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El 15 de junio de 1796 un joven veinteañero de nombre Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano revelaba en la junta de gobierno del Consulado de Comercio de Buenos Aires, creado en los albores de 1794 en el marco del reformismo borbónico, los tres pilares básicos sobre los cuales debía dirigirse la política económica de una sociedad, si el bienestar de su población y la prosperidad económica se conjugaban para prosperar social y económicamente. Dicho con sus palabras había que "fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio; como que son las tres fuentes universales de las riquezas, hiciese la felicidad de estos países" (Fuente documental, 15 de junio de 1796, pp. 56).
A pesar de sus singularidades, las ideas económicas de Manuel Belgrano portan tramas de significados que van más allá de los confines geográficos rioplatenses. Fueron, aunque no solo eso, expresiones peculiares y únicas de procesos globales de su tiempo. Sus reflexiones sobre el papel que debía asumir el Estado para fomentar una agricultura competitiva, impulsar la industria y proteger el comercio, se nutrieron de diversas y complejas corrientes del pensamiento económico europeo dieciochesco.
Manuel Belgrano creció desde temprana edad en un entorno familiar propenso a temas de negocios y política económica. Nació un 3 de junio de 1770 en Buenos Aires, hijo de Domingo Pérez Belgrano y Josefa González. Su padre fue uno de los comerciantes rioplatenses más ricos del virreinato del Río de la Plata. Su patrimonio neto alcanzó los 370.686 pesos (Gelman, 1996, pp. 25).
Natural de Oneglia, una ciudad ubicada en la costa de Liguria, en el norte de Italia, migró como tantos otros, hacia los reinos hispanoamericanos, en búsqueda de una mejor calidad y condición de vida. Una vez arribado a Buenos Aires, se casó un 4 de noviembre de 1757 con María Josefa González Casero, originaria de Santiago del Estero (Gelman, 1996, pp. 26).
Sus exitosas operaciones mercantiles y financieras, que, entre otras cosas lo vinculó a comerciantes salteños como Francisco Torres, Juan Antonio Moldes o Manuel Antonio Tejada, le permitió concretar una de las fortunas más grandes del Virreinato del Río de la Plata y acceder a cargos políticos en el cabildo bonaerense.
En Salamanca
El buen pasar económico de su padre garantizó al joven Manuel Belgrano cursar sus estudios superiores en cosmopolitas universidades europeas. El 4 de noviembre de 1786, a la edad de dieciséis años, ingresó a la Universidad de Salamanca a la carrera de Leyes. Según el historiador salteño Bernardo Frías "el viaje era largo y penoso, el más regular tardaba seis meses" y "su flete era carísimo". (Frías, 2017, pp 200-2001).
El fomento oficial a las posturas reformistas permitió que grupos ilustrados de algunas universidades peninsulares aprovecharan la brecha abierta por la política ilustrada para instalar el debate intelectual de las nuevas ideas en el seno universitario. En el caso de la Universidad de Salamanca, si bien estos grupos eran reducidos, tenían mucho eco en los ámbitos intelectuales y estudiantiles, en los cuales transitó Manuel Belgrano (Pastore y Calvo, 2000, pp 54). Ramón Salas y Cortés será uno de los docentes de la universidad salamanquina, embebido de los recientes debates de la economía política, que tendrá gran influencia en la formación de Belgrano en su Academia Práctica del derecho a la cual concurrió.
Allí tomó contacto con las obras de célebres pensadores como Bacon sobre el método científico, la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert, en las políticas de John Locke sobre el contrato como el fundamento del pensamiento democrático y de los principios de igualdad y libertad personal que incluía la de comerciar y disponer del producto del propio trabajo- los fisiócratas franceses como Quesnay y Turgot, entusiasmaron al joven Belgrano al punto de solicitar al papa Pío VI permiso para "tranquilidad de su conciencia y aumento de su erudición, V.S suplica le conceda permiso para leer y retener libros prohibidos en la regla más amplia. Y Dios, etc." (Salamanca, Julio de 1790).
Sí bien no fueron homogéneas las fuentes del pensamiento económico de Belgrano, las teorías de los fisiócratas ejercieron gran influencia. De hecho, en 1794 entregó a Carlos IV la traducción al castellano de la obra "Máximas generales del gobierno económico de un reino agricultor" (Buenos Aires, 1794). Recuérdese que los fisiócratas compartieron con los economistas ingleses "preclásicos", como Petty y Cantillon, el mérito de haber descartado definitivamente la creencia mercantilista de que la riqueza y su aumento se debía a la acumulación de metales y a la circulación comercial.
La agricultura y el comercio
Ello influyó en Belgrano, quien llegó a sostener que "solo se ha cultivado superficialmente una pequeña parte del terreno que rodea nuestras habitaciones, y sin atender a que los frutos de la tierra son la principal riqueza, solo se ha pensado que el dinero era la verdadera; así que la plata y oro se han propuesto infinitos otros medios más útiles a la humanidad en un país todo agricultor, como es el que habitamos…" (Buenos Aires, 1798).
A la par confirma que "la agricultura es la madre fecunda que proporciona todas las materias primeras que dan movimiento a las artes y al comercio "es el verdadero destino del hombre; todo depende y resulta del cultivo de las tierras; sin él no hay materias primas para las artes, por consiguiente, la industria no tiene cómo ejercitarse, no puede proporcionar materias para que el comercio se ejecuta" (Buenos Aires, 1796).
A pesar de enfatizar en la relevancia de la agricultura fue más allá de su mera producción. En artículos periodísticos del Correo de Comercio expresó argumentos favorables para estimular la educación entre pequeños y medianos productores sobre recientes avances técnicos, para así, obtener valor agregado de las materias primas. La instrucción a los comerciantes e industriales también está presente en sus narraciones. Afirmaba que se debía “proceder en consequencia en vuestras tareas con los conocimientos necesarios, sin los quales caminareis a ciegas y vuestra ignorancia os conducirá a desastres irremediables” (Correo de Comercio, sábado 3 de marzo de 1810).
El financiamiento
El fomento a estas actividades vendría en gran parte a través del otorgamiento de créditos. De ahí su preocupación por modernizar el sistema de créditos vigentes. Sí bien, como práctica económica, social y por lo tanto histórica, el crédito fue un hábito habitual en aquellas sociedades, no había instituciones bancarias que institucionalicen su lógica de asignación. Comerciantes particulares fueron los principales prestamistas del periodo, estos otorgaban créditos a un interés del 5% anual, tasa éticamente admisible.
Manuel Belgrano advirtió sobre la relevancia e incidencia del crédito en la dinámica productiva y comercial. Comprendió que, en sociedades en las cuales los vínculos relacionales y el capital social fueron especialmente fuertes, un amplio sector, que, no contaba con tales garantías, quedaban excluidos de las principales fuentes crediticias. Posiblemente fue uno de los pioneros en advertir la necesidad de instalar un banco e institucionalizar el sistema crediticio para fomentar las actividades económicas a las cuales identificaba como prioritarias. En su opinión el banco “es un depósito abierto á todos los valores mercantiles de un país. Los reconocimientos del depósito de estos valores los representan en el público y se transportan de un particular à otro [à] el objeto de estos establecimientos indica bastante su utilidad en todo el país, donde la circulación de las mercaderías está interrumpida por la ausencia del crédito” (Correo de Comercio, 1810, pp. 662). A todo esto, el Estado tenía un rol fundamental en sus planteos. Se encargaba de percibir parte de las utilidades de las actividades y así atender a sus necesidades y urgencias en épocas coyunturales. Otra de sus funciones, radicaba en impulsar, por ejemplo, el rubro de la construcción naval, ya que la misma, beneficiaría, directa e indirectamente otras actividades complementarias y favorecería al empleo de los diversos sectores socioeconómicos.
Por último, es difícil pensar un fenómeno histórico, por más acotado o singular que parezca, por fuera de sus posibles conexiones con desarrollos de más vasto alcance sobre todo a partir de la creciente integración global desde el siglo XVI. Ciertas trayectorias individuales portan tramas de significados que van más allá de los confines geográficos en los cuales se desenvolvieron. No hay duda que las ideas económicas de Manuel Belgrano significaron expresiones globales con énfasis en las necesidades locales. Vislumbró las posibilidades que ofrecía integrarse, responsablemente, al sistema mundial, a partir de tres pilares básicos: agricultura, comercio e industria con una activa presencia estatal en materia de tecnología, educación, institución e infraestructuras. Comprendió que sí se pretendía asumir el bienestar como fundamento de la política económica, era menester, que el Estado garantice libertades y asegure igualdades para desarrollarse. Cabría preguntarse entonces, sí aquel proyecto vanguardista de Belgrano, y la generación a la cual representó, no es aún tarea pendiente para pensar que un desarrollo estructural, sustentable, innovador, competitivo a los desafíos del siglo XXI y una sociedad más igualitaria y democrática es posible finalmente consolidar. Se trata, en suma, de comprender, que las desigualdades son ineficientes, tanto para mantener niveles de productividad elevados, alcanzar un crecimiento económico sostenido en el tiempo, como para, obtener el históricamente anhelado, bienestar en la vida de los ciudadanos argentinos y latinoamericanos.