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Israel se suma a la nueva derecha

Miércoles, 06 de marzo de 2019 00:00
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El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, avanza decididamente en la creación de una red de alianzas políticas con la nueva corriente mundial de la derecha populista, a través del establecimiento de vínculos con un amplio arco de fuerzas que incluye desde el mandatario estadounidense Donald Trump hasta su colega brasileño Jair Bolsonaro y abarca también a los partidos "soberanistas" de Europa Occidental, como la Liga Nacional de Matteo Salvini en Italia, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia, la Alternativa para Alemania de J"rg Meuthen y el Partido de la Independencia de Gerard Batten en Gran Bretaña y a los gobiernos nacionalistas de Europa Oriental, agrupados en el llamado "Grupo de Visegrado", que nuclea a Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia.

Esa estrategia tiene su correlato en la política doméstica israelí. Para las próximas elecciones legislativas del 9 de abril, el primer ministro resolvió incorporar a la coalición oficialista a Poder Judío, una formación ultraderechista heredera del Partido Kach, del rabino Kahane, un grupo judío extremista que tuvo representación parlamentaria entre 1984 y 1988 pero que en 1994 fue disuelto legalmente por su ideario de abierto racismo antiárabe. "El pacto servirá para impedir el establecimiento de un gobierno de izquierdas, Dios nos Libre", señaló el comunicado en que Poder Judío explica su aceptación de la oferta de Netanyahu, que incluye la posibilidad de tener carteras ministeriales en el futuro gobierno.

La inflexión Trump

El punto de inflexión que determinó la formulación de esta nueva estrategia de Netanyahu fue obviamente el triunfo de Trump en las elecciones norteamericanas de noviembre de 2016, que marcaron un drástico viraje en la política de Washington hacia Medio Oriente. Porque si bien Estados Unidos, a través de todos sus gobiernos, republicanos y demócratas, fue siempre un sólido aliado de Israel y el principal garante internacional de su supervivencia, ningún presidente norteamericano fue tan pro-israelí como Trump.

La decisión de Trump de trasladar a Jerusalén la sede de la embajada norteamericana en Israel simbolizó su alineamiento militante con la causa israelí en el conflicto palestino.

Pero ese gesto no fue la única muestra de buena voluntad.

Tan o más importante aún fue la denuncia por la Casa Blanca del acuerdo nuclear con Irán, suscripto por la administración de Barack Obama.

Para Israel, Irán es su enemigo principal y ese tratado constituía una concesión peligrosa ante la expansión regional del régimen de Teherán, que estima una amenaza para su supervivencia. No es simple paranoia: Irán apostó soldados de su Guardia Republicana en Siria para defender al gobierno de Bashir al-Assad, ganó influencia política en Irak por la participación de los partidos chiítas en la coalición gobernante en Bagdad y fortaleció su presencia en El Líbano a través de las milicias de Hezbollah.

Esta solidaridad de Trump con Israel reconoce razones personales y políticas. Su hija Ivanka está casada con Jared Kushner, un judío ortodoxo que es también uno de sus asesores más influyentes. Para celebrar su matrimonio, Ivanka, tuvo que convertirse a la religión judía, por lo que el presidente estadounidense tiene entonces tres nietos judíos, algo inédito en la Casa Blanca.

La segunda razón, mucho más práctica, fue la intensa presión de la poderosa corriente evangélica estadounidense, que constituye hoy la columna vertebral del electorado republicano y que subrayó siempre una honda afinidad espiritual con el estado judío justificada en la lectura del Antiguo Testamento y la reivindicación de las raíces judías del cristianismo.

Esa posición de principios de los evangélicos fue también decisiva para que Bolsonaro anunciara su propósito de imitar a Trump en cuanto a la sede de la embajada brasileña en Israel, razón que explicó la inusual presencia de Netanyahu en la ceremonia de asunción del mandatario brasileño.

También con la derecha europea

Desde su convergencia con Trump, la aproximación de Netanyahu con la nueva derecha populista se extendió velozmente al viejo continente. Ya en enero de 2017, Nicolás Bay, secretario general del Frente Nacional liderado por Le Pen, sorprendió a algunos de sus correligionarios con una visita a Israel y en marzo de 2016, antes de llegar al gobierno, Salvini también viajó a Tel Aviv y escandalizó a muchos cuando señaló que se trataba de "un modelo a seguir".

Alternativa para Alemania fue más lejos, porque hizo una campaña pública para que Jerusalén fuera reconocida como capital de Israel, mientras que uno de sus dirigentes, Dimitri Shculz (judío alemán), desató una polémica al anunciar su intención de atraer el voto judío para su partido.

Ya hace diez años, Filip Dewinter, uno de los líderes del partido nacionalista flamenco Vlaams Belang, había puesto los puntos sobre las íes cuando proclamó que "los judíos son nuestros hermanos de armas en la guerra contra el Islam".

En Europa Oriental, Netanyahu avanzó también en el fortalecimiento de amistad con países como Hungría y Polonia, cuyos gobiernos nacionalistas son frecuentemente acusados de antisemitismo.

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, y su colega polaco, Mateusz Morawiecki, protagonizaron sendas visitas a Tel Aviv, que motivaron las encendidas protestas de la oposición israelí. 
En un artículo publicado en “Le Monde Diplomatique”, Dominique Vidal tradujo esas protestas en una frase contundente: “A Netanyahu no le importa el antisemitismo de sus nuevos amigos siempre y cuando apoyen a Israel”. 

El enemigo común
En realidad, Netanyahu y los nacionalismos emergentes en Estados Unidos y Europa Occidental encuentran su primer punto de unión en su férrea oposición al avance del Islam en cualquiera de sus manifestaciones. Esa coincidencia se extiende a la inmigración musulmana, concebida como un peligro para la identidad nacional de sus respectivos países.
En esa confrontación, Trump, las corrientes evangélicas conservadoras y la derecha nacionalista europea visualizan a Israel como un enclave occidental en Medio Oriente que libra una lucha épica en defensa de los valores judeocristianos contra los enemigos de Occidente.
Pero esta confluencia entre Netanyahu y la nueva derecha nacionalista no es sólo una expresión de “realpolitik” ante un enemigo común, sino que responde a un proyecto político acorde con un nuevo nacionalismo que asoma en la población judía.
La sanción de la ley que consagró a Israel como el Estado - Nación del pueblo judío y estableció el hebreo como única lengua oficial, relegando a un segundo plano al árabe (hablado por el 15% de la población), fue la culminación de un proceso cultural de carácter identitario que redefinió la razón de ser de aquel estado creado hace 70 años y le otorgó a la clásica definición de “hogar nacional del pueblo judío” un contenido explícitamente étnico y religioso.
Esa reafirmación a ultranza de la vigencia del Estado-nación frente al “globalismo” político es precisamente la base de sustentación programática de esta nueva derecha nacionalista mundial.
 

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