inicia sesión o regístrate.
En una nota anterior se reseñó la "historia" del capitalismo, mostrando a grandes rasgos algunas de sus etapas importantes desde aproximadamente la Revolución Industrial, hasta la así llamada "crisis de las hipotecas" (las "sub-prime") que tuvo lugar en 2008 y produjo una hecatombe algo menos grave que la gran crisis de 1929, pero igualmente devastadora para muchas economías del mundo, con proyecciones al presente.
¿Qué fue?
La crisis de las hipotecas, o crisis "sub-prime", se originó porque a los "desarrolladores financieros" que están vinculados al sistema bancario, en su búsqueda de innovaciones que les permitieran mantener sus jugosos ingresos, se les ocurrió que, puesto que las hipotecas eran un pasivo para los compradores de viviendas y por lo tanto un activo para los bancos que facilitaban los préstamos, estos activos podrían constituir un mercado secundario al estilo de los papeles que se transan en el mercado bursátil.
Debido a su mayor riesgo de incumplimiento puesto que muchas hipotecas correspondían a propietarios no del todo solventes, los "desarrolladores" idearon un mecanismo, dentro de los fondos comunes de inversión o similares -que reúne a varios activos financieros tales como bonos, acciones y otros-, consistente en añadirles estas hipotecas, aunque de manera fraccionada.
Vale decir, se segmentaban de forma que el riesgo de incumplimiento de alguna no "contaminara" todo el fondo común: más o menos como si se propusiera que la carne "olisqueada" no se utilice en un solo tipo de comida, por ejemplo el locro, sino que se fraccione de modo que esté repartida en todos los platos que llevan este ingrediente, procurando "que no se note". (aunque, claro está, no existen restaurantes con estas conductas, ya se sabe).
Todo explotó
Todo funcionaba a la perfección hasta que se hizo notorio que, debido a subas en las tasas de interés en Estados Unidos, una cantidad importante de deudores incurrió en morosidad al ser los intereses que se pagan variables, y esto llevó a algunos tenedores a desprenderse de los fondos que incluían estas hipotecas, lo que produjo, en tanto las ventas fueron importantes, una caída en el precio de estos activos.
Evidentemente, al ser el mercado de activos financieros altamente volátil, puesto que la oferta de valores la conforman tanto los bancos y entidades financieras depositarias de los mismos como quienes los han adquirido, cuando ya no los desean y quieren desprenderse de ellos, de pronto esa oferta se agiganta y, al ser entonces la demanda igual o más reducida, los precios de esos activos caen bastante bruscamente y de manera importante.
Por supuesto, como es bien sabido, los mercados financieros arrastran a los demás, porque al menos una parte apreciable del capital de las empresas está representada por acciones y si estas caen, el valor de mercado del capital de las empresas se debilita, complicándolas para la obtención de nuevos créditos, a la vez que los rendimientos de la acciones se vuelven más pesados al representar para las empresas cifras proporcionalmente más gravosas con relación al valor también de mercado de las acciones.
Adicionalmente, la globalización, especialmente de los mercados de valores, que ya era importante en la gran crisis de 1929, hizo que la crisis que inicialmente se produjo en Estados Unidos cobrara importancia mundial y afectara a una gran cantidad de economías del mundo.
No deja de ser interesante destacar, por otra parte, que la Argentina de entonces (2008) se jactaba de que la crisis no había golpeado nuestras puertas, sin advertir que "el que nada tiene nada tiene que perder", ya que la Argentina, con un mercado de capitales por demás exiguo, lo había enflaquecido aún más con la apropiación por el estado de los fondos de los jubilados depositados en las AFJP que engrosaban de manera importante, hasta su confiscación, el escuálido mercado de capitales argentino.
"Houston, tenemos un problema"
El mundo, y especialmente los economistas ortodoxos, se encontraron con un problema inesperado (sobre todo, para ellos), ya que, nuevamente, como en 1929, la economía sin controles "mostraba sus uñas", a la vez que la coherencia intelectual imponía a los ortodoxos recomendar "hacer nada".
Sin embargo, la necesidad tiene cara de hereje y por lo tanto consiente herejías, vale decir, apelar a los manuales de Keynes para ver qué se podía hacer, y entonces aparecieron nuevamente los bancos centrales como prestadores de última instancia, particularmente a los bancos que sin demasiado pudor habían "desarrollado" estas ideas originales con "pescado podrido" en términos financieros, como que a los valores que habían disparado la desconfianza y luego el pánico se les llamó en adelante "activos tóxicos".
La reanimación de apuro con guion de Keynes logró que las economías se recuperaran, aunque no del todo, y desde entonces y hasta el presente nunca sanaron completamente, a la vez que las heridas de la restauración ortodoxa hasta la crisis de 2008 aumento de la brecha de desigualdad, baja tasa de crecimiento, tampoco cicatrizaron.
Más preocupante todavía, la política, huérfana de un "libreto" sólido respecto a la verdadera naturaleza de los problemas, divaga entre el "no hacer olas", que con un poco más o menos de condimentos constituye el planteo de las socialdemocracias, y las divagaciones de diverso tipo que alimentan los nuevos populismos variopintos, desde las versiones más “civilizadas” de Donald Trump y Jair Bolsonaro hasta los delirios trágicos de los Maduro y otros exponentes de nuestra América Latina, sin perder de vista los de algunos países asiáticos.
¿Volver al futuro?
Claramente, el retorno de la ortodoxia representó una verdadera regresión en Economía, porque, pese a las limitaciones de los desarrollos teóricos de Keynes que requerían avanzar en ellos, los economistas “keynesianos” se “aburguesaron” y creyeron que estaba todo resuelto en materia económica, lo que obviamente no fue así.
Por su parte, los economistas ortodoxos no tuvieron mejor idea que dar marcha atrás y reponer la vieja ortodoxia prácticamente sin modificaciones, en un gesto que, como se ha señalado en otras notas, fue equivalente a resucitar las antiguas sangrías de los médicos de la Edad Media, ante la ignorancia de la medicina moderna frente a algunas patologías.
Naturalmente, si la propuesta de la ortodoxia fue “volver al pasado”, bien podría intentarse ahora “volver al futuro”, es decir, recurrir a los grandes lineamientos que propuso Keynes ante el colapso de la Economía ortodoxa.
Hay que aceptar que la disputa “estado vs. mercado” está concluida.
Al mismo tiempo, del mismo modo que el capitalismo representa una superioridad de todo tipo por sobre los populismos y extravagancias diversas, no es menos cierto que el capitalismo sin control está fuera de lugar.
La insistencia en enfoques sobre las bondades de los mercados actuando sin controles, a los cuales los desarrollos teóricos y la evidencia empírica han demostrado falsos, supone empeñarse en negar la realidad.
Es evidente que la Economía requiere de más esfuerzos científicos y menos complacencia y “respeto” al principio de autoridad, atreviéndose a denunciar que “el emperador está desnudo” y a nutrir a la política de respuestas plausibles a los reclamos de la sociedad, tanto de la Argentina como del mundo, sociedad que está por encima de las banalidades que exhiben los “desarrolladores” y similares, quienes no pagan las consecuencias de sus improvisaciones y desaciertos, las que en cambio recaen sobre el ciudadano de a pie.