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Una melodía conmovedora obliga a los ocasionales transeúntes de la peatonal Caseros a detenerse para ver de quién se trata. De inmediato, todos leen una simple hoja con un agradecimiento a los argentinos. Al lado, una joven parece no inmutarse con lo que genera en la gente que camina a paso raudo por el lugar. Mientras tanto, ella canta dulcemente: "Que me soltaste, me soltaste, cuando más necesitaba aferrarme. Apostaste y me obligaste a buscar en otras partes amor. Oh oh oh oh oh yo sé, que en ese escenario igual jugué mi papel. Oh oh oh oh oh oh lo sé, se ha hecho tarde para volver".
La letra de la canción del dúo de hermanos Jesse y Joy parece resumir la historia de vida de la muchacha que la entona, Erika Veliz, de 21 años, pues su país natal, Venezuela, la soltó en cierta forma debido a la crisis extrema que atraviesa y tuvo que buscar nuevos horizontes en Argentina.
"Cada vez que la gente se detiene a escucharme me siento más cerca de mi máximo sueño: convertirme en una artista reconocida", expresó la joven artista.
"Emigrar no es un delito, gracias Argentina", reza la leyenda que se puede observar al frente del parlante que la acompaña, como pieza de su equipo musical, además de un micrófono.
Muy lejos quedó la realidad de su país. Ahora le parece irreal haber encontrado refugio en Salta y poder compartir su música por estas tierras con tanta aceptación.
"Recuerdo que en un momento levanté la vista y había unas cincuenta personas mirándome a mí, con lágrimas en los ojos. No lo podía creer. Me duele que esto no me pase en mi país, pero acepto que allá hacer esto es perder el tiempo", manifestó la radiante joven, con una mirada de esperanza.
Cada vez son más quienes toman la decisión de llenar las pequeñas cajas que se encuentran al pie de su micrófono con algunos billetes.
Huir de la crisis
Erika Veliz es oriunda de la ciudad de Anaco, Venezuela. Su sueño de pequeña era ser reconocida como deportista, pero cuando empezó a aprender música se desprendió de ese anhelo. Llegó a la capital salteña hace un mes, tras huir con algunos familiares de la crisis que golpea a su país.
"La crisis en Venezuela recrudece cada día. Los días de trabajo allá son para lograr comer. En los supermercados casi no hay alimentos básicos como leche o arroz y cuando se sale afuera los revenden al triple", contó.
Además, recordó con congoja haber sido testigo de la muerte de niños recién nacidos, y otros de 5 y 7 años por falta de insumos básicos. "Parece mentira pero la gente debe llevar su propia medicación y hasta las jeringas a los hospitales públicos", explicó.
Una situación desesperante vivió cuando un familiar se enfermó. "Mi sobrino, que tiene autismo, sufrió un cuadro de asma grave y nos mandaron a otro hospital a ver si encontrábamos medicación. Casi se nos muere", recordó con tristeza.
Llegar hasta Salta no fue fácil. "Ha sido duro el poder llegar hasta la Argentina, por las restricciones que establecieron en Venezuela para evitar la emigración masiva. Despedirme de mis padres y hermanos ha sido muy difícil para mí", relató Erika.
En su memoria quedó grabada la imagen del rostro de su mamá, quien con el alma rota se desprendió de su única hija mujer.
"Lo único que le dio tranquilidad a mi madre fue que vine en compañía de uno de mis hermanos, con su esposa y mis dos sobrinos pequeños. Ahora estamos alquilando un departamento en la calle San Luis", sostuvo.
La solidaridad
Durante su presentación musical en la peatonal Caseros, es posible observar, a su lado, una caja grande en la que llegó empaquetada la herramienta de trabajo con la que menos pensaba contar.
Es que un día una transeúnte que pasaba por el lugar la escuchó con mucha atención y quedó cautivada, por lo que se sentó en silencio en el mismo cantero en el que estaba Erika, para contemplarla.
"Solo recuerdo que se llama Silvia. Me había contado que se encontraba en un momento de angustia porque tenían que operar a su hijo. Ese día yo había cantado el tema "Gloria a Dios' y ella me dijo que eso la llenó de paz", relató la muchacha.
Unos días después le dijo que tenía algo para ella. "Me entregó como obsequio un equipo de sonido para que yo pueda compartir mi música con el público. No lo podía creer", añadió. Erika abrazó a Silvia, saltó y lloró de alegría en ese momento.
"Estoy muy agradecida por encontrar refugio en Salta. Hoy solo quiero disfrutar del cariño, sinceridad y nobleza del público salteño, que se preocupa inclusive por saber si pude comer", dijo Erika con satisfacción.
La joven que se gana la vida expresando su arte mediante el canto en la peatonal siente que, en parte, su sueño se hizo realidad.
"Alguien me dijo una vez que cuando uno tiene un don, tiene que compartirlo para alegrar al otro", finalizó.