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Israel vs. Irán: ¿la guerra que viene?

Jueves, 01 de marzo de 2018 00:00
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Más allá de las derivaciones del escándalo de corrupción que envuelve al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, la atención de la opinión pública internacional está focalizada en las voces que alertan que el Estado judío se está preparando para afrontar este año, en que se cumple el septuagésimo aniversario de su fundación, una guerra contra Irán y sus aliados regionales.

Según la visión predominante en Tel Aviv, el Irán chiita busca encarnar la "islamización" de la causa palestina para desestabilizar internamente a sus rivales de las monarquías petroleras sunitas, lideradas por Arabia Saudita.

Paradójicamente, este nuevo peligro para la eternamente frágil paz en Medio Oriente deriva del desmantelamiento del Califato Islámico, cuya expansión en Siria e Irak había relegado a un segundo plano al conflicto palestino. Pero una vez derrotado militarmente el ISIS emerge un escenario preocupante para Tel Aviv.

Cuadro de situación

 

El régimen de Bashir Al Assad, protegido por Teherán, consolidó su poder en Siria, único país limítrofe que jamás suscribió un armisticio con Israel, que desde hace más de cuatro décadas ocupa las Alturas del Golán.

La Guardia Republicana iraní tiene miles de efectivos instalados en territorio sirio. Sus aliados de las milicias chiitas de Hezbollah expanden su influencia en El Líbano. Los iraníes tienen también una gravitación decisiva en el Gobierno de Irak, hegemonizado por los chiitas.

Hamas, la organización fundamentalista islámica palestina que ejerce en la práctica el gobierno en el territorio de Gaza, a pesar de su condición sunita, acepta la ayuda militar de los chiitas iraníes para sus ataques terroristas contra Israel.

Desde la "Guerra de los Seis Días" de 1973, el Estado judío no sintió nunca una amenaza fronteriza de semejantes dimensiones.

Israel por dentro

Este recrudecimiento de la amenaza externa coincide en Israel con el auge de las corrientes nacionalistas, tanto laicas como religiosas, que abjuran de la solución de los "dos estados" y han volcado decididamente hacia la derecha el escenario político interno. Netanyahu, el primer jefe de gobierno nacido en Israel (todos sus antecesores provenían de la diáspora judía), encabeza una coalición que confronta abiertamente con la tradición laica y filosocialista de la corriente principal del sionismo, encarnada por el laborismo de David Ben Gurion, que signó la fundación del Estado judío.

Este desplazamiento obedece a razones demográficas. La mayoría de la población israelí es hoy "sabra", esto es nacida en Israel. El peso cultural y político de la diáspora es cada vez menos relevante.

Hay un factor demográfico adicional: la última corriente migratoria significativa es de origen ruso, llegó en la década del 90 tras la disolución de la Unión Soviética, es una comunidad fuertemente nacionalista que representa al 15% de la población y se caracteriza por su intransigencia en el tema palestino. Tiene su propio partido, cuya denominación hebrea, Israel Beitenu, significa "Israel Nuestra Casa", que integra la coalición gubernamental. Su líder, Avigdor Lieberman, es el actual canciller israelí y una pieza central de la política exterior de Netanya hu.

Islam sunita y sionismo cristiano

Pero la expansión del Irán chiita es para Israel una amenaza y también una gigantesca oportunidad. Le permite promover una recomposición en sus relaciones con la rama sunita del mundo árabe. El centro de ese reacomodamiento es la creación de un eje con Arabia Saudita, cuyo monarca ostenta el título de "Guardián de los Santos Lugares".

El príncipe heredero, Mohammed bin Salman, en quien el rey Salman bin Abdulaziz delegó las riendas del gobierno, encara un deshielo entre Ryad y Tel Aviv, cuyo avance puede modificar cualitativamente el tablero geopolítico de la región.

Portavoces militares de ambos países admitieron implícitamente, sin ser desmentidos, la posibilidad de establecer una alianza ante el enemigo común. El general Gadi Eizenkot, Jefe del Estado Mayor del Ejército israelí, en una entrevista publicada en un diario saudí, manifestó su disposición a un intercambio de información entre los servicios secretos de ambos países. "Irán es la mayor amenaza de la región", señaló Eizenkot.

Anwar Eshki, un prestigioso general retirado del Ejército saudí, correspondió al mensaje con una frase contundente: "La amenaza iraní es mayor que la amenaza israelí". Según Eshki, Irán es "el país que amenaza nuestra seguridad nacional".

El protagonista Trump

Pero el acercamiento entre Ryad-Tel Aviv tiene un actor fundamental: Estados Unidos, histórico aliado estratégico de ambos países. Jared Kushner, yerno y asesor de Donald Trump, un judío ortodoxo, realizó tres viajes a Arabia Saudita, para dialogar con el príncipe heredero y pavimentar un camino que después transitó su suegro. En su visita a Ryad, Trump concertó una megamillonaria venta de armas norteamericanas. De esta forma, logró simultáneamente dos objetivos: equipar militarmente a su principal socio en el mundo árabe y ayudar a la reactivación de la industria bélica estadounidense.

El entendimiento entre israelíes y sauditas es el eje de la nueva estrategia de la Casa Blanca en Medio Oriente. La administración republicana archivó la política de Barack Obama. Abandonó la búsqueda de un acuerdo con Irán promovida por su antecesor y avanzó en la polémica decisión de materializar el traslado a Jerusalén de la embajada estadounidense.

En su reciente visita a Israel, el vicepresidente estadounidense Mike Pence sorprendió a su auditorio por la contundencia de sus definiciones. En un discurso de encendido tono religioso, manifestó: "Fue aquí en Jerusalén, en el Monte Morá, donde Abraham ofreció a su hijo Isaac y se le aprobó justamente por su fe en Dios". Recalcó también que "el vínculo entre Israel y esta ciudad sagrada se remonta a más de 3.000 años".

Este férreo alineamiento de la administración republicana con Israel no obedece solo a una visión geopolítica. Responde también a exigencias de la política doméstica. Pence expresa a los sectores evangélicos conservadores, que constituyen la columna vertebral del electorado de Trump. Los evangélicos reivindican las raíces judías de la fe cristiana y por eso son fanáticamente pro-israelíes.

A su juicio, el derecho de Israel a la tierra está consagrado por la Biblia. John Hagee, un popular pastor evangélico de Texas, fundó Cristianos Unidos por Israel. Efe Robert Smith, un académico estadounidense que reside en Jerusalén, tiene un documentado estudio sobre el "sionismo cristiano".

Sea por convicción o por conveniencia, Trump es el presidente más pro-

israelí de toda la historia de Estados Unidos. Netanyahu no quiere desaprovechar esta oportunidad, acaso irrepetible.

 

 

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