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Quien ganó por la fuerza, solo ganó una etapa

Lunes, 02 de abril de 2018 00:00
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El 2 de enero debería ser una fecha de duelo para nuestro país. Porque ese día de 1833, Inglaterra se apoderaba por la fuerza de las islas Malvinas, que siguen siendo argentinas.

Estas islas están situadas a 13 mil kilómetros del Reino Unido. Fueron llamadas en 1520 islas de San Antonio por los hombres de Magallanes. Un 27 de octubre de 1820, mientras gobernaba Buenos Aires Manuel de Sarratea, el coronel del ejército norteamericano David Jewett, que desde 1815 estaba al servicio de las Provincias Unidas, llegó a Puerto Soledad, en las islas Malvinas, al mando de la fragata "Heroína". El marino le escribía al Gobierno: "Tengo el honor de informar a usted de mi llegada a este puerto para tomar posesión de estas islas en nombre de su país, al que naturalmente pertenecen".

Once años después, en diciembre de 1831, el capitán Duncan desembarcó en Puerto Soledad, atacó sus instalaciones, tomó prisioneros a seis oficiales argentinos, arrió la bandera celeste y blanca y declaró a las islas "libres de todo gobierno". También notificó a Inglaterra que EEUU solo pretendía permisos de pesca y que las islas estaban desguarnecidas y muy fáciles de tomar, invitando a los ingleses a invadirlas, hecho que ocurrió en 1833.

Tras la usurpación, aconsejada por EEUU, en Londres se impartió una orden y el 2 de enero de 1833 se presentó en Malvinas la corbeta Clio al mando del capitán Onslow, que intimó la rendición, expresando por escrito: "Les informo que debo hacer efectivo el derecho de soberanía sobre las islas Falklands. Siendo mi intención izar el pabellón de la Gran Bretaña, os pido, tengáis a bien arriar vuestra bandera".

El diputado socialista Alfredo Palacios dijo en el Parlamento: "El derecho de nuestra Argentina a la soberanía de las Malvinas es innegable. A pesar de ello, Inglaterra, abusando de la fuerza, las mantiene en su poder". Antes de ser presidente Sarmiento fue embajador en EEUU. Habían transcurrido 30 años de la ilícita ocupación inglesa y reclamó enérgicamente. Porque un solo brote de justicia, justificara un desierto. Y este aforismo final. "Algunos agresores no perdonan la reacción de los agredidos".

 

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