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Las memorias de John King

Lunes, 10 de junio de 2019 00:00
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Las vidas de viajeros y sus memorias escritas son un tesoro para entender el cuadro geográfico y sociológico de una región en una determinada coordenada de espacio - tiempo. El ambiente, como las personas que lo componen, fluye, muta, cambia.

El observador deja su impresión subjetiva sobre lo que a él le toca ver y vivir. En este sentido, John Anthony King (1800-1849) resulta un personaje singular. Sus memorias no sólo se leen como un delicioso libro de aventuras sino que además podrían servir como guión para una película sobre los tiempos de las luchas intestinas de nuestra independencia.

Al parecer King nació en Inglaterra en 1803 pero viajó siendo un bebé a los Estados Unidos de América. Allí vivió hasta los 14 años cuando tuvo una seria desavenencia con su familia lo que le llevó a buscar refugio en un barco que partía con armamento para el Río de la Plata.

Dice él que llegó a Buenos Aires a bordo del Wycoona y que luego de vender una navaja y vagar, muerto de hambre, logró enrolarse en el ejército.

Desde ese momento pasó 24 años en el país, lo cual lo llevó por la mayoría de las provincias argentinas y lo hicieron un testigo privilegiado de las guerras independentistas.

Con Pancho Ramírez

Apenas enrolado lo movilizaron en el ejército de Pancho Ramírez y salió maltrecho de los combates contra Artigas. Más tarde fue movilizado hacia el oeste para luchar contra Carreras que se había fortalecido en la región cuyana.

Allí vio morir al salteño Mariano Boedo quien había ido a parlamentar con bandera blanca. Luego vio asesinar y decapitar a su jefe Ramírez. Fue hecho prisionero y tuvo que sufrir las peores torturas. Luego se encontró con un comerciante inglés, míster Crasey, al que habían quemado las carretas y robado sus pertenencias.

Lo único que se salvó del fuego fue una "linterna mágica", un extraño aparato que se usaba a principios del siglo XIX para proyectar figuras y dibujos en una pared o tela blanca. Ese aparato de metal, con una candela interna y una pequeña chimenea, fue un primitivo antecesor del cinematógrafo. King y Crasey ganaban algunas monedas con sus exhibiciones. Se despidieron en San Juan y habrían de encontrarse en dos oportunidades posteriores.

De vuelta en el ejército avanzó hacia el norte y llegó a Tucumán en tiempos de Aráoz. Describe la llegada allí de Gemes y sus gauchos y la defensa de los tucumanos a su tierra. Luego sigue a Salta donde se entrevista con Gemes pero sus comentarios no son muy felices.

Luego marcha hacia Jujuy, Orán y Tarija donde participa en varios enfrentamientos. Especialmente menciona al caudillo tarijeño Méndez y las acciones en Padcaya. Ahí aparece la figura de Vicente Panana al que describe como un personaje de capa, sombrero, turbios ojos grises y profundas cicatrices en la cara. Frena una intentona de saquear Padcaya cosa que finalmente intentó una columna sublevada de soldados la que fue aniquilada por el ejército español.

Horror en el monte

Luego de la batalla de Carripari tienen que huir y terminan refugiándose en una tribu de chiriguanos que vivía en la región del Pilcomayo. Uno de los soldados viola a una niña chiriguana y tienen que huir de noche (cuando los chiriguanos no pelean a causa de sus creencias), para evitar ser todos asesinados al alba.

Regresan a Orán donde menciona que le llama la atención la baja estatura de sus habitantes, las grandes papadas (coto), y se pone a las órdenes del gobernador Sevilla.

Allí se encuentra nuevamente con Crasey y conoce al francés Pablo Soria que en ese momento preparaba la expedición de navegación por el río Bermejo.

Esto ocurría en 1826.

Curas y caudillos

En la ciudad de Jujuy vive algo insólito propio del poder arbitrario de la iglesia de entonces. Mientras conversaba con un amigo sintió un cencerro que pensó era el de un animal.

Pero hete aquí que era de los religiosos que paseaban una hostia consagrada ante la cual todos debían ponerse de rodillas. Como estaba distraído recibió un fuerte culatazo que lo hizo caer de bruces. Al darse vuelta vio que era de uno de los soldados armados que custodiaban, valga la redundancia, la custodia.

El sacerdote lo increpó con dureza y momentos más tarde fue detenido y alojado en un calabazo. La ofensa de sacrilegio podía ser penada con su ejecución. Pasó tres meses en prisión hasta que finalmente fue liberado con la orden que debía abandonar el lugar en 24 horas so pena del peor castigo.

Partió raudamente a buscar sus pertenencias pero las mismas habían sido incautadas por la iglesia. Con uno de sus antiguos soldados comenzó un periplo de retorno dejando Jujuy y pasando por Salta camino a Tucumán donde visitó la casa de los Boedo. Menciona Esteco y su terremoto.

Luego llegó a la provincia de Santiago del Estero donde entró en contacto con Ibarra a quien tampoco le cae muy simpático.

Desde allí cruzó hacia Catamarca y La Rioja y se encontró con Facundo Quiroga sobre quien tiene también un juicio muy negativo por las acciones que éste realizaba y que eran propias de los tiranos de la época quienes tenían en sus manos las vidas y haciendas de las personas.

Luego llega a Córdoba en tiempos del General Paz y es testigo de los durísimos enfrentamientos del gobernador con Facundo Quiroga. Paz cae prisionero y toma el poder Reinafé, un irlandés que había modificado su apellido. Rosas intriga para que Reinafé le tienda una trampa a Quiroga quien es sorprendido en Barranca Yaco y asesinado con toda su gente.

Los Reinafé fueron acusados del crimen y llevados a Buenos Aires donde los ejecutaron en la plaza pública y sus cuerpos colgados quedaron varios días a la intemperie.

 King continúa su relato con su estancia en la Buenos Aires de Rosas y comenta varios casos relacionados con el terror de La Mazorca, el bloqueo francés, ejecuciones sumarias de inocentes, entre muchos otros temas de aquellos dolorosos años para la República.


Las memorias 

King se casó en 1830 con Juanita Ferreira, una cordobesa de viejas familias patricias, con la que tuvo dos hijos: Federico y Juan Antonio. La mujer murió de tuberculosis en 1860. Se sabe que ya establecido en Buenos Aires y luego del fin del bloqueo francés hizo algún viaje de negocios a Europa. También tuvo la oportunidad de volver a ver a su amigo Crasey por tercera vez cuando éste regresaba de Paraguay luego de cinco años de prisión al que lo sometió el dictador Gaspar Francia, junto a Pablo Soria y demás miembros de la expedición del Bermejo.
En 1841 regresó a los Estados Unidos y allí decidió dictarle sus memorias, precisamente de memoria, a un escribiente: Thomas R. Whitney. No atesoraba papeles de las largas vicisitudes que debió padecer en Argentina. Fue así que las memorias se publicaron en inglés, en 1846.
El doctor Rufino de Elizalde compró el libro en Londres y se lo envió a Bartolomé Mitre, un gran bibliófilo, ponderando las historias que allí se contaban. La obra fue traducida al español por Juan Heller, intelectual de larga actuación en la provincia de Tucumán. Bajo el título “Veinte y cuatro años en la República Argentina” se publicó por primera vez en 1921 en “La Cultura Argentina”.
Tal como King lo cuenta así lo hemos expresado en esta nota. Los que han leído completo el texto han encontrado múltiples incongruencias históricas, inexactitudes, falta de precisiones cronológicas, entre otros muchos aspectos cuestionables. Sin embargo constituye un valioso testimonio por ser la narración de sus vivencias en primera persona y en el lugar de los hechos. La obra termina con un capítulo sobre las riquezas naturales del país y las características de sus habitantes, donde Salta es mencionada por las chinchillas de la Puna y la caña de azúcar en la región norte.
 Su última frase resultó profética para la Argentina, cuando menciona el potencial de sus ventajas naturales: “abajo un gobierno de orden que quiera hacer conocer sus recursos en lugar de encadenarlos”.
 

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