Esa "tormenta perfecta" estuvo detrás del "huracán Trump".

­Welcome China!

Mientras Trump rebaja impuestos para atraer inversiones, su colega chino, Xi Jinping, avanza en la estrategia de convertir a su país en el principal exportador mundial de capitales, en lugar precisamente de Estados Unidos. En 2016, las inversiones chinas en el exterior superaron a las estadounidenses. Según Beijing, esas inversiones, que ascienden al 5% del producto bruto mundial, treparán al 30% en 2025.

Conviene recordar que el Banco Central chino empezó a sustituir la compra de dólares para incrementar su reserva de divisas por la adquisición de paquetes accionarios de empresas multinacionales. China ya no es más el principal acreedor internacional, lugar que ahora cumple Japón, para convertirse en el primer inversor extranjero en Estados Unidos.

El Gobierno chino creó el China Reform Holdings, un fondo de inversión que tiene recursos iniciales de 30.000 millones de dólares, pero a los que en el futuro se agregarán los ahorros de las firmas estatales, incluidos los cuatro grandes bancos públicos y los aportes del Fondo Soberano de la República Popular, que asciende a más de 800.000 millones de dólares. En los próximos diez años, China aspira a recibir inversiones extranjeras directas por valor de un billón de dólares y colocar inversiones por más de 1,5 billones de dólares.

Robert Lu, el flamante titular de China Reform Holdings, es vicepresidente de Chem China, un conglomerado que acaba de adquirir el grupo suizo de agroquímicos Syngenta, en una operación de 43.000 millones de dólares, la mayor compra realizada hasta ahora por China en el exterior, y que antes concretó la compra de la empresa Pirelli en Italia y de Adama, la mayor compañía de agroquímicos de Is rael.

La creación de este nuevo fondo de inversiones estatales surge de la decisión de quitarles a las empresas públicas el control de sus ganancias, con el objetivo de obligarlas a financiarse en el sistema internacional, un mecanismo que les exigirá a cambio ejecutar un proceso de reestructuración que aumente sus niveles de productividad, que se encuentran bastante por debajo de las empresas chinas del sector privado.

En 2016, China pasó a ser el primer inversor extranjero en Estados Unidos. Las empresas chinas invirtieron en la economía norteamericana 46.500 millones de dólares, casi el 40% de los 128.000 millones de dólares invertidos en el exterior.

El stock de inversión extranjera directa china en Estados Unidos supera los 180.000 millones de dólares. En 2000 eran 5.000 millones de dólares.

No por filantropía sino por entrecruzamiento de intereses, Trump y Xi Jinping sentaron las bases para un círculo virtuoso en la relación bilateral, que posibilite incrementar la cooperación y amortiguar los factores de conflicto.

China, favorecida por la reducción del impuesto a las ganancias corporativas, aumentará sus inversiones en Estados Unidos, especialmente en compañías de alta tecnología, a fin de adquirir el "know how" necesario para sustituir su antiguo modelo de desarrollo industrial, basado en el uso intensivo de la mano de obra, y transformarse no solo en la primera potencia económica mundial sino también en un "centro mundial de conocimiento e innovación".

Estados Unidos atrae capitales chinos para impulsar su crecimiento económico, mejorar su oferta de empleo y acercarse a cumplimentar una de las principales promesas electorales de Trump.

 

 

 

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