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"La sociedad moderna se encuentra en una encrucijada en donde se entrecruzan las agendas de la reducción de la pobreza, la reducción de la inequidad en el desarrollo y a la vez el interrogante de cómo hacer frente a las restricciones y limitaciones ambientales. Las reglas del sistema económicamente dominante parecieran indicarnos que el crecimiento y el desarrollo sostenible son la vía excluyente para ello. Muchos de quienes cuestionan esta lógica plantean una lisa y llana redistribución, desconociendo quizás muchas de los logros y beneficios derivados de la economía globalizada". Esto sostiene Juan Rodrigo Walsh, quien es miembro del IDEAS y participó del libro Ambiente y Pobreza, con un artículo muy especial.
El desarrollo económico vertiginoso vivido en las grandes economías en los últimos cincuenta años se encuentra fuertemente cuestionado a partir de la crisis financiera del 2008. Algunas de las críticas provienen de la censura al sistema capitalista occidental, planteando como alternativa un modelo de planificación y fuerte intervención estatal.
Las posturas se basan en una mero análisis económico, pero soslayan la premisa ética, que impone incorporar una visión a largo plazo que incluya la sustentabilidad ambiental y la equidad social. Es a lo que nuestra Constitución Nacional se refiere cuando menciona a "las generaciones futuras".
La sustentabilidad constituye una visión superadora de los paradigmas económicos. En esta nueva visión confluyen la preocupación por la equidad social, el alivio de la pobreza y el cuidado de la Tierra. Así lo señalan expresamente doctrinarios y filósofos, siendo de destacar la Encíclica Laudato Si, del Papa Francisco. Este criterio es el que compartimos desde el IDEAS, en todos sus alcances.
Transformaciones de posguerra
Es bueno señalar que en los años posteriores a la segunda guerra mundial, de profundo trabajo de reconstrucción de naciones, sucedieron grandes logros científicos y tecnológicos, y dieron también origen a corrientes de importantes pensamientos económicos, como "el desarrollismo", que caracterizaron la cosmovisión o paradigma dominante de la época en términos de economía y desarrollo social.
Entre los avances científicos que ocurrieron en la época, (los años 50 y 60) cabe mencionar la denominada "revolución verde", producto de los avances en la genética vegetal y los fuertes incrementos en la productividad que le valieron el Nobel de la Paz a Norman Ernest Borlaug, considerado el padre de la agricultura moderna, que se dedicó a tratar de resolver la escasez de alimentos en los países pobres.
Contemporáneamente surgieron algunas voces en relación a los daños directos y puntuales que la industria generaba, y se visualizó que si bien el avance industrial era la herramienta válida para el desarrollo humano, también se estaban generando condiciones adversas en el ambiente que perjudicaban este desarrollo.
Mientras tanto, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobaba la Declaración Universal de Derechos Humanos definida como "el ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse".
Es así que, con una gran industrialización de los países desarrollados, con el surgimiento de una nueva clase obrera y, en simultáneo, las luchas por sus derechos, también comienzan a visibilizarse fenómenos como la contaminación del agua y el aire, y de epidemias entre los trabajadores, muchos de ellos mujeres y niños.
En la Argentina, en 1972, se difunde un documento, que desde Madrid emite Juan Domingo Perón, llamado Mensaje Ambiental a los Pueblos y los Gobiernos del Mundo. "Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación al medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población, la sobreestimación de la tecnología y la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esta marcha a través de una acción mancomunada internacional. Necesitamos un hombre mentalmente nuevo en un mundo físicamente nuevo".
De Río, a Laudato Sí!
Es de destacar que de la Cumbre de la Tierra celebrada en Río 1992 surge la Agenda XXI. El documento habla de "las dimensiones sociales y económicas" y hace hincapié en "la cooperación internacional para acelerar el desarrollo sostenible de los países en desarrollo y políticas internas conexa".
También se destaca lo referido a la necesidad de la lucha contra la pobreza, el fomento de la salud y del desarrollo sostenible de los recursos humanos.
En la sección de gestión de recursos para el desarrollo habla de la lucha contra la deforestación. Establece la necesidad de fomentar la agricultura y desarrollo sostenible y la conservación de la biodiversidad, gestionar los recursos del agua dulce, de los productos químicos tóxicos y de los desechos peligrosos
Sostiene Rodrigo Walsh que "se toma conciencia de que la degradación ambiental y la inequidad crecientes, pese a los éxitos aparentes del crecimiento económico, son cuestiones que, si no son afrontadas con seriedad y profundas convicciones morales, pueden representar amenazas para la seguridad global y las relaciones pacíficas entre las naciones".
Entre la Cumbre de Río y la Conferencia de Johannesburgo 2002 se globaliza la economía y se impone la hegemonía de la libertad económica como modelo ideal de organización social. La equidad y la justicia social se erigen en puntales imprescindibles del desarrollo sustentable a partir de la adopción de iniciativas como las Metas de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas.
Los debates actuales no son únicamente referidos a las fallas del mercado o las insuficiencias de controles o regulaciones sino, más profundamente, con un fuerte cuestionamiento hacia la organización económica que maximiza los beneficios en el corto plazo e ignora los grandes desafíos del desarrollo sus tentable.
Esta crítica al sistema y la proposición ética desde una filosofía del cuidado de la tierra como la casa común la vemos en la Encíclica "Laudato Si" del papa Francisco.
El desarrollo sustentable no puede concebirse sino desde la ética. Son los nuevos valores lo que obligan a repensar las relaciones complejas entre crecimiento económico y su impacto ambiental, con la distribución de costos y beneficios en un marco de equidad y justicia.
La visión de Stiglitz
Joseph Stiglitz sostiene que "una constante de las ciencias sociales de los últimos años es la profundización de la brecha entre quienes tienen acceso a recursos, bienestar, educación y las oportunidades que ofrece el mercado y quienes se encuentran excluidos del sistema".
Una de las posibles causas del aumento de la brecha es el dispar acceso a la educación. En una economía que se basa cada vez más en el conocimiento y la tecnología, se presenta el espectro de una desigualdad creciente, basado en los méritos intelectuales y el acceso a la educación.
Surge la pregunta: ¿Hay una alternativa superadora que, a modo de síntesis, plantee un sendero de desarrollo sustentable en base a premisas éticas diferentes y una comprensión superadora de la vida humana en armonía con el ambiente?
Persona y mercado
Ante la actual coyuntura, Rodrigo Walsh propone que tracemos una alternativa basada en una concepción ética de empatía hacia la tierra y el prójimo, que tome lo mejor de los avances tecnológicos sin descartar la utilidad del mercado como asignador eficiente de recursos, reemplazando el crecimiento económico como único motor del desarrollo, por un paradigma que desacople los vínculos consumo y bienestar. Los motores de este cambio de paradigma, sin duda, serán de tipo cultural, comprendiendo el surgimiento de nuevos valores, otra comprensión de la naturaleza, y un redescubrimiento o religación solidaria con los menos favorecidos.
Este criterio es el que comparto, porque piensa en el futuro, en la sustentabilidad y en consecuencia en las nuevas generaciones.