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La ruta de la seda llega a la región

Miércoles, 08 de mayo de 2019 00:00
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En un giro político que está íntimamente relacionado con la pulseada entablada entre la Unión Europea y la administración estadounidense de Donald Trump, el gobierno alemán de Ángela Merkel acaba de plantear que la Unión Europa tiene que negociar en bloque su participación en la iniciativa china de reconstrucción de la antigua "Ruta de la Seda", que constituye el megaproyecto de infraestructura más ambicioso de la historia universal, orientado a rediseñar la geografía económica mundial y reafirmar el ascenso del coloso asiático a la condición de superpotencia.

El ministro de Finanzas germano, Peter Altmaier, aclaró que "los grandes países europeos hemos acordado que no firmaremos memorándums de forma individual sino entre la UE y China". Esta aseveración salió al cruce de la decisión de Italia, primer país del Grupo de los Siete cuyo gobierno adhirió oficialmente a una iniciativa que anteriormente había cosechado el apoyo de otros doce de los veintiocho socios de la UE: Bulgaria, Hungría, Grecia, Portugal, Malta, República Checa, Croacia, Estonia, Lituania, Letonia, Eslovaquia y Eslovenia.

Las declaraciones de Altmaier sucedieron al cónclave internacional sobre el tema celebrado días pasados en Beijing entre el presidente Xi Jinping y 37 Jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo, incluidos el presidente ruso Vladimir Putin y sus colegas de Turquía, Recep Erdogan, y de Chile, Sebastián Piñera, así como el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, y funcionarios de otro centenar de países, cuyos resultados fueron considerados como un avance fundamental en la puesta en marcha de la monumental iniciativa denominada "Una franja, una ruta" (en inglés "One belt, one road")

Lo que en 2013 empezó con un discurso de Xi Jinping se ha erigido en un proyecto que implica una revolución en el campo de la infraestructura para el tránsito de mercaderías y representa un formidable incentivo al proceso de globalización de la economía, cuyo máximo abanderado no son los Estados Unidos de Trump sino el Partido Comunista Chino.

China, una civilización milenaria, tiene una larga memoria histórica. Sus gobernantes recuerdan que, hace más de 2.000 años, sus mercaderes, a lomo de camello, instalaron una vía de conexión, a través del Asia Central y el Cercano Oriente, para permitir el intercambio de productos entre Oriente y Europa. Zhang Qian, un enviado del Emperador que entre los años 138 y 115 a. C. exploró esas inmensas regiones, es considerado en China el padre de la Ruta de la Seda. En ese discurso de 2013, Xi Jinping evocó sus viajes para formular su nuevo proyecto.

Los caminos llevan a China

Pero a esa legendaria ruta terrestre original, rebautizada como "Cinturón Económico de la Ruta de la Seda", Beijing sumó esta vez una vía marítima, bautizada como "Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI, para adentrarse en África, y otra transoceánica, para vincularse con Sudamérica y establecer una vía ferroviaria para conectar el Océano Atlántico con el Océano Pacífico. Por las rutas donde hace siglos se comercializaban especias, té, porcelana, oro y plata, en el futuro circularán trenes de alta velocidad con vagones de carga, petróleo y gas (a través de gigantescos oleoductos y gasoductos) y navíos que transportarán todo tipo de mercaderías.

Las conexiones previstas para 2030 pretenden incluir a regiones que albergan al 65% de la población mundial, generan un 55% del producto bruto global y concentran un 70 % de las reservas de energía conocidas. La inversión total estimada es de nada menos que 8,2 billones de dólares, una cifra astronómica. A modo comparativo, cabe acotar que el "Plan Marshall", para reconstrucción de Europa tras la segunda guerra mundial, costó, a valores actualizados, 130.000 millones de dólares.

Según Xiao Weiming, el funcionario chino a cargo del programa, China invirtió 80.000 millones de dólares en diversos proyectos. Ya están en marcha 1.401 emprendimientos (dos tercios en Asia Central), con una inversión de 37.600 millones de dólares. El gobierno chino negocia actualmente con una veintena de países, encabezados por Turquía e Irán, la construcción de 5.000 kilómetros de ferrocarriles de alta velocidad, con una inversión prevista de 160.000 millones de dólares.

El experto británico Tom Miller, en su libro "El sueño asiático de China: la construcción del imperio a través de la nueva Ruta de la Seda", definió el espíritu estratégico de la iniciativa: "mediante una mejor conectividad crear una red comercial que haga que todos los caminos lleven a China".

En la refinada retórica de Beijing, el proyecto se construye sobre "una arquitectura de cooperación económica regional abierta, inclusiva y equilibrada que beneficia a todos".

A tal fin, enfatiza cinco puntos que tendrían que cumplimentar todos los países participantes: el fortalecimiento de la cooperación económica con los otros socios, el mejoramiento de la conectividad de sus respectivas infraestructuras, el incentivo a la inversión y el intercambio comercial, el aliento a la integración financiera y la promoción de los vínculos personales entre los ciudadanos.

Un terreno en disputa

Un detalle significativo, que motiva una inocultable preocupación en Washington y abre una sorda disputa geopolítica, es que esta nueva versión de la Ruta de la Seda incluye ahora a América Latina, una región que no figuraba en el proyecto originario. Panamá fue el primer país latinoamericano en adherir a la iniciativa que luego obtuvo el respaldo de Chile, Perú, Ecuador, Uruguay, Costa Rica, Venezuela y Cuba.

En una conferencia de prensa realizada durante su reciente estadía en Beijing, Piñera fue un poco más lejos en la enunciación de las intenciones chilenas: "queremos transformar a Chile en un centro de negocios para las empresas chinas, para que ustedes puedan, desde Chile, llegar también a América Latina". Vale recordar que Chile fue el primer país de Occidente en suscribir un tratado bilateral de libre comercio con China, que hoy es el principal socio comercial del país trasandino.

De todos modos, Beijing todavía no consiguió avanzar con ninguna de las tres principales economías latinoamericanas: Brasil, México y la Argentina. Para los tres, la cuestión tiende a convertirse en una verdadera encrucijada estratégica con enormes implicancias económicas y políticas. En Brasil, genera un debate dentro del propio equipo de Bolsonaro, tensionado su voluntad entre política de alinearse con Washington y el interés económico de fortalecer los vínculos con Beijing. En México, pasó a ser una baza de negociación de Andrés López Obrador en su puja con Trump.

En la Argentina, es un dilema que trasciende al actual mandato de Mauricio Macri.

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