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Trump lo hizo: Lori Lightfoot, una candidata demócrata afroamericana que se reivindica como lesbiana, ganó por abrumadora mayoría la alcaldía de Chicago, la tercera ciudad de Estados Unidos.
Su victoria es una bofetada política y cultural a la derecha conservadora estadounidense, expresión de la población WASP (blanca, anglosajona y protestante), que es la columna vertebral del electorado republicano.
Patentiza también, aunque por una vía indirecta, una tendencia en ascenso entre los demócratas: el avance de una nueva izquierda contestataria, que desafía al "establishment" partidario, como hizo Trump con el antiguo "establishment" republicano.
En realidad, el impacto producido por el triunfo de Trump en las elecciones primarias republicanas, y luego en los comicios presidenciales de noviembre de 2016 había opacado otro acontecimiento disruptivo: el notable respaldo cosechado por el senador Bernie Sanders en su desigual competencia contra Hillary Clinton por la nominación de los demócratas. Con un discurso de izquierda, el veterano senador de 77 años movilizó a una amplia franja del electorado juvenil y llegó a poner en peligro la nominación de Clinton, quien contaba con el apoyo de la estructura partidaria y del presidente Barack Obama.
En las elecciones legislativas de medio término de 2018, esa huella estampada por Sanders encontró numerosos seguidores. Una de las más notables fue Alexandria Ocasio-Cortez, una "millenial" latina de 28 años que logró imponerse en uno de los distritos electorales de Nueva York tras derrotar a Joe Crowley, un conspicuo dirigente demócrata que ocupaba su escaño parlamentario desde 1999 y era visualizado como un posible reemplazante de su correligionaria Nancy Pelosi como portavoz de su partido en la Cámara de Representantes.
Estrategia de ascenso
Pero Ocasio-Cortez fue apenas la expresión más relevante de un fenómeno de mayor amplitud. Quince miembros de Socialistas Democráticos de América (DSA) ganaron escaños parlamentarios en trece estados. Numerosos militantes de DSA obtuvieron cargos a nivel local con una intensa campaña puerta a puerta.
El DSA no es un movimiento de reciente creación. Nació en la década del 80 como fruto de la fusión entre dos grupos de izquierda: el Comité Organizador del Socialismo Democrático, (heredero del extinto Partido Socialista de Estados Unidos) y el Nuevo Movimiento Americano (una alianza de intelectuales "progresistas" vinculados a pequeños partidos izquierdistas clásicos). Cuantitativamente, su número de afiliados aumentó de 5.000 en 2015 a 52.000 en 2018. Pero la novedad cualitativa, incentivada por la performance de Sanders, es que muchos de sus militantes optaron por ingresar al Partido Demócrata para obtener una competitividad electoral de la que carecían en su condición de "outsiders".
La falsa cherokee
El balance positivo de esa experiencia impulsó el lanzamiento de precandidatos presidenciales de esa nueva izquierda demócrata.
La favorita de esa corriente es la senadora Elizabeth Warren, quien deberá remontar la acusación de haber fingido ser de ascendencia india, en este caso de la tribu Cherokee, para acceder a beneficios que la legislación estadounidense confiere a los integrantes de las poblaciones originarias.
Según una prueba de ADN a la que tuvo que someterse, Warren apenas tendría una pequeñísima gota de sangre indígena. El episodio sirvió para que Trump comenzara a mofarse de la postulante demócrata, a la que llama Pocahontas, nombre de la hija del jefe de una tribu indígena que habitaba Virginia y que, a comienzos del siglo XVII, se casó con uno de los primeros colonos británicos, lo que le otorgó un lugar destacado en la historia norteamericana.
Los defensores de la senadora sostienen que su actitud obedeció a la intención de visibilizar los reclamos de las minorías indígenas.
Los jóvenes prefieren el socialismo
Una encuesta de Gallup, divulgada en agosto pasado, revela que el 37% de los estadounidenses tienen una imagen favorable del socialismo, frente al 56% que tienen una imagen positiva del capitalismo.
Pero ese resultado sorprendente encierra otro aún más inquietante: entre los jóvenes de entre 18 y 29 años de edad, el 51% tiene una imagen favorable del socialismo y un 45% del capitalismo.
La valoración del socialismo empeora cuando mayor edad tienen los encuestados. Entre los estadounidenses mayores de 65 años, que todavía guardan una memoria vívida del "socialismo real", sólo el 28% tienen una imagen positiva del socialismo, un porcentaje de todos modos nada desdeñable.
Daniel Schlozman, un destacado académico de la Universidad John Hopkins, explica que "el crecimiento del apoyo al DSA entre los millenials es la otra cara de la caída de popularidad del capitalismo".
Sostiene que "esta generación tuvo que pasar por una recesión muy severa ocasionada por la especulación, los préstamos bancarios imprudentes y la falta de regulaciones, lo que causó un enorme crecimiento de las deudas universitarias, y cuyos estándares de vida no van a ser automáticamente más altos que los de sus padres”.
Los demócratas socialistas presentan empero una notable heterogeneidad ideológica. Pero la tendencia predominante revela una cierta nostalgia por los beneficios del Estado de Bienestar, implantado en la década del 30 por las presidencias demócratas de Franklin D. Roosevelt y desmantelado en la década del 80 por la administración republicana de Ronald Reagan.
En términos generales, sus invectivas apuntan contra el incremento de la desigualdad social, corporizado en el “uno por ciento” de los super ricos. “Somos el 99%” es una de sus banderas de campaña. Otros de sus ejes programáticos predilectos son la temática ecológica y las reivindicaciones feministas. Muy difusamente, el ideario de la izquierda demócrata tiende a reivindicar el modelo del socialismo escandinavo, en retroceso en sus países de origen.
El punto más popular de la plataforma de los demócratas socialistas es su propuesta de un sistema de salud universal (“Medicare for all”), enarbolada como consigna durante la campaña de Sanders.
La iniciativa concita crecientes adhesiones en una amplia franja de la población estadounidense que padece los altos costos de la atención médica.
La paradoja de este despertar socialista es que va de la mano del fenómeno Trump. Kristian Hernández, dirigente del DSA en Texas, señala que “hemos experimentado varios repuntes en la membresía: cuando Trump ganó la elección, cuando tomó posesión de su cargo y, prácticamente, cada vez que el gobierno ha tomado alguna decisión muy opresiva o que ha molestado a mucha gente en los últimos dos años”.
A la vez, lejos de preocuparse por esta ola izquierdizante, Trump intenta utilizarla como bandera para su reelección. “Estados Unidos nunca será socialista”, es una de sus frases favoritas para provocar a sus adversarios y transformar la elección presidencial del año que viene en una contienda ideológica que está seguro de ganar.
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