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El anciano no es un niño arrugado, ni es un niño viejo; es una persona con una historia personal, cultural, social y generacional. La definición de vejez es cronológica y puramente convencional ya que no hay parámetros biológicos, psicológicos o sociales para determinar el comienzo de la edad madura o tardía o el comienzo del envejecimiento. Se denomina tercera edad al lapso entre los 55 a 65 años y cuarta edad desde los 70 años en adelante. Debe diferenciarse el envejecimiento normal de la senilidad o etapa enfermiza del envejecer. La senectud es la última etapa de la vida del hombre para aquellos que logran envejecer y se la considera una regresión o involución que precede a la muerte.
¿Cuándo empieza?
El envejecimiento es un proceso que no comienza de un día para otro; es un proceso de características propias que impone al hombre una serie de cambios que se hacen ostensibles varios años antes. Las manifestaciones de la vejez comienzan insidiosamente y evolucionan en forma lenta y progresiva. En la mayoría de los casos las alteraciones atribuibles a la vejez son muy leves y casi imperceptibles y se caracterizan por disminución de la adaptabilidad psicológica y fisiológica que da lugar a una conducta estereotipada con aspectos de dignidad, decadencia de la visión y audición, debilitamiento muscular, disminución de la memoria, trastornos psicológicos derivados de los cambios del ambiente físico y moral, por las modificaciones del lenguaje y las transformaciones de las costumbres. Para que el envejecimiento se desarrolle en forma normal es necesario que las edades anteriores hayan sido vividas con un ritmo adecuado, sin lentitudes anquilosantes y sin vértigos agotadores.
Longevos creativos
Goethe terminó su Fausto a los 83 años, Tiziano pintó la Batalla de Lepanto a los 95 años; hoy todavía nos sorprendemos de que una abuela use Internet, que a los 72 Susan Sarandon, célebre actriz, sea arrestada en una protesta contra las políticas migratorias de Donald Trump, y que Marta Minujín inaugure una muestra de pintura erótica a sus 75; que la empresaria y decoradora estadounidense Iris Apfel siga siendo ícono de la moda y cara global de dos marcas, con 97 años; que Ho Chi Minh, que fuera líder de Vietnam del Norte, se dejaba la barba canosa a propósito para lograr adhesión y respeto por las bases populares.
Mario Bunge, filósofo, físico y epistemólogo argentino tiene 100 años y cree que no deberían existir nombramientos definitivos en los cargos públicos: la cuestión radica en si uno sigue siendo útil a la sociedad. Mario Bunge sigue tan activo como siempre. El autor de La ciencia, su método y su filosofía (1960), La investigación científica (1967) y los ocho volúmenes de Tratado de filosofía (1974-1989), entre otros setenta libros, contesta mails, lee revistas científicas y sigue fiel una rutina de trabajo diaria que incluye una siesta de no más de una hora.
Mirtha Legrand, diva de la televisión argentina desde hace más de cincuenta años, mostró su DNI con 91 años en cámara y su hermano José Antonio Martínez Suárez, guionista y director de cine, no tuvo problema en declarar sus 93 años (murió en agosto).
Giuseppe Verdi compuso y estrenó "Otelo" a los 74 años y el Te Deum a los 85 años; Cervantes escribió la segunda parte del "Quijote" a los 68 años; Winston Churchill llegó al poder a los 66 años.
Se dirá que estos ejemplos son excepcionales pero, finalmente, lo que importa en definitiva es reunir las riquezas vivenciadas en los largos años vividos para hacerlas rendir todo lo que puedan dar de sí, cultivando y sembrando tal vez sin brillo pero con dignidad, profundidad y buen sentido, sin precipitaciones presuntuosas, con benignidad y cierta oposición razonada, con humor y espíritu de cooperación. Vivir de tal forma para que la vejez sea vida renovada durante más tiempo, una sucesión de juventudes sucesivas (Lacordaire).
Explosión argentina
La Argentina tiene un predominio demográfico de las personas mayores. Esta explosión demográfica de los adultos mayores tiene varias causas: adelanto de la medicina y de la atención sanitaria en general, descenso de la natalidad, mortalidad infantil, factores ambientales, nutricionales, culturales. La Argentina, entonces, es un país de población crecientemente envejecida donde todavía el adulto mayor sufre efectos desintegradores por su segregación de la comunidad, el descenso de su posición social por una merma de su poder económico adquisitivo y su falta de participación en las decisiones, falta de respetabilidad, fisuración de sus lazos afectivos que comienzan muchas veces en el propio seno familiar.
En nuestro medio la mayoría de las personas no están preparadas para envejecer y los adultos mayores, salvo excepciones, sufren una crisis caracterizada por marginación, desadaptación, aislamiento, frustración, conciencia de decadencia, inactividad, falta de utilización de su enorme tiempo útil.
El tiempo de la vejez
El proceso del envejecimiento es asincrónico y las exigencias sociales respecto a este proceso varían de persona a persona. El valor de la familia en el proceso normal y patológico del envejecimiento es primordial; sin embargo, frecuentemente se observa una disminución de la tolerancia de los hijos hacia los padres viejos debido a brechas generacionales y al aumento de los trastornos de la personalidad de los padres con el paso de los años; las relaciones intrafamiliares hacen crisis y se obturan las formas del diálogo y la comprensión. Todo es más lento en la vejez; el viejo es un anciano con varias enfermedades distintas en un medio ambiente que no lo ayuda la mayoría de las veces. Los adultos mayores no tienen todavía un mundo propio con una oferta de servicios polivalentes adaptados a las características médicas, psicológicas y sociales de los viejos de las diversas regiones de nuestro país con planes racionales que atiendan a sus polivalentes necesidades.
La atención médica, mejor dicho, la atención socio-sanitaria de los adultos mayores, se basa en asistir, acompañar, aliviar, aconsejar e investigar y rescatar todas y cada una de las reservas funcionales no tanto las enfermedades para proporcionar el mayor tiempo posible las condiciones indispensables para conservar la autonomía personal y las capacidades funcionales al menos para la vida diaria. En los adultos mayores, con mayor importancia que en otras edades, el efecto “droga-médico” se hace notar en sus posibilidades curativas o iatrogénicas. Los ancianos son más susceptibles a las drogas y medicamentos que los jóvenes y tienen frecuentemente reacciones adversas. La mayoría de los adultos mayores necesitan seguridad, atención, prestigio, cariño y no medicamentos.
Muchas veces a los viejos se les dedica menos tiempo en la consulta sanitaria y social, se les da más remedios y menos relación humana; esta realidad puede considerarse una actitud gerontofóbica originada en los profesionales y técnicos que prestan servicios geriátricos que tienen miedo soterrado a su propia vejez, haber atendido a sus propios padres y abuelos y no haber resuelto los problemas psicológicos con los respectivos padres.
El deber de la sociedad
Se requiere que la sociedad ayude a las personas mayores a seguir viviendo con dignidad y sin aislamiento, que se realicen acciones para favorecerlos pero consultándolos previamente y estimular su participación en la construcción de su mundo propio. La institucionalización inoportuna de los adultos mayores sanos produce en ellos en tres o cuatro meses graves problemas de segregación, involución, depresión y disminución de la autonomía. Separar a los adultos mayores de la sociedad en su papel productivo no obstante no estar agotada su capacidad en este sentido y marginarlos en lo social, psicológico y cultural es casi un instrumento genocídico a corto plazo.
Es necesario atender médicamente al adulto mayor en su propia vivienda a través de servicios comunitarios de atención integral coordinada evitando la hospitalización; promover su participación en la vida cultural (escuelas y universidades para la tercera edad; centros de jubilados); ofrecer servicios sociales abiertos y desburocratizados para solucionar problemas específicos (salud, vivienda, cultura, ocio).
Limitar el envejecimiento a la cuestión médica es arbitrario como es difícil diferenciar la vejez normal de la patológica. Los viejos tienen mayor tendencia a la cronicidad de sus procesos de enfermedad y a la incidencia de enfermedades; sus patologías revisten mayor dificultad diagnóstica; los tratamientos poseen mayores complejidades y complicaciones terapéuticas derivadas de la mala metabolización y excreción de los medicamentos y requieren mayor necesidad en el tiempo de rehabilitación y de atención psicológica y social.