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La cultura del odio muy injusto

Sabado, 09 de septiembre de 2017 00:00
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Vivimos en un mundo cautivo, desarraigado y transformado por el colosal progreso económico y técnicocientífico del desarrollo humano aunque desigual e injusto.

En esta oportunidad no haremos historia que -entre otras muchas y más importantes cosas- es el registro de los crímenes y de las locuras de la humanidad, pero no ayuda ni permite hacer profecías.

El siglo XX había sido un siglo de guerras mundiales, calientes o frías, protagonizadas por las grandes potencias y por sus aliados, con unos escenarios cada vez más apocalípticos de destrucción en masa, que culminaron con la perspectiva, que afortunadamente pudo evitarse, de un holocausto nuclear provocado por las superpotencias aunque esto no parece mejorar en el siglo XXI.

Nuestra era se caracteriza por una gran inseguridad, por una crisis permanente, por la ausencia de cualquier tipo de statu quo, por la incertidumbre y la desigualdad.

Se reserva el odio mayor para los pueblos y naciones agnósticas, ateas o de credo diferente.

El mundo perdió su rumbo y se deslizó hacia la inestabilidad y la crisis. Hay una creciente "cultura del odio"; este odio está presente en casi todas partes, en la letra de muchas canciones populares, en la crueldad manifiesta de muchas películas, en la intolerancia política, en las relaciones humanas.

Un virus fatal para la democracia es la división del cuerpo de ciudadanos en función de criterios étnico-

nacionales o religiosos. Todos los regímenes, excepto las teocracias, derivan ahora su autoridad del pueblo, incluso aquellos que aterrorizan y matan a sus ciudadanos.

El "fundamentalismo" islámico, el retoño más floreciente de la teocracia, avanzó no por la voluntad de Alá, sino porque la gente corriente se movilizó contra unos gobiernos impopulares. Estos movimientos miran atrás, hacia una época más simple, estable y comprensible de un pasado imaginario y no comprenden que no hay camino de vuelta a tal era.

Estas ideologías están basadas en las tradiciones religiosas que constituían las formas populares de pensar el mundo que habían adquirido prominencia en la escena pública en occidente en el pasado, y que desaparecieron a medida que la gente común se convertía en actor.

Esto es lo que ocurrió cuando la élite minoritaria y secular llevó a sus países a la modernización.

El auge del fundamentalismo islámico no es solo un movimiento contra la ideología de una modernización occidentalizadora, sino contra el propio "Occidente". No es casual que los activistas de estos movimientos intentan alcanzar sus objetivos perturbando las visitas de los turistas o asesinando a residentes occidentales.

Como reacción, especialmente en los países ricos, la xenofobia rampante popular se dirige contra los extranjeros de origen oriental.

En la patria islámica y a sus divinos mandatarios, salvo las excepciones de siempre, hay un rechazo total de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Los mitos rigen la conducta de los devotos caballeros medievales puros y heroicos con sus convicciones de superioridad racial y de la necesidad de la pureza de la raza, así como la creencia en las virtudes militares del sacrificio personal basadas en la jerarquía rígida, del cumplimiento estricto de las órdenes recibidas, de la abnegación y del estoicismo. Idealizan la guerra y la violencia, son intolerantes y propensos a utilizar la coerción de las armas, apasionadamente antiliberales, antidemócratas, antiproletarios, antisocialistas y antirracionalistas, y sueñan con la sangre y la tierra y con el retorno a los valores que la modernidad está destruyendo (pretenden regresar al Califato de Andalucía del siglo XII).

Los grupos árabes que se oponían a la colonización judía en Palestina (y a los británicos que la protegían) no hubiesen visto con buenos ojos al antisemitismo de Hitler, aunque chocara con la tradicional coexistencia del islam con los infieles de diversos credos.

Es muy difícil conjugar creencias absurdas sobre el mundo actual y menos aún basadas en una ideología de violencia irracional.

El mundo confía aún en el progreso de la civilización. Se parece a aceptar la concepción de la política como violencia callejera permanente.

Estos fundamentalismos se asimilan a movimientos de la derecha radical que respondían a estas tradiciones antiguas de intolerancia que calaban especialmente en las capas medias y bajas de la sociedad europea y oriental; su retórica y su teoría fueron formuladas por intelectuales y teócratas.

Estos movimientos predican la insuficiencia de la razón y del racionalismo y la superioridad del instinto y de la voluntad bajo el dominio de fósiles políticos; el uso de la tecnología para la muerte es cada vez más abrumadora.

Fundamentalismo

Occidente está padeciendo una verdadera guerra terrorista con muertos (en estos días Barcelona), destrucción, pánico, alteraciones de la conducta psicosocial de sus pueblos, costosos despliegues de seguridades inseguras, reforzamiento de los autoritarismos desde los gobiernos, borramiento de los límites de los derechos y garantías de la gente común. Oriente padece el desastre humano, material, cultural y político de guerras de intervención directa con carácter preventivo a largo plazo con diferentes pretextos y justificaciones reconocidos por unos y negados por otros. En el estado de bienestar de la culta Unión Europea ya no se puede vivir normalmente; en los Estados Unidos de Norteamérica, en América Latina tampoco.

Muchos tratamos de explicarnos este extraño, cruel e incivilizado fenómeno. Miguel de Unamuno, el viejo filósofo y vilipendiado rector de la Universidad de Salamanca que entre muchas otras cosas y en pleno fragor del desencuentro en España dijera a los franquistas "venceréis, pero no convenceréis", provocando la respuesta de un general del régimen "­Viva la muerte y muera la inteligencia!", terminó sus días recluido en su domicilio de Salamanca después de un prolongado exilio forzoso; por el año 1912 decía más o menos esto: una mitad del mundo.

El gran Oriente oscuro, es místico; cree en la luz de luna del misterio; pide al Eterno vagos impulsos; entiende mal, desconfía y desprecia a occidente; son vitalistas, buscan la inspiración y creen en la persona; considera que las grandes ideas acerca de la vida en occidente no son verdaderas.

Occidente exige claridad; elaboró distintas y claras ideas de la vida y es consecuente con ellas; se impacienta con el misterio; cree en el mediodía del hecho científico; toma el presente dentro de su mano y no la abre ni suelta hasta que haya motivos razonables e inteligibles; son racionalistas, buscan definiciones y creen en el concepto.

Cada uno de ellos entiende mal al otro. “El que basa o cree basar su conducta interna o externa, de sentimiento o acción- en un dogma o principio teórico que estima incontrovertible, corre riesgo de hacerse un fanático, y, además, el día en que se le quebrante a afloje ese dogma, su moral se relaja” “¡Europa! Esta noción primitiva e inmediatamente geográfica nos la han convertido, por arte mágica, en una categoría casi metafísica. ¿Quién sabe hoy ya, en España por lo menos, lo que es Europa?”.

España, que se desangró luchando ocho siglos contra la morisma, defendiendo a Europa del mahometismo cuando ésta le debe gran parte de su cultura; que se desangró tratando de conseguir su unificación interna y al mismo tiempo engendraba conquistadores creando veinte naciones... Estas y otras son viejas mareas de las contradicciones que son parte de la condición humana. Eppur si muove! Lo mejor es no rendirse ante la ortodoxia y el fundamentalismo y no usar armas para aniquilarnos que, además de trágico, sería ridículo.

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