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La cuarentena de los irresponsables

Martes, 05 de octubre de 2021 03:27
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Norbert Bilbeny escribió en 1993 un agudo ensayo sobre la banalidad del mal en el siglo XX: "El idiota moral". En él asegura que existe un mayor peligro ante la necedad que ante la maldad. "Ante el mal podemos al menos protestar, dejarlo al descubierto y provocar en el que lo ha causado alguna sensación de malestar. Ante la necedad, en cambio, ni la protesta ni la fuerza surten efecto. El necio deja de creer en los hechos e incluso los critica; se siente satisfecho de sí mismo, y si se le irrita pasa al ataque...". ¿Hay alguna frase que describa mejor al Presidente de la Nación y a toda la coalición gobernante?

Pero la malicia y la necedad no son atributos mutuamente excluyentes. Existen los necios perversos; los idiotas morales. "Ahora nos acusan de libertinos los mismos que nos acusaban de encerradores", dijo el Presidente en un acto de campaña, a los gritos y en un estado de evidente exaltación. ¿Teatralización? ¿O nervios al verse atrapado por su propia necedad?

­Encerrémoslos!

El 20 de marzo de 2020, el Presidente, empoderándose como padre y madre de todos, decretó el "distanciamiento social, preventivo y obligatorio" para toda la población; con la excepción de aquellos considerados esenciales.

La medida, dada la incertidumbre global, el desconocimiento sobre el virus y su letalidad, aun cuando muy prematura fue acertada. Lo que no resultó apropiado, nunca, fue la prolongación indefinida de la medida. Tampoco la forma irracional en la que se implementó.

Todo gobernante que carezca de herramientas políticas, intelectuales y éticas va a encontrar una cierta belleza en el hecho inesperado de poder tener a toda su población atemorizada y encerrada por tiempo indefinido. Y para un gobierno perverso y amoral debe ser difícil no caer en la tentación de querer prolongar esta situación de manera indefinida.

Así, el régimen y todos sus acólitos salieron cual pack de rugby a empujar hacia adelante militando por la virtualización total de nuestra vida. No la de ellos. La nuestra. No se privaron nunca ninguno de tildar de "odiador serial" a cualquiera que planteara la más mínima duda sobre la razonabilidad de unas prohibiciones tan estrictas o que osara cuestionar cualquier medida tomada en pos del "cuidado de la población".

Los totalitarismos son así. No admiten la más mínima duda sobre el dogma. Todos debemos obedecer so pena de escarnio, cárcel o muerte.

La lista no es exhaustiva y todavía estamos esperando explicaciones y pedidos de disculpas por los casos de Mauro Ledesma, Luis Espinoza, Magalí Morales, Abigail Jiménez, Solange Musse, Facundo Astudillo Castro y otras tantas muertes absurdas e imperdonables producto del exceso gubernamental y de una necedad indolente por parte de las autoridades a todo nivel.

Nos fue prohibido hacer reuniones en nuestras casas. No pudimos despedir a nuestros seres queridos, que murieron solos y abandonados. Los chicos fueron amedrentados diciéndoles que podían matar a sus abuelos si los visitaban o los llegaban a abrazar.

Gremialistas docentes militaron la virtualidad eterna y cerraron escuelas por casi dos años.

Se cerró todo. Se clausuró el vivir.

El Presidente instaba a la sociedad a convertirse en delatora de los infractores y se secuestraban autos que cruzaran las "fronteras" instaladas en distintas provincias y distritos. Se abrían causas penales a cualquiera que intentara violar la cuarentena, desde el famoso "surfer" seguido en vivo y en directo por los medios de comunicación ávidos de sensacionalismo hasta la señora que tomó sol, sola, en la inmensidad del parque de Palermo. Una Bartleby ejemplar que todos hubiéramos debido defender e imitar.

En este contexto, el Presidente celebraría el cumpleaños de su pareja en la Quinta de Olivos contraviniendo sus palabras y su propio decreto. Cometiendo un delito penal y un atropello moral. Se creen por encima de todo; incluso de las leyes que ellos mismos promulgan.

Ferdydurke

Ernesto Sábato escribió en el prólogo a "Ferdydurke", obra de Witold Gombrowicz: "Especie de grotesco sueño de un clown, con páginas de irresistible comicidad, con una fuerza de pronto rabelesiana, el reinado al parecer del puro absurdo, ¿cómo adivinar que en el fondo era algo así como una payasada metafísica en la que delirantemente estaban en juego los más graves dilemas de la existencia del hombre?".

Alberto Fernández es el emergente de esa payasada metafísica. Un personaje triste y deslucido que entona canciones banales con su guitarra mientras observa desde las ventanas de la quinta de Olivos, un Nerón moderno, cómo se destruye el país en el incendio que él mismo provocó.

Un Ferdydurke que podría resultar tragicómico si no fuera porque antes que nada es el presidente de la Nación. Si no fuera porque es alguien que hace del absurdo y del contrasentido su legado y su profesión diaria. Si no fuera la cabeza de un gobierno que encarna la banalización del mal.

Un gobierno que entierra nuestro presente en la pobreza y en la inequidad más penetrante de nuestra historia y que solo busca que sigamos hundiéndonos en ella. Romantizándola. Ideologizándola. Que no quiere remediarla ni combatirla; solo administrarla en su beneficio. Un gobierno que destruye nuestro futuro y nuestras esperanzas.
Un gobierno que niega la realidad aunque la tenga frente a sus narices y que busca hacernos ver como reales cosas que no existieron, no existen y que no existirán jamás. Que invierte el peso de la prueba todo el tiempo y que termina acusando a todos los otros de lo que hacen ellos.
Un Ferdydurke alucinado y exuberante que dice: “Algo no habremos hecho bien... A partir de mañana nos vamos a ocupar de prestar atención a lo que la gente nos pide”, luego de la atronadora paliza que parte de la sociedad le propinó en las últimas elecciones. “A partir de mañana nos vamos a ocupar de prestar atención a lo que la gente quiere”. A partir de mañana; no ahora. El procrastinador serial comenzará a ser presidente otro día; no hace dos años cuando asumió. Y lo va a hacer solo empujado por el cachetazo electoral que recibió.


 ¡Perdimos, abramos todo!

Cachetazo que desencadenó una implosión dentro de la coalición gobernante. Una renuncia teatral y masiva de ministros y funcionarios que no serían aceptadas, junto con la expulsión de otros empleados que nunca pusieron sus renuncias a disposición pero que sí serían reemplazados por personajes más impúdicos e impresentables. 
Una carta inflamatoria y ultrajante de una persona que es el arquetipo del idiotismo moral: la vicepresidente de la Nación; alguien que no dudaría en hacer estallar a todo el país si con eso lograra que se la absolviera de todo lo que se la acusa. Que provocó que Argentina bailara una vez más al borde del abismo después de desatar una crisis absurda. Crisis tras la cual se establecería el fin de la pandemia por decreto oficial.
Ahora tenemos ministros que se reúnen a las 7 de la mañana a hacer que trabajan. A mostrar que ahora sí escuchan a la gente, mientras les regalan hornos, estufas y heladeras que no tienen dónde conectar. Y bicicletas, comida, planes, viviendas, subsidios, moratorias, perdones fiscales y jubilaciones anticipadas. Que ahora militan por las clases presenciales, abren las escuelas y prometen clases de apoyo los sábados y en vacaciones de verano. ¡Bienvenido sea!
Pero ¿dónde están ahora los infectólogos militantes del miedo y de la virtualidad, o los sindicalistas que acusaban de asesinos a todo aquel que buscara abrir una escuela o cualquier otro tipo de actividad?
Tenemos a menos del 50% de la población vacunada con dos dosis y a menos del 70% con una única dosis. ¿De veras podemos “volver a la normalidad”? 
¿Estamos resguardando el esfuerzo que hicimos durante un año y medio a costa de tantas pérdidas? ¿Estamos seguros de que no estamos tirando por la borda las muertes; las clases perdidas; el abismo económico, social, educativo y sanitario; las empresas quebradas; los trabajos perdidos; las inversiones fugadas; los talentos emigrados; la esperanza quebrada y dañada? 
¿No será que, en realidad, fue tan extrema e insensata la medida anterior como es irracional e insensata esta nueva apertura impuesta por un resultado electoral y no por lo que dictan la ciencia y el sentido común? 
Si viniera una nueva variante; ¿estamos preparados? Si no lo estuviéramos; ¿esta conducta negligente y electoralista no constituiría otro nuevo acto criminal?

La “filosofía oficial” 

El filósofo oficialista Ricardo Forster se pregunta retóricamente, como mera maniobra de distracción y ensayando una banal explicación de la derrota electoral ¿cuál es la mutación que provoca en la sociedad una pandemia como la que vivimos? No se pregunta, en cambio, cuáles son los daños psicológicos, sociales, económicos, éticos y morales que provocaron las acciones del gobierno al que él provee su estrategia discursiva oficial. Otro idiota moral, Daniel Gollán, dice: “Con un poco más de platita en el bolsillo la foto de Olivos no hubiese molestado tanto”. A Elizabeth Gómez Alcorta se la ve “haciendo puñitos” recibiendo a Manzur, cuando ella misma lo demandó poco tiempo atrás. 
¡Cuán endebles son las banderas ideológicas para esta gente cuando peligra su permanencia en el poder! 
Es evidente que siguen sin hacerse cargo de culpa alguna. El “algo no habremos hecho bien” no lo creen ni lo asumen jamás. Siguen pensando que haciendo más de lo mismo pueden obtener resultados diferentes. Y con el gen amoral siguen explotando la pobreza ajena convencidos de que con plata compran todo, incluso la dignidad del pobre al que se siguen negando a escuchar.
¿Qué nos pasa que hemos dejado que el poder se haya desvinculado tanto de los valores fundamentales de la ética, de la razón, de la coherencia lógica y de las pruebas fehacientes? 
¿Por qué seguimos naturalizando la mentira y el cinismo? 
¿Por qué dejamos que sigan banalizando el mal?
 

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