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China, erigida ya en la principal fuente de inversión extranjera directa del mundo, se ha transformado también en la primera inversora extranjera en Brasil, del que ya era el principal socio comercial, y en un importante canal de financiación para la debilitada economía brasileña.
La relación entre Brasilia y Beijing ha adquirido un carácter estructural, que amenaza con desplazar a la tradicional influencia estadounidense en la mayor potencia económica sudamericana, sacudida hoy por una fuerte cri sis.
Las medidas proteccionistas adoptadas por Donald Trump sobre las importaciones y las inversiones chinas en Estados Unidos incentivan en Beijing la tendencia a la búsqueda de alternativas. Este interés abre la posibilidad de que Brasil aumente sus exportaciones de soja a China, en detrimento de los estados del Medio Oeste norteamericano. Más aún: la diplomacia china ya manifestó su intención de que las grandes firmas chinas se asocien con sus similares brasileñas en empresas binacionales dedicadas a la producción agroalimentaria, desde la harina de soja hasta la industria frigorífica. Brasil es el segundo exportador de soja y el primero de carne a escala mundial.
Luiz Augusto de Castro Neves, titular del Consejo Empresarial China-Brasil (CEBC), señaló que "China puede desempeñar un papel muy importante para ayudar a la economía brasileña a salir de su estancamiento". Jorge Arbache, secretario de Asuntos Internacionales del Ministerio de Planificación, Desarrollo y Gestión, confirmó que "China se está convirtiendo en uno de los mayores inversores extranjeros en Brasil. Ellos son bienvenidos, en especial cuando traen consigo nuevas tecnologías y modernización productiva".
Según la CEPAL, desde 2005 hasta 2017 Brasil recibió el 55% de las inversiones de empresas chinas en América Latina. En la estimación del Ministerio de Planificación brasileño, entre 2003 y junio de 2018 las firmas chinas invirtieron 53.968 millones de dólares en un centenar de proyectos. En 2017 esas inversiones totalizaron 10.878 millones de dólares y, por primera vez, superaron a las estadounidenses. Un detalle a tener en cuenta es que el 73% de esas inversiones pertenecen a empresas estatales.
Entre 2003 y 2017 China se involucró en inversiones en 250 diferentes iniciativas en una creciente variedad de rubros. Hasta 2010 las inversiones chinas se concentraban en proyectos destinados a asegurar su abastecimiento alimenticio y energético. Pero en los últimos años se están dirigiendo crecientemente hacia las telecomunicaciones, la industria automotriz, las energías no convencionales y los servicios financieros.
China y Petrobras
Una vez que el expresidente Lula acordara un préstamo chino de 10.000 millones de dólares para la expansión de Petrobras, las inversiones aumentaron en cantidad y variedad. Esto incluyó, por ejemplo, la adquisición en 3.100 millones de dólares por parte de Sinochem de los activos brasileños de la petrolera noruega Statoil, la compra de siete plantas de transmisión de energía por parte de State Grid, la compañía eléctrica más importante de China, y la adquisición en 2012 de otras siete plantas más a la compañía energética ACS.
Las inversiones chinas incluyeron compras de paquetes minoritarios de acciones en empresas brasileñas, entre ellas la inyección de 7.100 millones de dólares de Sinopec a la filial de la empresa Repsol y de 5.200 millones de dólares para adquirir el 30% de la compañía petrolera Galp. Por su parte, Sinochem compró una participación del 10% en el consorcio anglo-francés Perezco, mientras que el grupo chino Baosteel compró el 15 de la firma minera CBMM.
Aunque ese creciente flujo de inversiones se vio transitoriamente interrumpido en 2014 por la crisis desencadenada por el "Lava Jato", rápidamente recuperó e incrementó su ritmo, con particular énfasis en el sector energético. Prueba de ello fue la adquisición de CPFL, una importante generadora y distribuidora de electricidad por parte de State Grid por una suma de 10.800 millones de dólares. Esa operación permitió la instalación de una nueva línea de transmisión para conectar la nueva central hidroeléctrica de Belo Monte, en el estado de Pará, con los principales centros urbanos del sur brasileño por un valor de 3.500 millones de dólares.
En telecomunicaciones, las compañías chinas Huawei y ZTE hicieron avances significativos, que incluyeron el establecimiento de un centro de servicios al cliente y de pruebas en San Pablo. China Mobile, que es la mayor empresa de telefonía móvil del mundo, estudia la compra de la quebrada empresa brasileña Oi, que le daría acceso a sus 63 millones de usuarios. Al mismo tiempo, China Unicom y Huawei planean construir un cable submarino de casi 10.000 kilómetros a través del océano Atlántico para conectar la ciudad brasileña de Fortaleza con la costa africana a la altura de Ca merún.
Las empresas chinas también están invirtiendo para ampliar las principales instalaciones portuarias a lo largo de la extensa costa atlántica brasileña. Entre los proyectos en curso se destacan dos que están siendo ejecutados por China Communications Construction Co.: la terminal de graneles de Babitonga, en el puerto de San Francisco del Sur, y otra instalación en el puerto de San Luis, en el estado de Maranhao.
Asimetrías
Esas inversiones apuntan a consolidar la infraestructura para el incremento del comercio bilateral. La venta de productos brasileños a China representaba menos del 2% del total de sus exportaciones en el año 2000, el 15% en 2010, el 22% en 2017 y el 26% en el primer semestre de este año. El 86% de esas exportaciones proviene de productos básicos (principalmente soja y hierro), mientras que, a la inversa, el 97,3% de las importaciones brasileñas procedentes de China están constituidas por productos manufac turados.
Esta asimetría genera una controversia que hace al corazón de la encrucijada estratégica que atraviesa Brasil. Unos sostienen que la profundización del vínculo con China promueve la desindustrialización y reprimarización de la economía brasileña. Otros arguyen que los beneficios de la expansión del polo agroalimentario permitirán en el futuro financiar la ampliación de la infraestructura y avanzar en una paulatina diversificación industrial orientada no hacia el consumo interno, como ocurrió durante los últimos años, sino hacia el mercado mundial.
Lo cierto es que las letales consecuencias del "Lava Jato" sobre un vasto sector del empresariado local vinculado a las contrataciones con el Estado abren camino a una mayor apertura internacional de la economía brasileña, que en estas condiciones internacionales podría ser mejor aprovechada por China que por Estados Unidos.