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De Jerusalén a Buenos Aires

Domingo, 17 de diciembre de 2017 00:00
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Antes de escandalizarse, aún con motivo, por las consecuencias de las decisiones políticas, conviene indagar sobre su causas: el intempestivo anuncio de Donald Trump sobre la implementación efectiva del reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel y el traslado de la embajada estadounidense a la "ciudad santa" tiene como trasfondo dos hechos que signarán la política mundial en los próximos años. El primero es el cambio cualitativo experimentado en el escenario de Medio Oriente a partir del colapso de ISIS. El segundo es que el autoabastecimiento energético de Estados Unidos, que en poco tiempo le permitirá prescindir de las importaciones de petróleo del Golfo Pérsico, reduce sus intereses en la región y modifica su prioridad estratégica, que deja de ser de naturaleza económica para convertirse en una cuestión de seguridad.

Eclipse de ISIS

La desaparición de ISIS, que provocará una nueva metamorfosis en la estrategia del terrorismo islámico, forzado a multiplicar sus atentados en los países occidentales, unida a la irrupción de Irán como actor relevante en la región, basada en su alianza con el régimen de Bashar al-Ásad en Siria, su cada vez mayor influencia en el gobierno de coalición de Irak, con hegemonía de la mayoría chiíta de su población, y el patrocinio de la guerrilla de Hezbollah en El Líbano, cierra un círculo histórico.

Para las monarquías del Golfo Pérsico, encabezadas por Arabia Saudita, la prioridad estratégica pasa a ser defenderse de la amenaza de Teherán. A tal efecto, les resulta necesario sellar una alianza estratégica con Israel, más allá de su tradicional apoyo retórico a la causa palestina.

El giro modernizador impulsado en Arabia Saudita por el príncipe heredero Mohammed bin Salman, puesto a cargo del gobierno por su padre, el rey Salman, y sobre todo la inédita detención de conspicuos empresarios saudíes y miembros de la familia real acusados de corrupción, tienen que interpretarse en función de este imperativo.

El eje Tel Aviv - Ryad

La visita secreta a Ryad realizada semanas atrás por el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, quien se entrevistó con bin Salman, sirvió para colocar en blanco sobre negro la magnitud de la mutación que se avecina. El príncipe heredero notificó a su interlocutor sobre las conversaciones mantenidas entre emisarios saudíes e israelíes, con la activa participación de Washington, acerca de la búsqueda de una solución diplomática a la cuestión palestina.

La fórmula acordada en esas conversaciones incluiría la renuncia palestina a convertir a Jerusalén Oriental en la capital de un eventual estado independiente, cuya sede sería la ciudad de Abu Dis. En contrapartida, Arabia Saudita, cuya ayuda económica es imprescindible para el sostenimiento de la autoridad palestina, ofrece un "Plan Marshall" para rescatar a la región de la miseria y el subdesarrollo.

Medios periodísticos occidentales revelaron una infinidad de contactos previos entre emisarios israelíes y sauditas para examinar vías de entendimiento. Estas conversaciones confidenciales fueron ocultadas por Ryad, temeroso y con razón de que su difusión desatara una oleada de indignación en el mundo árabe.

Emanuel Nashton, portavoz de la cancillería israelí, fue menos cauteloso sobre los vínculos con Ryad: "es prematuro llamarlo socio estratégico. Pero sí hay interese comunes: tenemos el mismo análisis sobre la región, el extremismo islámico e Irán y sobre los nuevos actores: Rusia e Irán. En eso hay comunidad de intereses con Arabia Saudita, Jordania y tal vez los palestinos moderados".

Los observadores israelíes, que están acostumbrados a bucear entre las aguas turbulentas del mundo árabe, abonan la interpretación de que algo trascendente se está incubando en la región. Meir Litvak, profesor de la Universidad de Tel Aviv, afirma que "el mundo árabe está pasando por una crisis similar a la del final de la segunda guerra mundial". Su conclusión es que el mundo árabe no está en condiciones de coordinar una estrategia común.

Henrique Cymerman, un periodista israelí de origen hispano-portugués, a quien el Papa Francisco suele consultar telefónicamente sobre los acontecimientos de la región, va más allá: "hay quien dice, y creo que tiene razón, que estamos ante la crisis más grande de Medio oriente desde el profeta Mahoma en el siglo VII".

Lo que parece emerger es una "geopolítica de la religión": por razones de supervivencia, las monarquías árabes han decidido que la guerra civil islámica, en la que desde hace 1.200 años sunitas y chiítas disputan el legado de Mahoma, pasa a ser más importante que el conflicto palestino, de apenas 70 años de historia. Irán pasa entonces a transformarse en el enemigo principal, en lugar de Israel.

Trump hace su juego

En este contexto, Trump lanzó su polémico anuncio, cuya repercusión fuertemente negativa incomodó a los aliados árabes de Washington, entre los que también figuran Egipto y Jordania, dos de los cuatro países limítrofes con Israel (los dos restantes son Siria y El Líbano). Fiel a su estilo de privilegiar su frente interno por sobre la opinión internacional ("America First"), Trump pisó sobre terreno seguro. La opinión pública norteamericana es ampliamente pro-israelí. La influencia del lobby judío de Nueva York es un dato unánimemente reconocido de la política estadounidense. El reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado de Israel había sido aprobado en el Capitolio en 1996, durante la presidencia de Bill Clinton, con el apoyo de demócratas y republicanos.

Trump cuenta con otra ventaja estratégica: la explosión de la producción del "shale oil" y el "shale gas" elimina la dependencia energética de la economía norteamericana.

Más aún: Estados Unidos será a la brevedad uno de los principales exportadores mundiales de energía. Los ricos yacimientos de Medio Oriente dejan de importar en Washington. Al revés, la amenaza de Teherán incomoda y exige una respuesta. Erigir a Irán en el "enemigo público número 1" es una operación políticamente rentable. El riesgo de que las consecuencias de este giro estratégico alcancen dimensiones bélicas no es algo que espante demasiado en la Casa Blanca.

Netanyahu aprovecha una oportunidad tal vez irrepetible.

La versión de que en su reciente visita a Buenos Aires el primer ministro israelí entregó a las autoridades argentinas información confidencial adicional sobre el involucramiento de Irán en el atentado terrorista contra la AMIA, lo que corroboraría la peligrosidad internacional del régimen de Teherán, ratifica que en la era de la globalización la guerra no tiene fronteras.

 

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