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¿Cuál es el problema más urgente? ¿La crisis social generalizada o el cambio climático?
Esta pregunta formulada a nivel académico plantea un dilema político acuciante.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima COP26, que comenzó ayer, no es una reunión internacional más. No es, en absoluto, indiferente para nosotros. No puede ser ignorada por Salta, donde el desarrollo agropecuario es satanizado por los activistas ambientales y la pobreza y el desempleo exigen un compromiso muy firme de los actores políticos, productivos y sociales.
El desarrollo sustentable
El desarrollo sustentable consiste en una fórmula indispensable para afrontar el problema de la pobreza creciente y preservar el clima. Las políticas anticampo son un peligro inmediato. El calentamiento global, un problema de todos. Ambos necesitan ser abordados con responsabilidad política y solvencia técnica.
La preservación del ambiente no es una tarea de adolescentes entusiasmados por el romanticismo bucólico ni de ideólogos renegados de la condición humana, sino de los estados democráticos, inspirados en los valores éticos que impulsan el desarrollo y la calidad de vida.
El diagnóstico científico
La investigadora Marie Vandendriessche (Barcelona) advirtió: "En 2020 el mundo se detuvo. El cambio climático, no". Evaluando las respuestas que siguieron al acuerdo de París (2015) la experta dice que al momento "de escribir estas líneas la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera terrestre está en 413 partes por millón (ppm). Antes de la Revolución Industrial la concentración era de aproximadamente 280 ppm". Si todo sigue como hasta ahora, las temperaturas mundiales aumentarían entre 4,1 ´C y 4,8 ´C en 2100".
El diagnóstico sostiene que la temperatura media subió un grado desde la revolución industrial, pero "si las emisiones globales de gases de efecto invernadero continuaran subiendo sin que se tomara ninguna acción por el clima, las temperaturas mundiales oscilarían de media entre 4,1 ´C y 4,8 ´C en 2100".
Eso sería un desastre.
En la hipótesis de que el cambio climático se debe a la acción humana y no a la dinámica del planeta, en el Acuerdo de París los Estados suscribientes se comprometieron a tomar como límites entre 1,5 ´C y 2 ´C para contener el calentamiento global.
Trabajosa y gradualmente, la comunidad global ha ido conformando un régimen internacional de cambio climático. Ese régimen cuenta con tres instrumentos convencionales: la Convención Marco de Río 1992, convocada por la ONU y suscripta por 197 estados; el Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París.
Y aquí conviene mencionar dos advertencias: los científicos Solomon Hsiang y Robert E. Kopp señalaron: "La industria alimentada con combustibles fósiles ha sacado de la pobreza a multitudes sin precedentes; la escalada del cambio climático que ha producido es igualmente extraordinaria".
Y el especialista en energía Antxon Olabe Egaña plantea una dificultad fáctica: "Las acciones de la producción de energía fósil en manos de los mercados financieros internacionales alcanzan los 18 billones de dólares (la cuarta parte del total)".
Reemplazar el consumo de petróleo, gas, carbón y derivados en la generación de energía, claramente, no va a ser fácil. Vale repetirlo, no es un juego de niños. Ni tampoco de activistas que frívolamente intentan neutralizar a la mayor fuente de desarrollo con la que cuenta Salta.
Reservas, con fundamento
Las reservas sobre el origen entrópico del cambio climático no son mero "negacionismo". La misma naturaleza del conocimiento científico plantea una encrucijada: un pronóstico de evolución climática con 80 años de anticipación requiere una enorme dosis de credibilidad. Mucho más si lo que se exige para detenerlo es una transformación total de la economía y la cultura de la humanidad.
El aparato productivo de América latina es muy vulnerable, y lo que se está pidiendo es un sacrificio que puede condenar a millones de personas a una pobreza aún mayor, por falta de trabajo y alimentos, para resolver un estropicio que, en todo caso, hicieron otros. EEUU, Europa y China, especialmente.
Los países latinoamericanos sostienen -con sobrada razón- que son los que obtuvieron menores beneficios de la industrialización y que no están dispuestos a pagar los costos. Tanto Lula, al defender la ampliación de las fronteras agropecuarias, como Bolsonaro al rechazar las acusaciones por los incendios forestales de 2019, señalaron (con estilos y perspectivas muy diferentes) al mismo punto: si hoy la Amazonía es un pulmón indispensable del planeta, es porque los países centrales destruyeron su floresta.
La selva amazónica contiene más de la mitad de los bosques tropicales húmedos del mundo. Y América Latina los mayores niveles de pobreza del planeta.
En 2009, en el Encuentro de los Pueblos de los Bosques, el presidente Lula advirtió: "Todo el mundo tiene que saber que la Amazonia tiene dueño". El expresidente criticó duramente a los países desarrollados que, "tras haber destruido sus selvas, ahora intentan darnos lecciones de cómo proteger la Amazonia".
Un desafío de dos caras.
Para Salta, recuperar el bosque chaqueño -degradado por la economía de subsistencia, la ganadería sin manejo y la extracción ilegal de madera- es un imperativo, pero que solamente será viable si el Gobierno provincial pone en marcha un programa de desarrollo agroganadero y forestal que incluya la provisión de agua, el acceso a la salud y la educación, por una parte, y la aplicación de reglas estrictas para reforestar el bosque degradado, enriquecer la carpeta verde y garantizar la mayor retención de emisiones de carbono posible.
Es la única manera de tener un volumen importante de producción y, al mismo tiempo, cumplir con los requisitos del mercado internacional, que se rige por los criterios establecidos en el acuerdo de París. Es la disyuntiva: existe consenso sobre el peligro catastrófico de cambio climático pero no es posible dar un salto al vacío. Salta necesita recuperar ingresos y empleo, y cada día hay menos tiempo para poner manos a la obra.