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La reinvención de Europa

Martes, 02 de abril de 2019 00:00
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En una etapa dramática de su historia, cuando los coletazos del Brexit y el avance de los partidos "soberanistas" jaquean a la Unión Europea (UE) y el diálogo entre Estados Unidos y China apunta a la consolidación de un G-2 que regularía la economía global en desmedro de la antigua influencia del Viejo Continente, Alemania y Francia intentan un relanzamiento del bloque comunitario orientado a recuperar el protagonismo perdido.

El proyecto equivale a una reinvención de la Unión Europea. El objetivo es detener la decadencia experimentada por el Viejo Continente en las últimas décadas, desde que el avance de la globalización redujo la competitividad de su estructura productiva, promovió el desplazamiento de las inversiones de las empresas europeas hacia a las naciones emergentes y obligó a desmontar el Estado de Bienestar que había constituido la base del contrato social que sostenía la estabilidad política en todos sus países.

La primera ministra germana, Angela Merkel, y el presidente galo, Emmanuel Macron, pergeñan una estrategia conjunta para impulsar la creación de gigantes económicos continentales que sean capaces de competir exitosamente con las grandes compañías estadounidenses y chinas en el mercado mundial. Esta iniciativa supone conseguir la revisión de ciertas normas antimonopólicas que obstruyen la consolidación de grandes conglomerados nacionales, particularmente en el área de la alta tecnología.

La preocupación del eje Berlín-París se multiplicó con el reciente veto de la Comisión Europea a la fusión entre la alemana Siemens y la francesa Alstom, que venía proyectándose desde 2017 y hubiera posibilitado la creación de un poderoso conglomerado binacional en el sector ferroviario con presencia en 60 países, una facturación de alrededor de 18.000 millones de dólares anuales y unos 60.000 empleados.

Los partidarios de la operación argumentaban que las autoridades regulatorias tuviesen en cuenta la expansión de su competidora china CRRC, sociedad nacida de la fusión de varias empresas del coloso asiático, cuya facturación anual se acerca a los 30.000 millones de euros.

"¿No hay áreas como la aviación, los ferrocarriles y los bancos en las que se debería tomar como referencia el mercado mundial y no el europeo?", protestó el ministro de Economía alemán, Peter Altmaier. Su colega francés, Bruno le Maire, afirmó que ese veto "servirá a los intereses de China". Más frontal, el director general de Siemens, Joe Kaeser, señaló que la decisión era propia de "tecnócratas retrógrados"

Debate en Bruselas

Si bien la Comisión Europea está integrada por delegados de los gobiernos, su misión no es responder a sus mandantes sino defender los intereses de conjunto del bloque continental, por lo que sus decisiones son a menudo caracterizadas como expresión de la "burocracia de Bruselas". De allí que los planteos franco-alemanes estén dirigidos no a la comisión sino al Consejo Europeo, formado por los jefes de Gobierno de los países miembros del bloque y que es, por lo tanto, el cuerpo eminentemente político de la UE.

Otros 17 países, entre ellos Italia y España, coincidieron con esa iniciativa y, en enero pasado, suscribieron una declaración en la que sostienen que la Unión Europea tiene que "construir una política industrial" para alentar "la creación de grandes jugadores económicos".

El documento enfatiza que "así como las grandes potencias no dudan a la hora de defender a sus campeones nacionales, Europa debe tener en cuenta en su política de competencia la evolución del entorno competitivo global en términos de inversión, comercio e industria".

Las estadísticas son elocuentes. En los últimos años, las grandes compañías europeas han ido perdiendo relevancia mundial. Todos los rankings internacionales consignan un abrumador predominio de empresas norteamericanas y, en segundo lugar asiáticas, en especial chinas. En una declaración conjunta, Altmaier y Le Maire subrayaron que "hoy, entre las mayores cuarenta compañías del mundo solo hay cinco que son europeas".

Entre las veinte compañías de mayor valor bursátil, la única europea es la petrolera anglo-holandesa Royal Dutch Shell. Con un agregado inquietante: de las diez mayores corporaciones mundiales, siete son tecnológicas, cinco son estadounidenses, dos son chinas y ninguna es europea.

En noviembre de 2018, el Consejo Europeo publicó un documento titulado "Una futura estrategia de política industrial de la Unión Europea", en la que instaba a la Comisión a formular un plan de largo plazo.

Miguel Otero, investigador del Real Instituto Elcano, subrayó que "Europa no solo necesita campeones europeos, sino una política industrial enfocada especialmente en ámbitos como la I+D (investigación y desarrollo), el desarrollo de "hubs" (centros promotores de nuevos emprendimientos empresarios) y la inteligencia artificial".

Según Otero, "el problema no es de competencia, sino de fragmentación de mercados".

Aún debe armonizarse la legislación y romperse monopolios nacionales para darles a las empresas las escalas que necesitan".

Su visión coincide con la opinión del economista catalán Xavier Vives, considerado uno de los máximos expertos europeos en política industrial, quien afirma que “los mercados de Estados Unidos y China están completamente integrados y el europeo está fragmentado”.

Alemania al frente 
 
Alemania es la abanderada de este replanteo estratégico. 
El documento del gobierno de Merkel sobre sus planes de reconversión para la industria germana en 2030 enfatiza que “el tamaño sí importa” y resalta la importancia de las grandes empresas en la competencia internacional.
 Argumenta que China y Estados Unidos buscan fortalecer a sus corporaciones. Beijing promueve decididamente la expansión de sus grandes conglomerados, muchas veces paraestatales.
Con Donald Trump en la Casa Blanca, la administración republicana relaja sus normas regulatorias para favorecer a sus empresas y alentar su competitividad internacional. 
La Unión Europa sabe que una de las principales vulnerabilidades de sus empresas reside en su capacidad de financiación. Las compañías asiáticas tienen la generosa ayuda crediticia de los bancos estatales. Las estadounidenses cuentan con la ventaja de un mercado de capitales altamente diversificado, que atrae el dinero de todas partes del mundo.
A tal fin, las autoridades de la UE pretenden la unificación de su mercado de capitales. Ese propósito choca hoy con el Brexit: la City londinenses es una de las mayores capitales financieras del mundo.
El conflicto está instalado: mientras los técnicos de Bruselas temen que el relajamiento de las normas antimonopólicas lleven a una concentración empresarial que limite la libre competencia en Europa, Merkel y Macron sostienen que, en el peor de los casos, ese riesgo es el precio a pagar para que las empresas europeas vuelvan a tallar en el concierto mundial.
 

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